Miré mi reloj cuando llegué al basurero, eran las 3:37 de la tarde… o sea, ¿ves? Hasta recuerdo la hora exacta porque ese fue el día en que te conocí, así me traes desde entonces. A esa hora, normalmente mamá Sandra y César ya estarían por ahí pepenando, pero no había rastro de ellos. Me subí a la montaña más grande de basura que había, y los busqué con la vista sin hallarlos, pensé que quizás estarían en una zona más alejada de la que acostumbraban pepenar, por ello decidí buscarlos por todo el basurero, en parte, porque si no me movía, el maldito frío me iba a congelar.
Fue entonces que me llamaste—. Massiel…
Volteé a ver de dónde provenía tan melodiosa voz, y vi cómo corrías hacia mí en medio de un campo de flores, me sonreías alegremente y tu cabello se movía con tanta gracia que parecía danzar, llegaste hasta mí y te lanzaste sobre mis brazos, era una imagen perfecta que tenía como fondo el atardecer de un verano…
Ah, no, que estábamos en invierno.
—Massiel…
Volteé a ver de dónde provenía la ronca voz con la que me llamaste con dificultad, se te había cerrado la garganta por esperarme más de una hora en un basurero, expuesta a la ventisca de uno de los días más fríos de aquel invierno, y el Sol ni siquiera te pudo calentar un poco porque las nubes decidieron nublar el cielo.
—¿Quién es usted? —te pregunté y me acerqué a ti lo suficiente como para notar lo roja que el frío te había puesto la cara.
Soltaste una nube de vapor de tu boca y extendiste tu mano hacia mí con una bolsa—. Una amiga. Tómalo, es un regalo.
Miré el interior de ella y saqué un par de guantes azules, luego te miré, confundido.
—Esos guantes son para tu hermano… y no me refiero a tu hermano gemelo, sino de César, hay otros guantes en la bolsa, unos rosas para tu mamá Sandra, y unos amarillos para ti, sé que el amarillo es tu color favorito.
Ladeé la cabeza, nunca me había puesto a pensar en mi color favorito, pero tenía claro algo—… A mí… no me gusta tanto el amarillo.
— ¿¡No te gusta…!? —Se aclaró la garganta—. Pensé que te gustaba… es el color de las luces de las luciérnagas...
Te miré confundido, porque, aunque conocía a las luciérnagas de imágenes en libros y creía que eran bonitas, tampoco era como que me fascinaran... al menos no en ese entonces.
—… En fin, además de los guantes, hay un desinfectante, unas vendas, y otras cosas que podrán servirle a la señora Sandra, se lastimó mientras estaba trabajando, es una herida bastante seria, date prisa y ve a curarla.
—¿Por qué me está dando esto?
Te inclinaste un poco para quedar a mi pequeña altura y me diste varias palmaditas en la cabeza—. Porque quiero —dijiste con una sonrisa—. ¿Qué estás esperando? Ve y anda con tu verdadera familia.
—¡Si! Muchísimas gracias. —Me di la vuelta y corrí fuera del basurero.
Volteé a verte un par de veces mientras me marchaba, tú te quedaste plantada en el mismo lugar, me mirabas yéndome sin dejar de sonreír, sin embargo, me dejaste preocupado, tus ojos no lucían alegres, de hecho, parecía como si estuvieras a punto de llorar.
Por tu expresión, tuve la impresión de que aunque me estabas viendo, no era a mí a quién veías, tus ojos visualizaban a un Massiel que yo no conocía, y al darme cuenta de eso, mi pecho se oprimió. Algo me decía que debía darme prisa e ir con mamá Sandra, pero a la vez, quería regresar y estirar mi mano hacia a ti, porque sentí que no debía de abandonarte allí. Por un momento, a pesar del fuerte ruido del viento helado golpeando mi cara, durante la última vez que me giré para verte antes de marcharme, mis oídos dejaron de escuchar todo sonido. ¿Por qué? ¿Desde cuándo? No lo sé. Pero tus ojos ya no veían nada. Mientras corría con el aire faltándome, me pregunté por qué sentí que nuestro encuentro había sido más bien una despedida, y por qué eso me dolía tanto.
Bueno, la verdad no fue tan así, tenía 8 años, en ese entonces no tenía pensamientos tan profundos, pero sí noté que no estabas bien y me fui preocupado por ti.
¿Cómo debería explicarte esto…? Era la primera vez que yo te veía, pero no lo era para ti, tú me conocías desde hacía mucho tiempo, pasaste toda clase de momentos conmigo, aunque no exactamente conmigo, ok, esto es muy difícil de explicar, pero dejémoslo como que viviste momentos conmigo que yo todavía no vivía, y que de hecho, nunca viví. Tú apariencia en ese momento parecía ser el de una señorita de 24 años, más o menos, pero en realidad habías vivido muchos más años que eso… sufriste por muchísimo tiempo…
Bueno… regresando a la historia, cuando llegué a casa de mamá Sandra, vi que tenías razón, mamá Sandra estaba lastimada, tenía una liga mal amarrada en el brazo y un trozo de tela sucia con el que trataba de parar el sangrado, presionándolo sobre su herida, era increíble la cantidad de sangre que estaba regada por todas partes. Por fortuna yo tenía conocimientos básicos sobre cómo curar una herida, después de todo, había visto cientos de veces al doctor familiar curar las heridas que me provocaba Griselda.
Cuando terminé de limpiar la herida, tratar de coserla y luego vendarla, mamá Sandra me abrazó con la misma fuerza y calidez con la que yo recordaba sus brazos, me susurró lo mucho que me había extrañado y lo preocupada que estaba al pensar que algo me hubiera pasado. César no dijo nada, aunque da igual porque sé que él se sentía de la misma manera, pero en ese momento él tenía la cabeza en otra parte; yo no tenía ni idea, pero de hecho, César había anticipado mi llegada, y mientras me veía curando la herida de mamá Sandra, él se concentró en terminar de memorizar una fecha y una hora.