El día a la vez.
Uno solo.
Porque uno es suficiente.
—Muchas gracias, señora Dina —le digo, y le doy un abrazo, ella me corresponde, porque aunque no es muy afectiva se ha acostumbrado a mí y mi forma en tan solo un par de días. Ella ha hecho mi estadía un amor —, ha sido maravilloso el lugar.
Calmo mis pensamientos, porque torturarme no hará que pase más rápido el tiempo o evite que llegue el momento de verlo. Así que viviré un día a la vez.
—Cuídate, niña —me dice apenas en un inglés extraño, pero que junto a sus ojitos tan expresivos es suficiente. Sé que sus cuidados me han dicho lo suficiente, y que aunque ninguna domina la lengua de la otra, las palabras sobraron. Nos entendimos.
Vuelvo a abrazarla y tomo mis maletas. Es momento de volver a Estados Unidos.
—Al aeropuerto —le digo al chofer, asiente y arranca.
No he pisado esa tierra desde que me fuí al terminar la secundaria, de hecho, solo he interrumpido mi tiempo de mochilera para pasar una que otras vacaciones (de mis vacaciones permanentes) al ir a ver a mi madre o mi hermana. Italia se siente más un hogar que ese país, a decir verdad.
El salir de la cabañita, fría y acogedora, pequeñita y delicada, me hace sentir un poco triste; cosa que me pasa cada vez que me toca dejar atrás cualquier lugar que visite, y es porque yo en serio amo cada lugar y podría tener una hermosa vida en todos ellos; eso es lo que veo: sería feliz aquí, como sería feliz en cualquier parte del mundo.
Pero, no me arrepiento. Conocer el mundo curó el corazoncito arrugado que no quería dejar salir de mi pecho.
Quién sería si nunca me hubiera ido es quizás una pregunta que siempre me haré por curiosidad, sin embargo, no es necesaria su respuesta. Porque prefiero concetrarme en quién soy tras darme estos momentos.
El viaje en taxi y finalmente, la espera en el aeropuerto son un poco desquiciantes para mí. Esas cosas me estresan, pero ya me he acostumbrado. No logro descansar mucho, por cuidar mis pertenencias (siempre hago eso, aunque no haya atisbo de peligro; puedes sacar a la chica de la ansiedad, pero no al último cachito de ansiedad de la chica) y por pensar en otras cosas…
Finalmente concilio un poco el sueño, pero se me escapa cuando comienzo a escuchar la melodiosa canción que definió mi adolescencia. Tears in Heaven sigue en mis oídos como si yo siguiera siendo la misma niña estresada y lastimada que alguna vez fui.
Me trasporta, me eleva y, consecuentemente… me derrumba.
La primera vez que lo vi esa canción sonaba, y sé que debería dejar de pensar en eso. Lo sé. Pensarlo lo perpetua, pero no puedo dejarlo pasar. ¿Cómo una canción puede sacar tantas cosas de dentro de mí? Esas son las maravillas del arte.
Me sudan las manos.
Lo admito, me da miedo pensar en en vernos otra vez.
+
Tras un largo y muy difícil de describir vuelo pongo la planta de mis pies otra vez sobre suelo estadounidense. El JFK me recibe exactamente de la misma forma que me recibió cuando lo pise por primera vez; como un número más. Me siento sola entre tanta gente, la multitud es abrumante.
Camino apresurada tras todos los pasos que migración pide y me concedo la piedad de saber que no tengo que ser buena en esto; estoy bajo presión, así que no me estreso si tardo mucho en sacar los papales que ellos me piden. Se siente mejor tratarme con cariño, que lastimándome los sentimientos por cosas pequeñas.
—Sophie —susurro, en cuanto la veo. Ella viene a buscarme junto a Clover. Como en los viejos tiempos.
Es extraño ver lo mucho que hemos cambiado. Somos tan distintas a lo que fuimos.
Sophie tiene el pelo largo, por las caderas, rubio y sedoso como rapunzel. Igual de delicada a la vista, con su nariz respingada y finos labios rosáceos. Clover se ve como si fuera la madre de la Clover que era; un poco más alta, con esas caderas amplias y hermosas, el pelo en el mismo pixie, pero con un rubio más limpio; antes ese pelo era verde fosforescente. Dos pares de ojos azules se fijan en mí y me abrazan apenas me acerco.
—¿Qué tal Noruega? —la rapidez del momento no me dejó salir de la sorpresa. ¿Qué estará pensando Sophie de mí ahora? O ¿Clover? Tenemos tiempo sin vernos y estoy consciente de que no soy la que se fue, pero ellas tampoco deben serlo, así que es nostálgico, pero retador volver a verlas.
—Hermosísimo —respondo —, un paraíso.
—He visto las fotos en tu instagram —me dice Clover, quién toma mis maletas mientras Sophie se aferra a mi brazo y caminamos hasta la salida.
—Mejor de lo que pudiera describir, creéme. Deberías tenerlo en cuenta en tu lista para la luna de miel.
—La anotaré —responde Soph, alegre como toda novia debería estar.
—Al final Soph lo consiguió, se casará con Anker —interrumpe Clover.
Ella se ríe con complicidad y timidez; lo amó desde el primer momento, fue su amor imposible de adolescencia y ahora será su esposo. Eso es digno de celebrar.
—Teníamos tanto sin vernos —susurro.
—Y se nos nota —responde Clover risueña. No puedo evitar contagiarme y río también. Sí se nota el cambio.
—Pero hay cosas que nunca cambian —dice Sophie cuando cesa la risa —, siempre supe que quería que ustedes fueran mis madrinas.
—Una de tus muchas —dice Clover.
—Ya, Clover —río —, es su boda, puede tener las que quiera.
—No te había visto desde… ya sabes, el cumpleaños de Asher.
—Nunca coincidimos en los países —cosa curiosa, porque Anker y ella se han ido de gira bastantes veces —, pero les aviso, chicas, que él y yo terminamos de forma muy amistosa, ¿Sí? Así que no será incómodo en la boda, no te preocupes, Soph.
—No es Asher que me preocupa —susurra Clov, nada disimulada. Y río nerviosa.
Seguimos bromeando sobre un par de cosas mientras nos dirigimos hacia afuera.
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Editado: 02.10.2024