Esa es la última entrada en el diario de Alonso «Leviatán», y su fecha, la del último día en que se supo de él, a los pies del castillo que corona Fuengirola.
Los escritos fueron encontrados al amanecer del veinticuatro de diciembre de 1703, esparcidos por el viento sobre la arena de la playa, junto con sus botas.
Nadie sabe qué fue del capitán, si encontró el tesoro que buscaba, si logró regresar el regalo del cielo al mar que le perdonó la vida.
Cuentan antiguos rumores que han sobrevivido hasta nuestros días, que la locura de Alonso lo llevó de vuelta a las profundidades del Mediterráneo quien, esta vez, no le permitió regresar.
Otros se atreven a especular sobre su corazón, diciendo que fue su amor por el mar y no la sal, el que lo volvió loco, y que al retornar la perla le devolvió también su propia vida.
Y otros, lo más atrevidos, se animan a decir que la sirena de la que Alonso hablaba fue real, y su canto el hechizo que hizo que el pirata regresara, con la perla del Mediterráneo, a su eterno abrazo en las profundidades del mar.