La eternidad en un mar de estrellas.

Cap. 2: El amable ladrón de relojes.

Debía llegar el día en que yo me cansara del trato infernal de Griselda, ¿no crees? Ese día llegó… aunque, pensándolo bien, fue por algo que podría parecer tonto a comparación de todo lo que escribí anteriormente, por ello, déjame describirlo tan dramático como yo lo sentí.

Era un niño, ¿ok? Como cualquier niño, era imposible que no quisiera un maldito juguete para jugar, pero, ¿qué podía hacer? ¿Tomar uno de mi hermano? Jamás, si lo hacía, no solo Griselda me golpearía, seguro que Santiago se unía a la golpiza por meterme con algo de su precioso hijo. Así que, a la edad de 7 años, hice lo que tuve que hacer para conseguir un puto cochecito: Salir a trabajar.

Yo regresaba de la escuela un poco antes de que dieran las 2:00 de la tarde, luego esperaba a que Griselda, Santiago y Román terminaran de comer para yo comer sus sobras, tras eso, me quedaba encerrado en mi habitación lo más silencioso que me fuera posible y volvía a salir como a eso de las 8:30 de la noche para cenar mis respectivas sobras. Sabía que si tenía que trabajar, debía hacerlo entre las 6 horas y media que me mantenían cautivo en mi habitación.

No es que me quiera lucir contigo…

—Claro que quieres —debes estar diciendo.

No, no, no… bueno, sí, tal vez solo un poco…

¡Pero yo era un niño realmente listo! Lo juro. Así que, lo primero que me dispuse a conseguir, fue un reloj de bolsillo. Te daré un poco de contexto. Cuando tenía 6 años y entré a mi primer año de primaria, me llevaron de la escuela a la casa en auto la primera semana, luego Griselda dijo que esos 5 días habían sido más que suficientes como para que yo me hubiese aprendido el camino, así que luego de ello, comencé a ir y regresar de la escuela caminando ¡solo! Recuerdo que me perdí alrededor de 15 veces, y cuando me encontraban, Griselda solía enojarse mucho, y como castigo por hacerla «esforzarse mucho» pidiéndoles a unos sirvientes que me fueran a buscar, Griselda le pedía a una sirvienta que me pusiera las manos en un comal caliente por diez segundos. Esos eran los segundos más largos de mi vida.

(Universo 2, E10, 55 años desde el nacimiento de los hijos de Junuem)

Ya luego de más de un año yendo a la escuela solo, no solo me memoricé el camino a ella, había aprendido algunos atajos, algunos más peligrosos que otros, pero de algún modo, cuando me metía en problemas, por ejemplo, un día, así, casual, me topé con una balacera al pasar cerca de un callejón, yo saqué unas fuerzas tremendas de no sé dónde y corrí mucho rápido que muchos adultos, ningún ladrón o perro logró alcanzarme jamás, y es que, nada me daba más miedo que salir herido y que Griselda me golpeara por estúpido.

Cuando pensé en conseguir mi reloj de bolsillo, recordé que en uno de los muchos atajos que conocía, pasaba por un parque atrás de la escuela, ahí había sin falta un hombre que bebía alcohol hasta quedarse dormido, siempre traía con él su reloj saliéndose de su bolsillo, era muy bonito y fui testigo de cómo varios ladronzuelos quisieron tomarlo, pero el hombre se despertaba y los apalizaba con su bastón. Me daba miedo, pero no más que Griselda.

Casi siempre, mi profesor me prohibía salir al receso por algún «error» mío, pero si quería ese reloj, necesitaba hacerlo durante el almuerzo, ¿por qué? Bueno, en realidad al principio pensé en hacerlo después de la escuela, pero recuerdo que estaba muy nervioso porque era mi primer robo, y sentía que cualquier cosa me podía delatar, por eso como que me puse un poco paranoico y pensé que si me tardaba mucho en robar el reloj y llegaba un minuto más tarde de lo usual a casa, Griselda me mataría, por tanto, hacerlo saliendo de la escuela no era un opción, debía hacerlo en el almuerzo.

Durante toda una semana y media me comporté lo mejor que pude para que el profesor me dejara salir, fue difícil, pero por fin lo logré, y sin pensarlo un instante, corrí hacia la parte trasera de la escuela donde casi no iba nadie y escalé la barda por la parte más baja que había.

—¿Escapando de la escuela? —preguntó alguien a mis espaldas luego de que hubiera saltado hacia el otro lado.

Tragué saliva—. N-no —farfullé de cara a la barda. Me giré y miré cuidadosamente a quien tenía delante, un niño.

Él era una cabeza más alto que yo, súper delgado, vestía una playera rota del hombro derecho de color verde y un pantalón de mezclilla rotísimo de las rodillas, sucio a más no poder, le quedaba zancón, era obvio que era para un niño incluso más chico que yo, pero gracias a su flacura lograba ponérselo. Su cabello era castaño oscuro, lo tenía un poco largo, al menos más largo que el mío, sucio y grasoso, era evidente que habían pasado días desde la última vez que había sido lavado.

En ese momento solo pude ver que sus ojos eran verdes, así que, aunque pensé vagamente que me gusta la mirada en sus ojos, no le di demasiadas vueltas al por qué, ya que mi cabeza estaba más centrada en el reloj que estaba por robar, pero, ¿sabes?, tiempo después, cuando ya había visto esos ojos cientos de veces, pude admirar la pasión y valentía en ellos, y supe que eso era lo que realmente los hacían hermosos.

Wow, qué cursi, hasta yo me di asco.

—Deja de examinarme tanto —gruñó él—. Soy un niño pobre que no asiste a la escuela, ¿y qué?

—¡L-lo siento mucho! —farfullé mientras agachaba la cabeza.

Para serte sincero, gracias a Griselda, tenía tanto de miedo de las personas que sentía que si hablaba de más, me podrían patear el trasero, así que una vez controlé los temblores de mis piernas, alcé la vista que había mantenido pegada al suelo por un rato y volví a mirar al niño para decirle que ya me tenía que ir, pero cuando vi su cara, me di cuenta de su mirada fija en la torta que yo sostenía en mis manos.



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En el texto hay: muertes, viajes en el tiempo, super poderes

Editado: 29.10.2023

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