Thomas Bernard.
Jane está con la cabeza recostada sobre mi hombro. Durante estos años se ha encargado de mi floristería, ha cuidado de Demien, nuestro hermano menor, y se ha mantenido fuerte. No sé qué más ella podría hacer para demostrar su cuidado por mí.
Pese a haber recibido un trato no cuidadoso o preferencial en la vida, ella siempre se ha mantenido positiva, viendo lo mejor siempre. Y no podría agradecerle. Tanto el Thomas de ahora, el de hace unos años y el niño que necesitaba ser consolado… le agradecen. Que difícil debe ser luchar por ti misma, cuando eres la hermana mayor y debes hacerlo por todos los demás.
Sé que desea lo mejor para mí, que es la hermana mayor que todos deberíamos tener y que haría lo que sea por mi felicidad, que jamás me juzgaría. Pero aún así, no podría contarle que anoche he roto mi promesa.
Me da un atisbo de vergüenza, y un diluvio de miedo.
Durante un largo tiempo por llamadas ella me escuchó y fue mi apoyo en la ruptura, y a ella le juré que no iba a mentirle. Aún así, yo le escribí a Petra.
Me prometí a mi mismo que esa vez que la busqué sería la última. Que jamás volveríamos a tener que enfrentarnos directamente, que me controlaría.
No logré hacerlo.
Fallé.
Y mis manos tiemblan. La ansiedad vuelve a mi mundo tras mucho tiempo estando controlada, como queriendo recordarme que no puedo escapar de ella o de mi amor por Petra. Siendo el sudor caer por mi espina dorsal, mis labios resecarse y mis ojos llenarse de lágrimas.
¿Por qué no puedo dejar de llorar?
Releeo las palabras que envié, una y otra vez. Veo que lo leyó inmediatamente. ¿Qué pensará sobre esto?
No sé que planeo provocar, no sé ni lo que siento en este momento. Solo sé que quizás dejé de ser quién soy por unos segundos, y me volví solo quién aún la ama. No soy el mismo que juró no verla con los mismos ojos, solo soy el que tiene ojos únicamente para ella. Y he besado otros labios, he deseado otros cuerpos, he querido otros futuros, pero solo por la obligación a dejar de pensar en todo eso con ella. Jamás dejé de amarla, solo dejé de recordarme que lo hacía… Solo intenté olvidarlo, al menos.
Todas mis fuerzas, mis cuidados, mis decoros, mis respetos, mi límites, mi jamases… se esfumaron. Creí ser un cabellero, pero solo fui un cobarde.
Odio este momento, aunque odio más pensar que pude haberla hecho muy feliz, sé que pudimos haber tenido un “juntos por siempre”. Y lo arruiné.
Pudo haber sido esta nuestra boda.
Pudo ser…
No puedo vivir con esta sensación clavada en el alma.
Pudimos ser nosotros.
+
Miro las agujas del pobre reloj que cuelga en la pared. Yo aún no dejo de mirarlo.
El tiempo pasa, pero no he emitido ni una sola palabra en lo que creo que han sido horas. Es tan tal, que siento cómo se pegaron mis labios resecos uno contra otro. Los remojo, y los muerdo.
Había revisado nerviosamente el celular, para refrescar su chat, pero me controlé a mi mismo y decidí apagarlo. Ella no me escribirá, no sé por qué esperaba que lo hiciera…
Aprieto mi puño contra mi camiseta, luego restriego mis palmas, doy vueltas en la cama, respiro profundo, cuento hasta veinte y luego en reversa, intento lo que sea para poder desconcentrar mi mente
—Ha pasado tanto tiempo desde que te vi de esta forma —escucho que dice Jane desde la puerta. Me muevo rápido para verla.
—¿Desde hace cuánto estás ahí?
—Unos cuarenta minutos, esperando a que me notaras.
—Eres muy silenciosa —susurro mientras me incorporo para sentarme a una orilla de la cama.
—¿En Londres estabas así?
—No tan así —respondo.
Ella se ve curiosa, pero preocupada.
—¿Esto es por Petra? ¿Cierto?
—Me temo que sí —le sonrío levemente, pero sin poder levantar la vista del piso. Escucho como las ruedas de su silla se acercan, hasta quedar frente a mí.
—¿Entonces por qué te fuerzas a fingir que no? —me mira fijamente, pero yo no sé cómo decirle que no tengo fuerzas para fingir nada, aunque mucho menos para exteriorizar todo lo que siento. Es un nivel de cansancio mental tan fuerte, que me he quedado por horas en silencio, no sabiendo qué decir o cómo decirlo. Estoy paralizado, como cuando ves a tu mayor miedo frente a frente: pero ella no está por ningún lado —Quieres fingir que todo está bien, que tienes suficiente madurez para dejarla ir, que todo es parte del pasado; pero no puedes dejarla en él.
—No me da miedo no poder hacerlo —digo—, ya sé que no es posible dejarla en el pasado. Me da miedo obligarme a hacerlo, y perderme en el proceso.
—¿Miedo?
—Me da miedo convencerme en algún punto de que dejé de amarla.
—¿Por qué te daría miedo?
—Porque significaría que dejé de ser yo.
—Eso no suena como algo que tu psicóloga pensaría que es cierto.
—Pero lo es. Y aún así… no significa que de verdad haya algo que hacer, siquiera que rescatar.
—¿Crees que ella sea el amor de tu vida? —asiento a su pregunta —¿Cómo papá y mamá?
—Justo así.
—¿Entonces por qué sigues aquí? ¿Por qué… no luchas?
—No puedo saber si soy el de ella. Y tampoco puedo… forzarme a volver a entrar a su vida. Le hice mucho daño.
—Eran inmaduros, ambos. Han cambiado mucho.
—Aún no puedo dejar ir la forma en la que terminamos… —las mismas malditas lágrimas que me han atormentado por años, tomando mi alma y llevándola a mis vísceras, vuelven a querer salir —Que forma tan mediocre de cortar, cuando teníamos tanto amor por el otro. ¿Ves la forma en la que se aman todos a nuestro alrededor? Ningún amor es la mitad de puro e inocente como el que Petra y yo teníamos. No hay un amor que haya tenido tanto anhelo y cuidado como el nuestro.
—Sé que se amaron mucho —dice mientras acaricia mi espalda.
No quiero comprensión. No quiero ternura. No quiero sentirme entendido. No quiero nada ahora mismo.
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Editado: 27.07.2025