La Experiencia

Pagando los errores.

Me agaché cubriendo mi cara con las manos, sollocé cuanto pude, al igual que él lo hizo en total silencio mirando al frente con las lágrimas rodándole por las mejillas. Nuestro presente se caía a pedazos, mientras nuestro futuro perfectamente planeado en una eterna armonía se desvanecía. Pasamos así aproximadamente una hora cuando me enderecé con mi rostro aun bañado en lágrimas, vi como él ya había dejado de llorar, tenía la cara con el ceño fruncido, expresión tan seria como en ese instante poseía no se la había visto antes.

- Como tu lo dijiste antes: “por lo hecho no hay remedio” –habló sin cambiar el semblante– ahora hay que tranquilizarnos y pensar muy bien lo que tenemos qué hacer.

Saqué de mi bolsito un pañuelo, me sequé las lágrimas, respiré hondo, busqué sacar valor de donde fuera, conseguí serenarme.

- Pues bien –dije– ¿Qué tienes en mente?

- Por el momento no se me ocurre nada… lo que sí, es que hay que asumir las consecuencias, enfrentarlas y encontrar una solución.

- Pues a mí se me ocurre una.

- ¿Cuál? –volviéndose a mirarme.

- Aun no ha pasado mucho tiempo –suspiré– podemos conseguir… no sé… alguna inyección, pastilla, té… no sé… que sea abortivo.

Al mirarlo noté que me veía con pánico, aterrorizado por mis palabras, después de un corto lapso pude advertir que por primera vez me miraba con enojo.

- ¡Estás loca! –señaló con la voz algo alzada– ¿Crees qué esa es la forma de solucionar todo? ¿A caso crees que esa criatura debe pagar las consecuencias? Un ser que no tiene la culpa de nada; los responsables solo somos tú y yo, por nuestra irresponsabilidad, por no pensar, no precaver esto… ¡Ahora no me salgas con esta tontería!

- ¿Y entonces? –pregunté rompiendo a llorar una vez más– ¿Qué planeas? ¿Qué dé a luz?

- Pues sí… ¿Qué más?

- Pero… ¿Qué futuro podremos darle? Si yo no he terminado el bachillerato, y aunque siga con los estudios aun con el embarazo y saque el quinto año ¿y qué? Eso no es nada. Tú apenas empezaste el primer año de derecho, eso no es nada… ¿Qué por venir nos espera?

- Eso lo debimos pensar antes… ¿Por qué antes no pensamos esto? ¿Ah?

- No sé, no sé…

- Ah, pues yo sí… por irresponsables, por insensatos, por tontos y más.

Sabía que tenía razón, pero todo aquello me espantaba, no podía acertar a imaginar el tamaño de la catástrofe que se no avecinaba, una catástrofe que no estaba segura de poder soportar; era consciente de no ser tan fuerte y temía no poder lidiar con aquella situación. No sabía qué hacer, por eso lloraba a más no poder, sin darme cuenta él me abrazó, sentí que temblaba por lo qué intuí que él también estaba asustado tanto como yo, pero pretendía mantener la calma para encontrar alguna salida.

- Sé que no será fácil –decía mientras me acariciaba los cabellos y me apretaba contra su pecho– pero no hay que irse por el camino aparentemente fácil, recuerda que no está sola… lo primero que hay que pensar en la forma en que se lo diremos a nuestros padres.

Con terror negué, no quería imaginar la reacción que tendrían estos al enterarse, de lo que sí estaba convencida es que no sería nada bueno.

- No –hablé con voz temblorosa– mis padres jamás lo aceptarán o entenderán.

- No importa de todas maneras se enterarán cuando la pansa se te note.

- ¿Cómo lo haremos?

- El próximo sábado iré a tu casa, a eso de la cinco calculando que toda tu familia esté presente y junto se lo diremos.

- Y… ¿si mi hermano y mi padre te lastiman? No podré soportarlo.

- Tranquila… espero que no, pero sea lo que sea hay que pasarlo y superarlo, esa misma noche después de hablar con ellos se lo diré a mi madre.

Yo no podía dejar de chillar, toda mi vida se derrumbó en unos cuantos minutos sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. Sebastián me soltó y me limpió las lágrimas.

- Ya deja de llorar, tranquilízate, hay que esperar un momento para que no se te note que estuviste llorando. El otro sábado será decirles a nuestras familias.

Afirmé, dejé que el aire me diera en la cara, él me habló de temas diversos, me cotó chistes, para que me olvidara al menos un poco de lo ocurrido, la verdad lo consiguió. Cuando se cercioró de que estaba completamente calmada se levantó, comenzamos a caminar hablando del paisaje de cosas sin trascendencia, cuando me enteré estábamos a una cuadra de mi casa, Sebastián me dio un beso de despedida y se marchó. Los recuerdos de los sucesos recientes llegaron a mi mente, sacudí la cabeza para despejarla, de forma rápida logré ocupar mi pensamiento en otra cosa. Entré a mi casa, realicé lo rutinario, ya al acostarme cavilé en todo, los ojos se volvieron a llenárseme de lágrimas, pero rápidamente me las sequé, hice cuanto pude para conciliar el sueño.

 

 

Los días avanzaron, me sentía nerviosa e incómoda, como si todos supieran. Ha mediado de la semana no podía resistir mantener el secreto sola, así que en un voto de confianza se lo conté a mis amigas las que se quedaron muy sorprendidas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.