La eternidad en un mar de estrellas.

Cap. 3: De la misma forma, y con la misma fuerza.

Éramos un par de niños tontos, supongo. Recuerdo que César y yo estábamos tan felices de tener un montón de cosas qué vender, que no pensamos en la posibilidad de que nadie nos compraría algo. Ahora, viendo hacia atrás, no me extraña, éramos unos niños mugrientos a quienes las personas les fue fácil ignorar, cuando sus ojos se topaban con los nuestros, de inmediato apartaban la vista y continuaban caminando, olvidándose por completo de nosotros. Habíamos sentido tan cerca el momento de poder comprarle algo a mamá Sandra, que el hecho de que no pudiéramos vender nada ese día, dolió tanto que incluso César, siendo tan fuerte como lo era, no pudo suprimir sus lágrimas de decepción.

—Deberían regresar pronto a su casa —nos aconsejó un hombre luego de acercarse a nuestro pequeño y deplorable puesto, justo cuando nosotros ya estábamos considerarnos retirarnos—, pronto va a oscurecer. —Tomó un libro de cocina, el cual había encontrado yo una semana atrás—. Mi hijo se ha estado quejando últimamente de que solo hago sopa, arroz y huevo, creo que esto podría serme de ayuda. A ver, chicos, piensen en un número muy grande y díganmelo.

César volteó a verme en busca de ayuda.

Tanto César como yo, no habíamos aprendido cantidades muy grandes, de hecho, el número más grande que yo había aprendido en la escuela era el cien, me sentía tan presionado por pensar en un número más grande que el cien, un número desconocido para mí, que comencé a sudar por todos lados.

Miré hacia el hombre a la cara, aunque no a sus ojos porque estaba muy nervioso, y le di mi respuesta—. Cien… cien veces cien…

—Ah… eso es muy grande.

—Diez veces cien —dijo César de inmediato.

El hombre sonrió—. Está bien. —Metió su mano en su bolsillo y sacó diez billetes de cien—.  Ah… pero si les doy tanto dinero, puede que los asalten.

César abrió los ojos con sorpresa—. ¿¡Nos iba a dar todo ese dinero!?

—Eso fue lo que pidieron por el libro, ¿no?

Negó con la cabeza—. Nosotros… no…

—¿Qué pasa?

—… Es un libro barato que encontramos en un basurero —musitó con el ceño fruncido—, quiere darnos diez veces cien cuando no vale más de una moneda de diez… estaría mal que aceptáramos todo ese dinero por un libro mugriento. ¿Acaso nos tiene lástima? Nosotros no la necesitamos…

—Entonces… ¿te parece si te doy cien y los otros nueve cien te los doy a cambio de que tú y tu hermano trabajen para mí?

Esta vez, me armé de valor y miré al hombre directo a los ojos—. ¿Trabajo? ¿Qué trabajo?

—Creo que con eso sí están de acuerdo —dijo el hombre entre risas—. Mi nombre es Guilmer Montecaso, soy el supervisor de los camiones de carga de este mercado, son demasiado pequeños para conducir un camión, pero quizás puedan ayudar a bajar las cajas, las pequeñas y livianas para ustedes, son un montón y hay que ir de aquí para allá, francamente necesito mucha gente y estoy buscando más cargadores. Así que, ¿aceptan trabajar conmigo?

—¡Seguro! —contestamos César y yo.

—Bien, entonces los veo la siguiente semana cuando el Sol comience a salir, aquí mismo. —Nos sonrió una vez más y luego se retiró.

—¿Escuchaste lo que dijo? —me preguntó César mientras ponía una mano sobre mi hombro.

Sonreí—. Sí, tendremos trabajo.

—No hablo de eso… dijo que quería vernos en la mañana.

Mi sonrisa se desvaneció—. Ah… rayos, yo no puedo.

—Además de eso… te llamó mi hermano —recordó un poco tímido.

—¿Crees que nos parecemos?

Se encogió de hombros y sonrió—. Quién sabe, pero de verdad eres como mi hermano menor.

Le devolví la sonrisa—. Y tú eres como mi  hermano mayor.

Fue luego de eso, que comenzamos a llamarnos hermanos. El problema con el horario de trabajo lo solucionamos con el supervisor, César trabajaba en las mañanas descargando, mientras que yo trabajaba en las tardes regresando las cajas a los camiones.

Pero antes de eso. Al día siguiente de que nos encontramos con el supervisor por primera vez, César y yo volvimos a ir al mercado, pero esa vez no fue como vendedores, sino como compradores. Teníamos los cien que el supervisor nos había dado a cambio del libro de cocina, nos sentíamos tan ricos que teníamos la sensación de poder comprar el mercado entero, pero no… obviamente no…

Recorrimos todo el mercado para buscar algo bonito para mamá Sandra, tardamos muchísimo más de lo pensamos, y no porque el mercado fuera grande, sino porque no sabíamos qué comprarle con lo que teníamos. Luego de tres horas, finalmente nos decidimos por comprarle un collar de plata que costó justo lo que llevábamos. Llegamos a casa de mamá Sandra totalmente felices, ella nos estaba esperando dentro, mientras limpiaba algunas chácharas que ella y César habían encontrado en la basura esa mañana.

—Saben niños, hoy es mi cumpleaños —dijo ella con una expresión totalmente seria—, normalmente, estaría muy enojada, se largaron a quien sabe dónde y me dejaron sola —, su cara se iluminó y comenzó a sonreír—, pero volví al basurero a pepenar mientras ustedes no estaban y miren con qué me he encontrado. —Nos mostró… un… collar…—. ¡Es tal lindo! ¡No puedo creer que esto haya estado entre la basura! ¡No me lo quitaré nunca!



#15040 en Novela romántica
#9098 en Otros
#1430 en Acción

En el texto hay: muertes, viajes en el tiempo, super poderes

Editado: 29.10.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.