Sohail, 23 de diciembre de 1703
El frío no ha logrado detenerme. Tampoco el hambre, ni el cansancio. Los lugareños me miran de una manera a la que ya me he acostumbrado. Han terminado de convencerse de que estoy loco. Pero eso no me importa.
La canción de la sirena me acompaña mientras busco la perla, incansable, y escucho las historias del Mediterráneo que ella me cuenta. No me ha dicho qué pasó, cómo fue que sobreviví. No me responde cuando le pregunto, solo me acaricia con su voz haciéndome promesas sin hablar.
Y aunque sé que cuando encuentre la perla, su maldición me condenará, ya no pienso en otra cosa, no existe nada más. Mi manos, la tierra que remuevo, la perla que ansío, mi sirena y el mar.