Ancel.
Austin, Texas.
Llego a lo que al parecer es un barrio de la ciudad, lo sé por las casas de segunda clase. Es la primera vez que vengo a esta ciudad, pero también me sorprende un poco que la hija de uno de los empleados de la corte, viva en una casa como está.
Aunque desde hace mucho lo sé. Desde un año atrás, tengo a la hermosa Mabel vigilada.
—Hemos llegado, señor —refiere el chófer, quien detiene la camioneta frente a la casa de dos pisos, dónde vive Mabel.
—Gracias, Rupert —me encargo de mirar con detalle el barrio.
¿Cómo puede ser posible que viva aquí?
—¿Quiere que lo acompañe, su alteza? —pregunta, Alexander.
Niego.
—No, no. Y ordena a la seguridad que no se mueva del auto —le ordeno—. Yo bajaré solo, Mabel es algo tímida.
Cuando la conocí lo era, han pasado muchos años y no sé si lo sigue siendo, pero no me voy a arriesgar.
Alexander se gira a un lado sobre el asiento del auto y luego me mira.
—Su alteza, no creo que sea seguro… —refiere Alexander con voz preocupada—. Usted tiene muchos años sin ver a esa mujer.
—Tranquilo, no me sucederá nada malo —le aseguro.
—Como lo desee, señor —se vuelve a acomodar en su asiento y por la radio le dice a los de seguridad que se queden en sus lugares.
No pierdo el tiempo y bajo. Cuando me detengo frente a la puerta de la casa de Mabel, mi corazón empieza a latir con fuerza en mi pecho. Han pasado varios años desde la última vez que la vi, y ahora estoy aquí, con la esperanza de que me escuche a pesar de todo lo que le hice.
Tomo una respiración profunda y toco el timbre, luego espero a que me abran la puerta. Mientras lo hago, me llama la atención la alfombra que tiene un mensaje escrito y de imagen, una perrita. Entonces leo lo que dice:
«Cuidado con la dueña» y al lado del mensaje, la foto de una perrita chihuahua con un tutu rosa de bailarina.
Frunzo el ceño al ver el mensaje y la pequeña perra.
—Di las palabras mágicas —escucho la voz de una niña.
Sin entender de dónde proviene la voz, husmeo a través del vidrio que tengo enfrente.
—¿Qué? —intervengo buscando la dueña de esa voz.
—Que digas las palabras mágicas, si no soltaré a la fiera —amenaza.
Busco la voz y me fijo en la niña pequeña que aparenta ocho años, la cual está del otro lado de la puerta, mirándome desde el vidrio. Me coloco en cuclillas y la miro.
Es rubia, usa una pijama rosa y su cabello rubio está extendido.
—¿Quién eres?, ¿dónde está tu tía Mabel? —le pregunto enseguida.
—No puedo hablar con extraños —responde.
—Oye, necesito hablar con Mabel, ¿podrías llamarla? —le pido con amabilidad.
Entrecierra los ojos y luego se cruza de brazos.
—Entonces no quieres colaborar, eh… —arquea una ceja, mirándome con desconfianza.
—Niña, llama a tu tía, solo eso te pido, ¿dónde está? —le vuelvo a preguntar.
—Bien, llamaré a la fiera.
Estrecho las cejas.
—¿Qué?, ¡no, no, llama a Mabel, dile que Ancel la busca! —vocifero con voz fuerte a través del vidrio, para que me escuche mejor.
No aparta la mirada.
—¡Gaseosa! —escucho que grita con fuerza.
Escucho un ladrido en el interior de la casa y unos pasos apresurados.
Libero un suspiro desesperado y me incorporo, para tocar repetidas veces el timbre.
¿Por qué Mabel no sale?
Me alejo un paso y veo que una perrita chihuahua con un tutu azul cielo, se acerca ladrando con rabia y sale por el pequeño agujero que hay en la puerta, para después ladrar de manera chillona en mis pies.
—¿Esa es tu fiera? —levanto las cejas para mirar a la niña.
—No me obligues a decirle que ataque —responde con seriedad y a la defensiva—. Soy algo sensible, extraño —advierte.
Levanto las manos y miro a la ruidosa y rabiosa perra ladrando a mis pies, sin parar. A tal punto que me empieza a irritar.
—¡Shuu! —miro a la perra bullera—. ¡Aléjate!
—¡Señor, quiere que lo ayudemos! —escucho que exclama Alexander desde la camioneta.
¿Acaso piensa que no puedo con esa miniatura de animal?
Volteo a mirarlo y le sonrío con irritación.
—¡Tranquilo!, ¡estoy bien! —grito de vuelta y vuelvo a mirar a la niña, y a la perra ladrando a la defensiva—. ¡Basta, asqueroso animal! —le grito al perro y trato de alejarme.
—¡Eso es maltrato animal! —grita la niña con molestia—. ¡Voy a llamar a la policía! —la veo darse la vuelta y desaparecer.
—¡Voy!, ¡ya voy! —escucho el grito de una mujer desde el interior de la casa.