Aún nadie se explica cómo es que el bebé sobrevivió, pero lo hizo. Salió del baño en el que había sido encerrado y devoró todo lo comestible que había en la casa, incluso animales que se llegaban a colar. El bebé creció durante un poco más de 2 años criándose como un completo animal, desnudo y sin que nadie lo guiara, pero cuando no encontró nada más qué comer, su instinto de sobrevivencia lo orilló a salir de ahí para buscar más comida.
El pueblo entero entró en caos, el primero que tuvo el valor de enfrentarse al nene con toda la intención acabar con su vida, solo logró asustarlo, más no dañarlo, porque antes de poder hacerle algo, el bebé actuó en defensa propia y mató al hombre. Nadie más le quiso hacerle frente. Entonces apareció Fabián, su tío, él único lo suficientemente calmado como para saber que lo que el pequeño monstruo tenía, era hambre. Así que tomó unos panes y con ellos atrajo al bebé de nuevo a su antigua casa, y se encargó de reforzar todas las salidas y entradas para que su sobrino no pudiera escapar otra vez, al menos no con facilidad. Desde entonces, Fabián fue el encargado de alimentar a su sobrino para evitar que éste buscara salir, era lo único que hacía, su única interacción con él era esa. Pero unos años después, ocurrió un incidente que revivió el miedo por el monstruo en el pueblo.
Los adultos solían decirles a los niños que no debían acercarse a la casa del monstruo, pero nunca daban muchas explicaciones, grave error, ¿no crees? Porque solo consiguieron atraer la atención de niños curiosos hacia esa casa, y un día, un grupo de niños desobedecieron a sus padres y se acercaron, no solo eso, vieron entre los palos que rodeaba la casa a un niño desnudo en el patio y se burlaron de él, para el pequeño, que nunca había escuchado el sonido de niños carcajeándose, fue un sonido desconocido y aterrador, tenía miedo y no sabía qué hacer.
Uno de los niños, el que tenía el papel del líder, era muy ágil y se las ingenió para meterse a la casa saliendo solo con un rasguño, una vez dentro, incitado por las vociferaciones de ánimo de sus amigos, tomó una rama del suelo y comenzó a picar al pequeño monstruo con ella. Habían pasado ya varios años de eso, y aquellos niños que presenciaron cómo su amigo era despedazado frente a ellos, es la causa de todas sus actuales pesadillas en las noches.
Tras aquello, Fabián fue obligado a interactuar más con su sobrino, se vio presionado por las demás personas del pueblo a que le enseñara al pequeño que matar a la gente estaba mal, así que desde entonces Fabián ya no solo fue su alimentador, fue también el encargado de vestirlo, aunque fue difícil hacer que el pequeño se acostumbrara a la ropa, y también de enseñarle a hablar para que entendiera que si volvía a matar, ya no le iba a dar de comer.
—Y ya, eso es prácticamente todo —nos dijo Fabián.
El supervisor y yo cruzamos miradas.
—Entonces, ¿aún lo quieren? —nos preguntó cruzando los brazos.
—Lo queremos —me apresuré a contestar—. Solo una última cosa, el nombre del pequeño no es monstruo, ¿cuál es?
Frunció el ceño y bajó la mirada—… Eider… ese es el nombre con el que mi hermana lo quería llamar.
La historia de Eider me hizo volverme más consciente de lo estúpida que podía ser la gente, Eider era un niño, yo estaba seguro de que no era malo, solo necesitaba de alguien diferente a Fabián que supiera guiarlo, que le enseñara correctamente lo que estaba bien y lo que no, y que no lo viera con ojos de miedo o ira. A él lo llamaban monstruo y le temían, pero en realidad él solo actuó en defensa propia, sacó a relucir aquellas garras porque tenía miedo, él era el único que de verdad estaba asustado. Aquí entre nos, me afectó a un nivel bastante alto su historia, porque tanto a Eider como a mí, nos querían matar por poseer un poder con el que no pedimos nacer.
Luego de romper algunos palos con un hacha, se abrió un espacio por el que Fabián, el supervisor y yo pudimos pasar, Eider no estaba en el patio, así que nos abrimos paso entre la hierba alta teniendo cuidado de cualquier animalillo que se arrastrara por ésta y cruzamos la puerta a punto de caerse de la entrada de la casa. La casa no contaba con electricidad, y tampoco tenía muchas ventanas, por lo que estaba bastante oscuro adentro, no voy a mentirte, aunque una gran parte de mí quería ayudar a Eider y sacarlo de ahí, el ambiente de esa casa y la sensación de temor que me provocaba, me hizo luchar conmigo mismo por no salir corriendo y huir como vil cobarde.
—¡Mocoso! —lo llamó Fabián—. ¡Deja de esconderte y sal!
Escuché el ruido de algo caerse en una habitación al fondo en donde casi no llegaba la luz que entraba por la puerta, seguida por el sonido de pasos que hacía rechinar el piso de madera, luego el pomo de la puerta de esa habitación girar, para luego abrirse poco a poco mientras yo me sujetaba los pantalones por temor a que se cayeran del susto. Entonces lo vi, un niño de 11 años, pequeño y flacucho, con el pelo tan largo que casi llegaba al suelo, usando una camisa vieja que le quedaba gigante, probablemente originaria de Fabián. Eider y yo cruzamos miradas por varios segundos y luego él se acercó curioso hacia nosotros sin apartar su mirada de mí.
—Así que tú eres Eider —dijo el supervisor. Se inclinó un poco, poniendo sus manos sobre sus rodillas, y le sonrió amablemente al pequeño—. ¿Te gustaría salir de aquí?
Eider volteó a ver a Fabián con nerviosismo.
—Te están preguntando algo, responde —pidió Fabián ante la mirada de Eider.