San Luis Potosí, 2079
Un grupo de visitantes entraba a una pequeña fonda en el pueblo de Xilitla, preparándose para comer. En el lugar, había un televisor encendido con las noticias.
―… y pasando al mundo del espectáculo ―la reportera hablaba―, el actor y compositor Marvin Twain, de 73 años, continúa desaparecido. Se dice que desapareció al salir clandestinamente del hospital Stanford luego de que los médicos lo internaran por un problema cardíaco. Familiares del actor aseguran que Twain necesita urgentemente de un trasplante de corazón, por lo que se teme por su vida.
El noticiero mostró un breve resumen de la vida de Twain, desde sus inicios como actor infantil, como idol adolescente, compositor y como productor en su vida adulta, además de hablar de sus dos matrimonios y sus dos hijos.
―No lo entiendo ―dijo uno de los visitantes―, ¿por qué escapar del hospital si sabes que tu vida pende de un hilo?
―Porque no quiero estar como buitre esperando que alguien muera para tener horas extra ―un hombre de edad avanzada musitó desde otra mesa sin que nadie lo escuchara. Dejó un billete en la mesa y salió caminando a paso lento por las calles de Xilitla hasta llegar al jardín escultórico. Los demás visitantes, entretenidos con las estructuras surrealistas, soslayaron al anciano que subió con dificultad por uno de los castillos, estirando su mano hacia un arcoíris que se veía a lo lejos.
Bajó con las manos llenas de pintura de colores y se adentró por la jungla, entre el río, en donde tomó flores, lodo y algunas hierbas aromáticas silvestres, mezclando todo en un tazón que sacó de su mochila.
Una decena de pequeñas criaturas luminosas y con alas salieron de entre la maleza, acercándose a comer de aquel pastel colorido que Marvin había dejado sobre una roca.
―¿Y bien? ―preguntó él. Las hadas lo rodearon, dando su veredicto.
―Ya sabe menos a arrogancia, pero todavía se siente un poco su amargor.
―Pero cada vez le pones más apego.
―Sí, me imaginé. ―Marvin rio con amargura.
Sacó su cartera en donde tenía varias fotografías de sus hijos, desde niños hasta adultos. Entendía por qué le decían del apego, él se casó dos veces con la esperanza de encontrar el amor verdadero, pero no lo encontró en ellas, lo supo de inmediato al ver que, por más que lo intentaba, ni él lograba amarlas ni ellas a él con la misma intensidad que sintió en la otra dimensión y de ambas se divorció más temprano que tarde. Pero con la segunda tuvo dos hijos que ahora tenían poco más de 30 años y entonces supo que era un amor tan puro que no pudo evitarlo, les habló de la evolución espiritual y de la posibilidad de regresar a la vida para al fin lograr crear su realidad deseada. En cierto modo, esperaba reencontrarse con ellos en al menos un par de esas vidas. Y no era el único apego que nació en él, regresó a aquel portal varias veces en su vida y mientras más lo hacía, más se convencía de que Yahuik era la indicada, pero jamás pudo coincidir con ella en su propio espacio-tiempo.
―Quizá la próxima vez…
―Tardará un poco para una próxima vez ―Marvin interrumpió al hada haciendo una mueca de dolor mientras sostenía fuertemente su pecho―. Creo que, en esta vida, ya no me queda tiempo.
―Entiendo ―un hada acarició su rostro condescendientemente―. No te preocupes, te esperaremos.
―Has mejorado considerablemente ―dijo otra hada―, recuerdo el primero que nos diste. No te ofendas, pero sabía tanto a tu ego que casi vomito.
―Sí ―Marvin rio asintiendo―, lo imagino. ¿Me pueden hacer un favor? ―él sacó de su bolsillo un dispositivo de almacenamiento digital ―, ¿le pueden entregar esto a Yahuik?
―¿Otra canción para ella? ―preguntó el hada, Marvin asintió.
―Se la entregaremos, no te preocupes ―las hadas desaparecieron entre la maleza y Marvin se sentó recargado sobre una roca, jadeando y sintiendo que su pecho palpitaba con fuerza.
―En mi siguiente vida olvidaré lo que viví, pero conservaré lo que aprendí y desaprendí de esta y a partir de la siguiente, me encontraré contigo, para que evolucionemos juntos ―Marvin apretó sus ojos con fuerza, soportando el dolor en su pecho―. Que mi palabra… sea mi decreto ―y dicho esto dejó sus ojos abiertos, mirando hacia el cielo, inmóvil, listo para despertar de nuevo en una siguiente realidad.