La Falsa Familia Real

07 - Reunión

Ancel

La camioneta avanzaba por el camino, el sonido de las ruedas sobre el asfalto era casi reconfortante en medio del bullicio diario. A mi lado, Alexander revisa unos papeles, su expresión seria contrasta con la luz del sol que ilumina el interior del vehículo.

—No puedo creer que finalmente Mabel haya aceptado —digo, rompiendo el silencio que nos envuelve—. Fue difícil.

Alexander levanta la vista, asintiendo lentamente.

—Sí, fue una buena noticia. Pero me sorprende que haya aceptado después de lo que sucedió entre ustedes —comenta Alexander.

Sí, él sabe todo sobre ese asunto.

—Lo sé. Mabel es muy orgullosa. Al principio, no quería aceptar la propuesta. Pero, después de hablar con Mabel, ella comentó que lo que realmente le preocupaba eran sus hijos. —miro por la ventana, recordando nuestra conversación—. Pero le prometí que todo saldrá bien.

Alexander sonríe con incredulidad.

—Pero, ¿qué le dijiste para convencerla? —entrecierra los ojos.

—Le dije que iba a aceptar todo lo que ella quisiera. Que su sobrina, su sobrino y la pequeña también tendrían su recompensa —Me encojo de hombros—. Al final, aceptó, pero con condiciones.

—¿Condiciones? ¿Qué condiciones? —pregunta Alexander, inclinando un poco la cabeza, mostrando su curiosidad.

—Quiso que se incluyeran algunas cosas en el contrato. Cosas que a ella le importan, beneficios para ella y los niños. Por cierto, lo que debes incluir en el contrato. También un espacio para que su perrita esté cómoda. No quiere dejarla atrás y respeto su decisión. Lo que Mabel pida, se lo daré.

—Eso es comprensible. —Alexander empieza a tomar nota en la tablet—. Por cierto. He estado en contacto con el servicio del palacio. Todo estará listo para recibir a los niños y a la perrita. Las habitaciones ya están siendo preparadas —informa.

—Excelente. Te iba a comentar sobre ese asunto. —Asiento, sintiéndome aliviado. —Dile a la gente del servicio que compren juguetes y todo lo que le guste a niños de 9, 10 y 6 años de edad. Quiero que se sientan como en casa.

—Lo haré. Además, ya he hecho la llamada para que estén al tanto de cualquier correo que llegue. —Su tono es profesional, pero había un indicio de calidez en su voz. Espero que los niños se lleven bien con él, ya que será quien se encargue de dirigirlos cuando yo no este.

—Gracias, Alexander. No sé qué haría sin ti —miro al frente, disfrutando de la vista del campo—. Me encargaré de que todo salga bien. Se ha esforzado tanto por sus hijos y no quiero que pase nada malo.

—Sí, su alteza. También me voy a encargar de que salga todo bien mientras el rey este en el palacio.

Afirmo.

—Muy bien.

—Y El jet está listo y esperando en el aeropuerto. Todo lo que pediste que se incluyera en el contrato ya está añadido. —Alexander se acomoda en su asiento, con una expresión de satisfacción—. Ya todo está listo para partir a Suecia.

—Perfecto. —afirmo—. Esto será algo nuevo para ella y sus hijos. Pero, trataré de que se sientan como en casa.

Alexander asiente, su expresión se torna más seria.

—Su alteza, debemos hacer la ceremonia de la boda en cuanto lleguemos. Su padre querrá ver el papel sobre el matrimonio, y no podemos dejar nada al azar.

—Está bien —le respondo, sintiendo una mezcla de alivio y nerviosismo. El plan está tomando forma, pero el peso de lo que estamos a punto de hacer me oprime un poco el pecho.

Solo yo, soy capaz de hacer semejante locura. Pero no dejaré que me quiten la corona por la que he sido preparado para cargar.

—Además, Ancel, creo que deberíamos dar algunas clases de etiqueta a los niños y a Mabel. Necesitan saber cómo comportarse delante de los reyes —sugiere Alexander, sus ojos aún fijos en el camino.

—Tienes razón. Hablaré con ellos. No podemos permitirnos errores en este asunto —afirmo, pensando en cómo se verán en el elegante almuerzo que nos espera.

Las dos camionetas se detienen frente a un lujoso restaurante de la ciudad. La fachada de vidrio brillante refleja el sol, y la atmósfera del lugar parece prometer exclusividad. Al abrir la puerta, un aire fresco me envuelve, y un leve aroma a cocina gourmet me da la bienvenida.

Mabel baja de la otra camioneta, seguida de sus sobrinos, Miranda y Donald, y la pequeña Fiona. Los niños parecen emocionados, y Mabel, con una sonrisa nerviosa, se acerca a mí.

—¿Es aquí donde vamos a almorzar? —pregunta Mabel.

Cuando se habla de comida, su humor es otro. Es igual a cuando éramos novios. Algunas cosas no cambian.

—Sí, aquí es —confirmo, sintiendo una chispa de orgullo. Es el primer paso hacia lo que hemos planeado. Quiero llevarme bien con esos niños.

Sin perder tiempo, nos adentramos en el restaurante, y el ambiente cambia drásticamente. La música suave y las luces tenues crean una atmósfera íntima. Nos conducen a un espacio privado, donde solo estaremos nosotros cinco.

—Este lugar es increíble —murmura Miranda, mirando a su alrededor con ojos deslumbrados—. ¿También tendremos pases de primera clase a todo tipo de lugares mientras estemos con el contrato? —me mira curiosa.

Afirmo una sola vez.

—¡Oh, papá! ¡Es genial! —exclama con una sonrisa tramposa—. Espero que me lleves a mi tour de motos de nieve por la tarde, en Suecia —sonríe exageradamente mostrando los dientes y parpadea repetidas veces.

La miro con los ojos entrecerrados.

—Está ensayando —dice Mabel, con una media sonrisa.

Miranda mira a su tía.

—Lo de las motos no es ensayo —sonríe con ternura.

—Lo puedo notar… —esta vez me dirijo hacia Donald, Fiona y nuevamente a Miranda—. Recuerden, comportarse es clave —les digo, tratando de sonar tan autoritario como puedo. —Hoy no somos solo nosotros. Somos una familia, y debemos hacerlo bien. Estamos en público. Las fotos empezarán a circular.

—¿De verdad? —Mabel levanta las cejas, sorprendida.

—Sí. Soy un príncipe.



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En el texto hay: reino, niños y niñas, familia falsa

Editado: 21.11.2024

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