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Las organizaciones mundiales se pusieron en alerta máxima. Tenían información confidencial, precisa y de primera mano: uno de estos seres, distinto a todos los registrados hasta ahora, había sido avistado en la profundidad de la Amazonía brasileña. Un individuo peculiar, clasificado como prioridad crítica. No era solo más fuerte o más veloz; había algo en él, una aura, una inteligencia, que lo separaba incluso de los de su propia especie.
En respuesta, se pusieron en contacto con el doctor Ken Kanata, de 59 años, un renombrado científico de Tokio, conocido por su trabajo en biomecánica y neurocibernética. Era un hombre de mirada serena y voz firme, con cabello largo atado en una coleta desordenada, gafas gruesas que parecían eternas sobre su nariz y un brazo derecho robótico, resultado de un experimento fallido años atrás. A su lado, como parte de su equipo más cercano, estaba Río Kimura, un joven prodigio de Kyoto. Con solo 23 años, ya era considerado uno de los técnicos de campo más brillantes del instituto Arakawa. De cabello corto y actitud despreocupada, Río compensaba su falta de formalidad con una ética feroz de trabajo. Tenía una obsesión particular: probarse a sí mismo una y otra vez, hasta el límite.
Ken Kanata frunció el ceño, interrumpiendo su análisis de datos en la pantalla holográfica.
Ken Kanata: Oye, Río. Tengo información clasificada de grado Rojo. Nivel máximo de peligro.
Río, distraído, estaba supervisando un par de experimentos biológicos. Dos sujetos de prueba —roedores alterados genéticamente— agonizaban bajo un microscopio de observación.
Río Kimura, sin levantar la vista: ¿Qué pasa, viejo? No te escuché bien… Estoy algo ocupado viendo a estos dos sujetos de rata pelear por su vida. ¿No puede esperar?
La voz de Kanata se volvió más firme. Algo en su tono heló el ambiente.
Ken Kanata: ¡Presta atención, Kimura! Esto es serio. Las organizaciones mundiales se comunicaron conmigo directamente. Es sobre algo que sus agentes encontraron en la Amazonía. No podemos ignorarlo.
Río se giró al instante. Su mentor casi nunca lo llamaba por su apellido. Era una señal inequívoca.
Río Kimura, entrecerrando los ojos: ¿Me estás llamando por mi apellido? Eso sólo pasa cuando algo realmente importante está por explotar. ¿Qué demonios está pasando?
Ken Kanata, asintiendo lentamente: Exactamente. Y me temo que esta vez no es una teoría ni un rumor. ¿Has oído hablar últimamente de los supuestos "avistamientos" de hormigas humanoides?
Río soltó una carcajada súbita, cruzándose de brazos con una sonrisa incrédula.
Río Kimura: ¿En serio, viejo? ¿Tú también caíste en esa leyenda urbana? ¡JAJAJAJA! ¿Qué sigue? ¿Hombres lagarto en Wall Street?
Pero Kanata no se rió. Solo pulsó una tecla sobre su consola, proyectando frente a ambos una serie de imágenes borrosas pero inquietantes: grabaciones térmicas, tomas nocturnas, análisis de ADN, modelos anatómicos imposibles de falsificar.
La risa de Río se apagó lentamente. El sudor comenzó a perlársele en la frente.
Río Kimura, tragando saliva: ¿Esto… esto es en serio?
Ken Kanata no dijo nada. Solo lo miró, con esa mezcla de preocupación y determinación.
Río Kimura, enderezándose con un cambio completo de actitud: Tenemos que actuar de inmediato. Perdona mi ligereza, Ken. Pero si esto es real… estamos ante un evento que puede cambiar el rumbo de la humanidad entera.
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Editado: 11.05.2025