La Fábrica

Soy, Eres, Somos?

Abrimos los ojos. El sujeto ha despertado. Un campo de trigo lo cubre bajo un sol abrazador de desierto. El sujeto se pregunta dónde está. Habla sin hablar; piensa. A lo largo del campo de trigo, observa una casa roja de madera. Su puerta es verde. Extrañamente, le recuerda a una manzana, pero el sujeto no sabe lo que es una manzana. Se confunde. Por un momento, siente un déjà vu.

Toca la puerta dos veces. Nadie abre. Lo hace cinco veces. Nadie abre. Lo hace cuatro veces... Nadie abre. Decide entrar. La casa es mucho más grande por dentro y no es roja; es azul, un gran contraste. Al fondo de la habitación hay una silla, y en la silla, un anciano con un sombrero alto, muy alto. El sujeto quiere preguntar, sin saber cómo. Toca su hombro, y el anciano lo mira. Se levanta, sonríe y corre. Repentinamente, en la silla hay una carta. El sujeto la toma y lee: "¿Qué tal?" Sorpresivamente, el sujeto habla. Se queda sorprendido con su propia voz, pero al mismo tiempo extrañado.

Va por el camino que se fue el anciano. Al llegar a la puerta, abre sin tocar antes. Ya no está el campo de trigo; está en una montaña. Mira a su alrededor y nota una aldea, pero al lado de la puerta está el anciano, el cual lo mira y dice:

—Tú, tú, tú.

El sujeto responde en tono confundido:

— ¿Yo?

Anciano:

—Tú estás recién despierto, ¿sí?

Sujeto: Sí.

Anciano:

—¿Qué haces aquí?

Sujeto: Divirtiéndome.

Anciano:

—Pero tú no estás aquí por gusto.

Sujeto: ¿Qué tiene?

Anciano: Dicen las voces del pasto: "El viento no está donde quiere; el viento está donde debe ir. Aún sin elección de dirección, no deja de soplar". Eres como el viento.

El sujeto pide una pluma al anciano y se escribe la frase en el brazo. Rápidamente se va en el sentido contrario a la aldea. El sujeto no está muy orientado.




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