Sohail, 15 de diciembre de 1703
Hace días que la escucho. Cada vez que voy a la playa, que el agua del mar me toca la piel, su canto llena mis oídos como un dulce néctar al que me he vuelto adicto. Paso horas con la vista perdida en algún lugar del horizonte azul que se extiende frente al castillo.
Comienzo a pensar que no estoy loco, pues no encuentro explicación más convincente que la de que, efectivamente, me ha hechizado una sirena.