La estrella que no pudimos apagar

Capítulo 9

—¿Usted sabe qué no entiendo? —pregunta Cecile al camarero —, ¿Por qué este filete está crudo?

—No está crudo, señorita, está en el punto. Nuestro chef es muy cuidadoso con el tiempo de cocción de su plato estrella.

Bajo la cabeza, todos en el restaurante nos están mirando.

—¿En serio? —cuestiona mientras corta delicadamente el trozo de carne —Le echo sal y se movería porque le pica en la herida de corte.

El camarero respira profundo, antes de responder.

—El filete se come así.

—Para eso me compro una vaca, le disparo y la muerdo.

—¿Desea que se lo lleve al chef para que lo caliente un poco más?

—Que lo cocine un poco más, querrás decir. Y sí, eso deseo.

Cuando Cecile y el camarero dejan de conversar, entonces poco a poco las miradas de los otros comensales se disipan.

—Mordí eso y aún tengo la sensación en la boca, como de que comí carne cruda. Se me revolvió el estómago, uno tiene que ver cosas. Trato de que en mi restaurante no sucedan cosas así, porque yo le especifiqué al inicio al camarero como quería el filete, el cliente lo pide de una forma, y así debe ser.

—Supongo que el chef prefirió hacerlo como quiso.

—Que pena que vine a pedir algo, no a recibir lo que el chef me quiera dar —rueda los ojos —. Vine a buscar un servicio que pagaré con mi dinero, si no pueden dar el servicio eso es válido, pero no que pague por algo que no quiero ni tocar. Esa vaca la presiono un poco y vuelve a latirle el corazón. No sé si ponerle sal o ponerle nombre.

—He visto videos de personas que se lo comen casi crudo, debe ser eso. Que el chef ha pensado…

—Yo especifiqué como lo quería. Di una orden clara. Y si es necesario llamaré a chef mismo.

—¿Y si mejor nos vamos a otro restaurante…?

—Quiero comer de este —dice simple y sigue analizando el menú —¿Te sientes bien? Ayer no tomaste mis llamadas.

—Quise darme un tiempo de paz. Pero estoy bien —sonrío y entonces, quizás por el tono de mi voz o como lo dije, Cecile levanta sus ojos del menú, como si fuera una anciana juzgona —, en serio. Fue solo eso.

Oh.

—Estoy excelente, de verdad —sigo sonriendo.

—Eso veo.

—Me siento excelente, Cece.

—Ya, ya.

Me siento incómoda por sus ojos, no sé explicarlo.

—Solo fue un pequeño bajón, pero ya estoy bien.

—Sí, sí, seguro que sí.

Un silencio se empalma entre nosotras, mientras yo solo puedo observar como la mirada de mi hermana oscila entre mirarme a mí y mirar a los otros comensales.

—¿Estás analizando a la competencia?

—Este es uno de los restaurantes que provocaron la quiebra del nuestro cuando estaban a cargo de mamá.

—¿Planeas abrir uno aquí otra vez?

—Aun tenemos el lugar, lo rentamos a unos abogados que pusieron sus oficinas ahí, en el primer piso. Así que está igual, solo pintar y acomodar algunas cosas.

—¿Por qué volver a abrir en esta ciudad si ya nos fue mal una vez?

—Yo voy a devolverle la gloria a nuestro apellido. Cuando alguien escuche Russo no va a pensar en papá, va a pensar en nuestro legado. Así que cada una de las fallas que existieron, serán resarcidas.

Quisiera estar la mitad de clara sobre cualquier cosa, como Cecile lo está sobre todo.

—No sé qué pasó con el cincuenta por ciento de los genes que nos diferencian —río —, pero sí que marcaron una diferencia. Yo soy toda emociones, y tú toda poder.

—Supongo que porque tú fuiste hecha sobre el amor, y yo sobre abuso de poder.

Es la primera vez que escucho eso salir de la boca de mi hermana. Todas, Cece, mamá y yo, estamos muy seguras y al tanto de que esos años que mi madre vivió con Cruise fueron más bajo coacción que por elección, pero ni mi madre ha querido nunca hacer referencia a esto.

—Mamá amó a Petya, y él a ella. Papá obligó a mamá, y ella no tuvo otra elección —Cece toma mis manos, y me mira directamente a los ojos —. Tú serás amada, te lo aseguro. No sé quién, no sé cuando y no sé como. Pero tu vida tendrá amor. Alguien te amará como te lo mereces. Yo, por otro lado, seré respetada. Y ningún hombre tendrá el placer de hacerme sentir menos.

—Ambas podemos ser ambas cosas.

—Así es, pero prefiero ser respetada, temida incluso.

—Sé que llegará el hombre que te merezca, Cece.

—No es necesario. Ya te dije, tendrás amor, yo tendré poder —acaricia mis mejillas —, y jamás dejaré que nadie nos haga daño otra vez, ni a nosotras ni a mamá. Seré el hombre que nadie supo ser.

Cecile es la hermana menor, pero me da miedo que sienta todo ese peso sobre sus hombros.

Ella sirve aún más vino en las copas de cristal, y veo como da un sorbo.

—¿De qué hablaron tú y Thomas?

—¿Qué? —casi me atragando.

—¿Quién crees que le dijo cual era tu habitación?

Se me cae la quijada.

—¿Creí que lo odiabas?

—Pero tú lo amas.

El vino tinto de cierta forma combina con el pelo rojizo de mi hermana, su limpia piel me parece porcelana y toda esa delicadeza me contrasta con sus ojos, oscuros como si fueran sangre vieja y añejada; toda la fuerza que denotan se centra en mí.

—¿De qué hablaron?

—Creo… que cerramos el ciclo.

—¿Cerraron el ciclo?

—Así es. Él fue a explicarme las cosas, al inicio estabamos muy centrados en eso, y luego… nos debilitamos. Salieron las emociones vulnerables, de ambos. Yo lo sentí como la verdadera despedida.

—¿Y él?

—Supongo que igual.

Fue decidido a despedirse de mí. Lo noté en cada paso, cada respiración, cada acción, cada omisión. Lo vi en las cosas que hizo y las que dejó de hacer. Sin embargo, sé que esos abrazos fueron nuestro talón de Aquiles. Justo ahí flaqueó su pensamiento tan socrático, sé que ahí nos volvimos platónicos, sé que ahí… dejamos de esforzarnos por hacer crecer una barrera, por plantar una pared, entre nosotros mismos. Ahí volvimos a ser los mismos de antes.

Se que ahí, volvimos a ser los mismos que fuimos cuando nos amamos.




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