Podemos atribuir una relación
La ética del hacker y el espíritu de la era de la información
platónica a cualquiera, con independencia de la filosofía, religión o cultura que pueda suscribir. Del mismo modo, podemos hablar de la <<ética protestante>> de alguien haciendo caso omiso de cuál sea su fe o cultura. Así, un japonés, un ateo o un católico devoto pueden actuar, y a menudo actúan, de acuerdo con la ética protestante. No es preciso buscar mucho para darse cuenta de lo poderosa que aún es la fuerza de esta ética. Una declaración tópica como la de <<quiero hacer bien mi trabajo>> o la de muchos empresarios en sus breves discursos con motivo de la jubilación de alguno de sus empleados, a los que ensalzan por <<lo diligente/responsable/leal y de confianza>> que ha sido, constituyen el legado de la ética protestante, pues no se cuestionan en ningún caso la naturaleza misma del trabajo. Elevar el trabajo a la condición de lo más importante en la vida es otro de los síntomas de la ética protestante, hasta el extremo de poder convertirse en una adicción al trabajo que conduzca a la completa desatención de los seres queridos. De este modo el trabajo se realiza con las mandíbulas prietas y con una actitud de atormentada responsabilidad, al punto de que la mala conciencia aflora cuando no se puede cumplir con el trabajo debido a un problema de salud. Considerado en un contexto histórico más amplio, no es sorprendente este continuado predominio de la ética protestante pues, si bien nuestra sociedad red difiere en gran medida de su antecesora, la sociedad industrial, su <<nueva economía>> no comporta una ruptura completa con el capitalismo descrito por Weber; se trata sólo de un nuevo tipo de capitalismo. En la era de la información, Castells subraya que el trabajo, en el sentido de tiempo laboral remunerado, no está en vías de extinción, pese a previsiones disparatadamente paradisíacas como las de Jeremy Rifkin en El fin del trabajo. Es fácil dejarse llevar por la fantasía de que los avances tecnológicos harán que nuestras vidas estén automáticamente menos centradas en el trabajo, pero si examinamos los hechos empíricos del ascenso de la sociedad red hasta la fecha y los proyectamos hacia el futuro, tendremos que convenir con Castells en la naturaleza del patrón aún dominante: <<El trabajo es, y será en un futuro previsible, el núcleo de la vida de la gente>>(22). La sociedad red no pone en tela de juicio la ética protestante. Campando a sus anchas, ese mismo espíritu centrado en el trabajo sigue dominando sin problemas. En este contexto más amplio, la naturaleza radical del hackerismo consiste en su propuesta de un espírito alternativo para la sociedad red, un espíritu que finalmente cuestiona a la ética protestante. Y sólo en este sentido cabe afirmar que todos los hackers son realmente crakers: porque intentan romper el cerrojo de la jaula de acero.