Antes bastaba una palabra tuya
para deshacerme.
Ahora,
ni siquiera tu silencio me rompe.
Me costó.
Me arrastré internamente
por cada excusa que inventabas.
Me tragué tantas lágrimas
que aprendí a saborear la sal
como si fuera rutina.
Pero hoy...
ya no suplico.
No espero que regreses.
No busco tus ojos en la multitud.
Te llevaste partes de mí, sí...
pero no las mejores.
Y si vuelves,
no sabrás reconocerme.
Porque ya no soy la herida.
Soy la cicatriz que aprendió
a no sangrar por quien no lo merece.