Mabel.
Después de tantos años no puedo creer que Ancel, mi exnovio de la universidad, el que me rompió el corazón y quien dejó una niña en mi vientre—sin saber—, esté aquí en mi casa, para colmo proponiendo un matrimonio arreglado.
Es todavía sorprendente. Sin embargo, para que Ancel, un príncipe y duque, haya cruzado de Suecia a Estados Unidos, tiene que ser algo muy importante y urgente.
Estoy inmersa en mis pensamientos cuando el sonido de las sirenas de la policía irrumpen en el silencio de la situación. Me sobresalto y miro a Ancel, mi mente girando con mil preguntas de por qué la policía anda por el vecindario, ya que es extraño.
—¿Has llamado a la policía para que te cuiden? —le pregunto, tratando de mantener la calma, aunque mi voz traiciona mi nerviosismo.
Ancel, visiblemente indignado, sacude la cabeza.
—No, Mabel. No he llamado a la policía. Tengo mi propia seguridad real —responde, con su voz firme y casi desafiante.
El alivio y la inquietud se mezclan en mi interior.
—¿Entonces, por qué están aquí? —Mi intuición me dice que él tiene algo que ver.
Me levanto del sofá, con Fiona todavía en mis brazos, y me acerco a la puerta para ver qué está pasando. Ancel me sigue, su mirada es de preocupación. Al ver por el vidrio de la puerta, vemos a varios policías frente a la casa y a un oficial acercándose. En ese instante, siento una pequeña mano en mi pierna. Me giro y veo el cabello rubio de Miranda.
—Yo llamé a la policía, tía —dice Miranda, mi sobrina pequeña, mirándome con ojos grandes y serios.
Mis ojos se encuentran con los de Ancel quien le lanza una mirada acusadora a mi sobrina, sin embargo, yo lo miro llena de preguntas sin respuesta. ¿Por qué Miranda habría llamado a la policía? Bien, quizás por qué es un extraño.
Ancel mira a Miranda.
—¿Era necesario, niña? —cuestiona, tratando de entender la situación.
Miranda levanta la barbilla con determinación y mira a Mabel.
—¿Por qué lo hiciste? —le pregunto.
—Él es un maltratador de animales. Insultó a Gaseosa —acusa con firmeza a Ancel.
Ancel se queda sin palabras, y yo lo miro con una mezcla de incredulidad y desconfianza. Me vuelvo hacia Ancel, con los ojos llenos de preocupación y determinación.
—¿Qué le hiciste a Gaseosa? —le pregunto, con voz firme.
Ancel levanta las manos en un gesto de inocencia.
—No le hice nada a la chihuahua —dice, claramente sorprendido por la acusación de Miranda—. Ella está equivocada. Me conoces Mabel, sabes que no tengo nada en contra de los animales —se defiende—. Esa niña lo está exagerando todo.
—Me llamo Miranda, más respeto —lo encara Miranda con molestia.
En ese momento, el sonido de la puerta resuena en la casa. El oficial estaba ahí, listo para intervenir. Todavía sosteniendo a Fiona en mis brazos, me acerco a Ancel y le entrego a Fiona.
—Tú, sostenla por un momento —pido sin mirar a Ancel.
Ancel, sorprendido, toma a Fiona con cuidado y la acuna entre sus brazos. La niña se acurruca contra él, encontrando una comodidad inesperada en sus brazos.
Si supiera que es su hija, ¿no se ha percatado del parecido?
Con Fiona acurrucada en los brazos de Ancel, siento la urgencia de manejar la situación.
—Por favor, Ancel, Miranda, váyanse a la sala y esperen allí —ordeno intentando mantener la calma.
Ancel no tiene más opción que asentir y, con Fiona y la pequeña chihuahua, siguió a Miranda hacia la sala.
Me vuelvo hacia la puerta, abriéndola con una mezcla de ansiedad y determinación. El oficial de policía me mira con una expresión tranquilizadora.
—Buenos días, señora. Una niña ha llamado y dicho que hay un extraño queriendo ingresar a la casa y que maltrató a su perra —dice el oficio con mucha seriedad.
Libero una sonrisa suave.
—Oficial, parece que ha habido un malentendido. Mi sobrina hizo la llamada, pero todo está bien —le explico, con voz calmada y profesional—. De verdad disculpé, todo está bien en la casa.
El oficial mira a otro lado y afirma lentamente.
—Lo entendemos, a veces pasa —dice el oficial.
Siento un alivio inmediato, aunque el tumulto de emociones aún resuena en mi pecho. Es la primera vez que la policía viene a la casa.
—Gracias, oficial. Lamento el inconveniente —respondo, intentando sonreír.
El oficial asiente y se retira.
Al regresar a la sala, mis ojos se posan en la escena frente a mí. Ancel está sentado en un sofá, con Fiona acurrucada entre sus brazos, mientras que Miranda, en el sofá frente a él, lo mira con una expresión desafiante.
El silencio en el lugar es palpable, cargado de las palabras no dichas y las tensiones acumuladas. Me detengo en el umbral, tomando un momento para procesar la imagen antes de decidir cómo proceder.