En una época en que la motivación del dinero ha pasado a ser tan poderosa que lleva a impedir cada vez más el acceso a la información, sorprende ver cómo estos hackers explican la razón por la cual emprendieron un proyecto tan descomunal como Linux, cuya fuerza rectora no es el dinero, ya que sus frutos son compartidos con terceros. Al principio de este libro, Torvalds presentaba su <<Ley de Linus>> a fin de situar esta forma de hackerismo en el contexto de las motivaciones generales humanas. Aun a sabiendas de que se trata de una simplificación, habla de tres motivaciones últimas, a las que denomina supervivencia, vida social y entretenimiento. La supervivencia aparece mencionada brevemente como el nivel inferior, una suerte de prerrequisito para la satisfacción de motivaciones superiores. En el vocabulario usado en este libro, el entretenimiento
del que habla Torvalds corresponde a pasión: aquel estado de motivación por algo intrínsecamente interesante, atractivo y gozoso. La vida social abarca la necesidad de pertenencia, reconocimiento y amor. Fácilmente convendremos en que son fuerzas todas ellas fundamentales. Cada uno de nosotros necesita pertenecer a un grupo en cuyo interior se sienta aprobado. Pero no basta con la mera aprobación. Necesitamos también ser reconocidos en lo que hacemos, y tenemos necesidad de una experiencia aún más profunda, la de sentirnos amados y amar a alguien. Para expresarlo con otras palabras, el ser humano necesita la experiencia de formar parte de un Nosotros junto con otros congéneres, la experiencia de ser, diríamos, respetado como Él o Ella en el seno de una comunidad, y sentirse un Yo especial para alguien. Desde la década de 1960, son muchos los hackers que han expresado opiniones similares. Wozniak, por ejemplo, resumió los elementos que motivaban su actividad en el discurso pronunciado en 1986 al graduarse por la Universidad de California-Berkeley: <<No hagas nada en la vida a menos que sea para ser feliz... Éste es mi teorema vital... En realidad, una fórmula sencilla; F = A3. La felicidad equivale a alimentos, alegrías y amistad>>. (En la terminología de Wozniak, alimentos corresponde a la supervivencía de la que habla Torvalds, amistad a vida social y alegrías a entretenimiento.) Y ciertamente, esta forma de ver las cosas característica del hacker se asemeja mucho a los intentos que se realizan en psicología para clasificar las motivaciones humanas más fundamentales, sobre todo, la jerarquía de cinco niveles de las necesidades descritas tanto en Motivation and Personality (1954) como en Toward a Psychology of Being (1962) por Abraham Maslow. Esta jerarquía suele representarse en forma de pirámide, en cuya cúspide se representan aquellas motivaciones que consideramos superiores. En el nivel de la base, se hallan las necesidades psicológicas, la necesidad de sobrevivir, estrechamente relacionada con el segundo nivel, definido por la necesidad de sentirse seguro. El tercer nivel, que recoge la pertenencia social y el amor, se halla en íntima relación con el cuarto nivel, la necesidad de reconocimiento social. El nivel superior recoge la realización personal. No resulta difícil ver cómo la tríada de supervivencia, vida social y entretenimiento de Torvalds se corresponde al modelo presentado por Maslow. Este tipo de simplificaciones, de forma indefectible, deja a un lado la diversidad psicológica de la acción humana, pero, hecha esta salvedad teórica, el modelo Torvalds/Maslow puede arrojar cierta luz sobre el modo en que la motivación del hacker difiere de la característica en la ética protestante. <<Sobrevivir>> o <<hacer algo para ganarse la vida>> es la primera respuesta que obtendríamos de
muchos a la pregunta de por qué trabajan (respuesta a menudo acompañada de una expresión de perplejidad, huelga decirlo). Pero, en rigor, su respuesta no significa sólo sobrevivir, es decir, tener alimentos y demás, sino que, para ellos, supervivencia implica un estilo de vida determinado socialmente; no trabajan sólo para sobrevivir, sino para estar en condiciones de satisfacer el tipo de necesidades sociales que caracterizan a una sociedad determinada. En nuestra sociedad, imbuida de la ética protestante, el trabajo es en realidad una fuente de aceptación social. Un ejemplo extremo de ello se halla en el plan protestante de una sociedad ideal elaborado por Henri Saint-Simon, filósofo francés del sielo XIX: sólo quienes trabajan son considerados ciudadanos, en absoluto contraste con las sociedades ideales de la Antigüedad, como la presentada por Aristóteles en el libro de la Política, donde sólo los que están exentos de trabajo son considerados ciudadanos de pleno derecho. Así, incluso en el caso de que el trabajo en sí mismo no implique interacción social, la aceptación social más allá del mero sustento cuntinúa siendo una importante motivación social para trabajar. Sin duda, en casi todos los tipos y modalidades laborales, la necesidad de pertenencia encuentra también expresión en el interior de circunstancias sociales especiales que se dan en el lugar de trabajo, en forma de oportunidades para participar en contactos sociales con los compañeros y los clientes. En el lugar de trabajo, la gente murmura, polemiza sobre las situaciones vividas y debate los hechos de la actualidad. Haciendo un buen trabajo, se consigue también reconocimiento. Y, asimismo, el ámbito laboral es un foro abierto a enamorarse. Estas motivaciones sociales en cuanto tales estaban, como no podría ser de otro modo, entretejidas con el trabajo antes de la aparición de la ética protestante, pero esta ética comportó un nuevo y peculiar modo de apreciarlas. En una vida centrada en el trabajo y regida por la ética protestante, la gente apenas hace amigos fuera del ámbito laboral y apenas quedan otros lugares en los que enamorarse. (Piénsese, si no, en cuántas personas encuentran pareja entre sus compañeros o la gente que se conoce en circunstancias relacionadas con el trabajo, y lo frecuentes que son los amoríos en el espacio laboral.) En este estilo de vida, la existencia fuera del trabajo no suele aportar aquella sensación de pertenencia social, aquel reconocimiento o aquel amor tradicionalmente sentidos o encontrados en el hogar o en el tiempo libre, y por tanto el trabajo acaba por ser, con extrema facilidad, un sustituto del hogar, lo cual no significa que el trabajo se lleve a cabo en una atmósfera <<hogareña>> relajada, sino que una persona necesita trabajar para satisfacer estas motivaciones porque el trabajo-centrismo ha invadido, y se ha anexionado la vida del ocio.