Desde que la señora Miriam tenía memoria, su mamá siempre conversaba alegremente con su mejor amiga sobre cómo sus pequeños crecerían y se convertirían en marido y mujer.
—Definitivamente Guilmer y Miriam están destinados a estar juntos —decían mientras reían.
La señora Miriam no tenía otro amigo más que el supervisor, y el supervisor no tenía otro amigo más que la señora Miriam, crecieron con un enorme apego y cariño por el otro, lo hacían todo juntos y se cuidaban mutuamente, y cuando fueron creciendo, aún con la idea de que terminarían casándose, comenzaron a expresarse cuánto se querían mientras planeaban un futuro juntos.
Fue solo hasta sus 21 años, que por primera vez la señora Miriam se cuestionó el amor que decía sentir por su esposo, ella pensó que estaba enamorada del supervisor porque eso era lo que su madre decía, pensó que quería casarse con él porque desde muy pequeña le dijeron que lo iba a hacer, e incluso ahora era madre de un niño que tenía por padre a un hombre que quizás, veía más como un amigo, porque si comparaba el cariño que le tenía al supervisor con la enorme atracción que comenzaba a sentir por Tahiel, se hacía más y más claro para ella que no sentía lo que una esposa debería sentir por su esposo.
Unos días después, el supervisor apareció enfrente de la mansión azul gritando el nombre de su esposa, la señora Miriam aún estaba muy confundida con sus propios sentimientos y había estado tratando de no pensar en el supervisor, porque no estaba lista para aceptar que no estaba enamorada de él, así que escuchar su voz la asustó, porque era consciente de que ya no podría seguir actuando igual con él, pero no sabía cómo enfrentarlo.
Tahiel y la señora Miriam habían tomado interés en armar torres de juguete y ese día se encontraban construyendo una en la sala cuando escucharon la voz del supervisor, entonces Tahiel vio la cara de ella palidecer y el juego se detuvo, tomando en cuenta la promesa que le había hecho a la señora Miriam, Tahiel no podía lastimar al supervisor, pero entonces, ¿qué debía hacer si era él el que iba a atacarlos? Incluso si era en defensa propia, Tahiel no podía hacerle daño.
—Saldré yo —dijo Basilisa.
—¿Seguro? —preguntó Tahiel.
Basilisa asintió—. Lo mejor sería solucionar esto de un solo golpe, hay que dejarlo inconsciente para que deje de pelear y regresarlo a su ciudad. Tú no sabes controlar tu fuerza, puedes matarlo sin querer, Jano sigue un poco enfermo, Ilhan solo pude ahogarlo o morir en sus manos, Simona y Casper no saben pelear, el resto de los delincuentes no podrá con él, y solo quedo yo.
—Bien… entonces, te lo dejo a ti.
Fue así como Basilisa salió a enfrentar al supervisor, y terminó de la manera que ella tenía planeado. Pero a los pocos días el supervisor regresó, se volvió a enfrentar a Basilisa, volvió a perder, y volvió a regresar. Al principio, a Tahiel le parecía preocupante la persistencia del supervisor, ya que temía que un día Basilisa le fuera a hacer daño… pero luego de un tiempo, el supervisor le pareció tan molesto, que deseó que sin querer se fuera a hacer daño, lo suficiente como para que no regresara a la mansión nunca más.
Fue por ello, que un día, cansado de la terquedad del supervisor, Tahiel decidió mandar a Jano en lugar de Basilisa a pelear contra él, obviamente con la orden de no matarlo, pero incluso tratando de contenerse, el poder de Jano era tan abrumador que el supervisor tuvo que mantenerse pegado a una cama por mucho más tiempo del habitual.
Luego de dos meses sin ningún rastro del supervisor, la señora Miriam no dejaba de darle vueltas a que quizás su esposo se hallaba al borde de la muerte, así que estuvo durante una semana entera convenciendo a Tahiel de que la dejara ir al hospital de Kleidi para verlo, prometió no hablar con él ni acercársele, es más, no dejaría que él la viera a ella, solo deseaba comprobar que se encontraba bien, y ya que en realidad Tahiel se sentía un poco culpable por haber mandado a Jano a pelear con el supervisor, terminó dejando a la señora Miriam ir a visitarlo, aunque con la condición de que él mismo debía acompañarla.
Cuando ese par llegó al hospital de Kleidi, se presentaron como familiares del supervisor para que así una enfermera les indicara la dirección en la que se encontraba, al llegar a la puerta de la habitación, Tahiel se asomó por la pequeña ventaba que había en la puerta para comprobar si el supervisor se encontraba ahí, pero luego de asomarse por la ventana, miró con sorpresa a la señora Miriam por unos segundos y negó con la cabeza.
—No está aquí.
La señora Miriam ladeó la cabeza—. ¿Qué? Pero la enfermera nos dijo claramente que esta era su habitación.
—Debe de haberse confundido…
—¿No será que no quieres que vea a mi esposo?
Tahiel tragó saliva—. N-no sé de qué hablas.
—Apártate. —Lo empujó ligeramente para ocupar su lugar frente a la puerta y luego se puso de puntitas para asomarse por la ventana.
El supervisor se encontraba recostado en una camilla con algunas vendas cubriendo sus brazos, parecía que aún estaba herido, pero estaba lo suficientemente bien como para dejar que una joven enfermera se sentara en sus piernas y agarrarla de la cintura mientras la besaba. La señora Miriam tuvo sentimientos encontrados una vez más, estaba enojada y triste por haber sido traicionada, pero, por otro lado, le aliviaba saber que el supervisor podía tener a otra mujer distinta de ella a su lado, aunque ese alivio la hacía sentir mal consigo misma de alguna forma.