Ancel
Mientras Mabel y Alexander están entretenidos mirando la tableta buscando un vestido, yo trato de comunicarme con sus hijos. Miranda está concentrada en su teléfono, al parecer en algún tema importante; Donald está jugando con su tableta y la pequeña Fiona lee el menú. No sé qué busca, pero no lo ha soltado desde que llegó.
Yo me siento ignorado.
—¡Muy bien! —digo fuerte, aplaudiendo dos veces.
Miranda, Donald y Fiona enseguida me miran.
—Objetos eléctricos y… el menú del restaurante, sobre la mesa —les ordeno con voz pacífica pero llena de autoridad.
Ninguno me hace caso. Parpadeo mirándolos. Me vuelvo hacia Mabel.
—Mabel, ¿me ayudarías? —digo, acomodándome en la silla.
Mabel deja de mirar la tableta y conversar con Alexander.
—Guarden sus teléfonos, niños —pide Mabel con voz suave—. Fiona, tú también.
Fiona es la última en dejar el menú sobre la mesa.
—Perfecto, gracias Mabel —digo mirando a Mabel.
—De nada. Luego te explico cómo controlarlos —vuelve a mirar la tableta de Alexander.
Asiento y dirijo la mirada hacia los niños.
—Muy bien, díganme, ¿qué saben de Suecia? —cruzo miradas con ellos.
Fiona, mirándome con sus atentos ojos azules, levanta la mano.
—Que tú eres el príncipe —responde con una suave sonrisa.
Curvo los labios al escuchar lo que dice. Con ella y esa sonrisa, es difícil no sonreír. Es una niña hermosa y muy tierna.
—Muy lista, Fiona —digo, dirigiendo la mirada a los demás—. Donald y Miranda.
—En su época de oro, saquearon muchos países —dice Donald.
—Ah… Te agradecería que hablaras de esta época, señor —le pido con voz suave.
—Tiene lindos paisajes —dice Miranda.
Asiento lentamente.
—Sí, necesitan una pequeña clase.
—¿Quieres jugar? —pregunta Donald.
Trago con suavidad, ya dándome por vencido con ellos.
—¿Cuál? —lo miro aburrido.
—¡Stop!
—¡Siii! —grita Fiona.
—¡Niña, no! —exclamo con voz baja—. Debes verte más elegante.
Fiona parpadea.
—¿Cómo? —frunce el ceño.
Me incorporo en la silla y acomodo mi postura.
—¡Sí, qué excelente! —digo con voz fuerte, pero suave y pausada.
Fiona me mira con mucha atención. Se acomoda en la silla y coloca recta su postura.
—¡Sí, qué excelente! —dice con voz pausada y lenta, acompañada de una sonrisa delicada.
Por un momento, puedo ver que tiene talento para estar en la realeza. Esbozo una sonrisa.
—Perfecto, Fiona —afirmo satisfecho.
—¿Jugamos? —vuelve a preguntar Donald.
—¡Siii! —grita Fiona, perdiendo por completo la elegancia de hace unos minutos.
Al mirarla, dejo caer mis hombros y libero un suspiro de decepción. Disciplinar a estos niños con reglas de la realeza, será difícil.
—Tengo mis nombres de princesa —dice Miranda—. ¿Quieres escucharlos? —me mira—. Son algunas opciones.
Pongo mi atención en ella.
—¿Cuál?
—Busqué nombres de princesas y me salieron varias opciones —me sonríe con monerías.
Me cruzo de brazos.
—Te escucho.
Miranda se incorpora y acomoda su postura.
—Aurora, Elsa, Diana, Sofía… —levanto el dedo, interrumpiendo su lista de nombres, pero Donald habla antes que yo.
—¿Me puedo llamar Thor?
—¡No! ¡No y no! —me niego rotundamente.
Miranda me mira con descontento.
—Son bonitos, Ancel —protesta.
—¿Princesas de Disney? —levanto una ceja—. ¿Y héroes de Marvel?
Me miran en silencio.
—Los nombres los voy a escoger yo, fin —finalizo—. Esto es serio, niños.
—¿Entonces jugamos a Stop? —insiste Donald.
—Alexander, diles que se apuren con el almuerzo —le pido a mi asistente—. Ya quiero terminar e irme.
—Sí, señor —responde del otro lado de la mesa.
Miro a los niños.
—¿Qué es Stop? —pido explicación.
—Escogemos una letra y, por esa letra, debemos decir un nombre, un país, un color, una fruta y un animal, mientras los escribimos en el teléfono. El primero que termine dice "Stop" y quien acumule más puntos gana —termina de explicar Donald con entusiasmo—. Fiona no juega, es muy lenta. Mi tía Mabel, a veces, es la supervisora.
—¿La dejan fuera del juego? —pregunto—, ¿y qué es supervisora?