La estrella que no pudimos apagar

Capítulo 10

—Me comentó que salió con otra mujer —le digo.

Sophie sigue zurciendo algo, no sé qué. Pero al parecer es muy buena, nos escucha activamente sin intervenir. Por lo mientras, Clover y yo nos lamentamos con fervor mientras miramos el cubo de helado gigante derretirse.

—Bueno, el mío se casó con otra mujer, apenas unas cuantas semanas después de estar conmigo.

Esta extraña competencia, la verdad, no sé quién la va ganando, pero por lo visto, ambas vamos perdiendo.

—Sigue en contacto con ella, son amigos —añado a mi caso —, es parte de su grupo de amigos incluso.

—El mío tiene que tener contacto con ella, es la madre de su hija. Tiene una hija con su ex esposa.

Nos quedamos calladas, por lo irónico de todo. Nos comemos, o más bien bebemos, el helado derretido. Clover y yo nos morimos de amargura, y Sophie tiene una tela blanca en sus manos, a la que le cose algo suavemente. Mientras nuestra cara es de pálidas abandonadas, la de la rubia pelilarga es de alguien que ya está viviendo su luna de miel.

Una de nosotras va a casarse, una no puede dejar de llorar y estar melancólica y la otra enfrenta este pesar con rabia y enojo. Tres vidas, tres amores, tres personalidades, tres diferentes situaciones.

—¿Y? —pregunta Sophie —No cambien las cosas, ¿Qué es eso de sentirse inseguras? Petra, tú eres la ex que no pudo superar y que aún no estando presente evitó que saliera con esa mujer, no al revés. Clover, tú eres la ex que no pudo superar y le puso tu nombre a su hija, no al revés. Esas mujeres, Dios las bendiga que no tengo nada en sus contras, no son razón alguna como para que estemos amargadas. No deben causar inseguridad —dice riéndo.

—No me siento insegura —susurro —, es solo que… es incómodo.

Sophie me mira con desconfianza.

—¿Por qué sería incómodo?

—Porque… uno no quiere imaginar a su ex con otra persona.

—No lo entenderías, no tienes exes —interviene Clover —, suertuda. La niña se va a casar con su primer novio y primer amor.

—Sí, tan lindo mi hombre —no se contiene en decir la ilusionada futura señora Avery.

La miramos falsamente mal, sí que ha tenido mucha suerte.

—Pero, ¿te molesta imaginarte a Asher con otra persona? —me pregunta.

—Es diferente…

—Sí, porque no tienes sentimientos por Asher —vuelve a decir Sophie. La confrontación me parece un poco extraña —. Ambas siguen sintiendo cosas por los chicos.

—Es obvio —Clover se come una cuchara gigante de helado, como si se quisiera atragantar —, donde hubo fuego cenizas quedan y tuvimos mucho fuego, pero eso no significa nada.

—¿En serio? —pregunta —¿No significa nada?

—Ay ya —nos reímos, y prosigo —. No sigamos hablando de eso.

+

Estos últimos cinco días, no he visto ni una sola vez a Thomas. Seguimos ambos en nuestro propio mundo, es curioso, porque es el mismo, pero no coincidimos. No sé cómo me hace sentir.

Es curioso saber que pronto nos veremos, porque me mantiene alerta. Y no sabría decir cómo me siento al respecto de que internamente siempre miro a mi alrededor para ver si él está, odio esa sensación. La detesto. Siempre quiero verlo, pero temo hacerlo. ¿Quién entiende mi corazón?

Vivo mirando sobre mi hombro para ver al menos un destello de su cara, y me decepciono dos veces, cuando no le veo y cuando me descubro que lo busqué.

Este nivel de confusión ya es extremo y extraño.

—Se supone que cerramos el ciclo, que nos despedimos —digo para mí misma mientras suspiro, enterrada en mis adentros, sin poder evitar aferrarme a mis propias rodillas y quedar en posición fetal a un lado de mi cama —, ¿Por qué sigo abriendolo?

No sé qué más decirme, qué más hacer. Respirar profundo jamás me había sido tan inutil, la melatonina no funciona, la medicación ni me roza y por más que lo intento, sigo extrañándolo. Extraño cosas que ni pasaron, extraño lo que pudimos haber sido. Detesto la melancolía que me provoca solo pensar en su nombre.

Digo que no me importa, que ya lo superé. Pero si lo veo me desplomo y si jamás lo veo me duele aún más. Digo que no es importante, pero cada vez que me despierto, pienso en su rostro.

Es lo primero que pienso al despertar, y lo último que quiero sentir al dormir.

La rabia invade mi cuerpo, rabia con mi propio corazón por aún pertenecer al mismo hombre después de tantos años. ¿Qué clase de autorespeto es ese?

Tomo mi celular, desbloqueo su número. Siempre lo tuve bloqueado, aunque no es como que él se haya dado cuenta… Nunca intentó escribirme.

Escribo algo, pero luego lo borro.

“Quiero verte…”

“No puedo seguir así…”

“Ven, por favor”

“Necesitamos hablar”

“No puedo verte más”

“Necesito verte”

“Thomas…”

“¿Aún me…?”

Nada de eso puede enviarse a su destinatario. Todos esos mensajes desaparecen incluso antes de ser enviados.

—Mierda…

Veo como en el chat aparece que él está escribiendo. ¿Qué estará escribiendo?

—¿Vio que escribía…?

Durante dos minutos eso parpadea mucho. Va y viene. Aparece y desaparece. ¿Qué estará pasando? Al parecer escribe y se arrepiente también. Al final, vuelve a salir por última vez. La etiqueta de “Escribiendo” no vuelve a verse. Y no envió nada.

Usualmente me decía cosas como “El que quiere puede”, o “Cada día que pasa es una decisión consciente que él toma sin verte”. También funcionaba pensar “Para tí es contacto cero, para él un día normal en su vida soñada”. Pero no funciona, porque lo vi llorar, lo vi abrazarme, lo vi sentirme, lo vi lamentarme… Eso destrozó la muleta que me ayudaba a caminar, la de pensar que podía seguir con mi vida porque él no me extrañaba, que esa necesidad que yo sentía no era recíproca.

Pero… ahora eso se cayó. Se fue… perdí esas armas. Porque sé que le importo, entonces no puedo obligarme a pensar lo contrario.

Lo malo del contacto cero, es que solo funciona cuando está en tu poder. Cuando fuerzas externas te obligan a romperlo, entonces… solo te deja en desventaja.




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