El viento soplaba con fuerza sobre la gran masa de agua. Hacía veinte largos días que navegaba solo en busca de su barco azul.
En la ciudad nunca tenemos tiempo, pero en el mar el tiempo parecía tan infinito como el horizonte mismo, eterno.
Y eterna era la búsqueda y eterna se hacía la espera, estaba asustado... ¿y si nunca podría volver a verla? Que egoísta parece el mundo con nosotros, que junto al azar, juega con nuestros planes… como si mal lo tratáramos.
El día número veinticinco me encontré atrapado en una gran encrucijada. Feliz porque mi barco ya no era el único en el agua, pero en problemas…
Bajo amenaza el ancla inmovilizó mi embarcación, y aquellos marineros se aprovecharon de lo último que me quedaba para sobrevivir en la búsqueda de mi amada.
No podía dejarla sola y perdida en aquella inmensidad, no podía volver a casa, pero si no lo hacía moriría y tampoco podría encontrarla.
Y fue entonces cuando dejé mi barco a la deriva que el tiempo se decidió a pasar al fin.
A lo lejos, un pequeñísimo punto azul se acercaba desde el sol, me devolvía sus ojos… me devolvía la luz.