Mabel
Estocolmo, Suecia.
Muchas horas después llegamos a Suecia el lugar donde nací y pasé mi infancia. Luego de varios años vuelvo a pisar su suelo, algo que en verdad pensé que no iba a suceder de nuevo. Pero aquí estoy.
El típico de noviembre en Suecia un noviembre que me hace recordado muchas cosas que hacen que me sienta sentimental. Me encuentro de pie en la pequeña habitación del jet, abrigándole a Fiona su chaqueta de lana, mientras ella se mueve inquieta, emocionada por el viaje, yo trato de tener paciencia, por lo menos Donal y Miranda se saben vestir solos y por suerte ya se colocaron sus abrigos.
Donald y Fiona ya han venido, pero solo en dos ocasiones, también saben manejar muy bien en idioma, ya que mi hermana y yo se lo enseñamos desde pequeños.
—Espera un momento, cariño —le digo, tratando de abrochar el abrigo alrededor de su pequeño cuerpo—. No quiero que te resfríes en tu primer día aquí.
Fiona asiente, sus grandes ojos azules brillando de emoción.
—¿Hay nieve? —pregunta Fiona curiosa.
Logro abrochar el botón.
—No, pero si hay frío, cariño —le digo mirándola.
Del otro lado, Miranda ya está bien abrigada, con su bufanda de colores vivos atada de manera perfecta. Donal, con su gorro de lana que le queda un poco grande, está saltando de un pie a otro, ansioso por bajar del jet.
El viaje no fue incómodo, ya que Ancel nos dio la habitación y él se quedó a dormir en los sofás, algo que la verdad le agradezco.
—¡Tía! —grita Donal—. ¡Finalmente vamos a conocer el país donde vive el abuelo!
Su entusiasmo es contagioso, pero me llena de tristeza.
—Sí, exactamente —respondo con una sonrisa—. Pero recuerda, no estoy segura de si lo visitaremos esta vez. Tendremos que planearlo —le advierto.
Donald baja los hombros.
—Me gustaría verlo.
Miro a Donal.
—Si, cariño, pero lo intentaré —miento.
Justo en ese momento, Alexander entra en la habitación, impecable como siempre, con su traje perfectamente ajustado y una sonrisa profesional en el rostro.
—Mabel, ¿ya estás lista? —pregunta con un tono amigable—. Es momento de bajar.
Me levanto rápidamente de la cama, asegurándome de que Fiona esté bien abrigada antes de salir.
—Sí, ya voy —respondo mientras hago una última revisión a los pequeños.
Salimos de la pequeña habitación, y al cruzar el umbral, me encuentro con el frío aire sueco. El jet está anclado, y puedo ver a Ancel a lo lejos, concentrado en su teléfono.
Cuando Ancel se da cuenta de nuestra presencia, levanta la vista y nos saluda educadamente.
—¡Buenos días! —dice, y los niños responden al unísono, sus voces llenas de alegría.
—La camioneta está esperando para llevarnos al palacio —informa Ancel, y los ojos de Donal y Miranda se iluminan aún más al escuchar la palabra "palacio".
—¿Desde ahora debemos llamarte papá? —pregunta Miranda, su inocente curiosidad surgiendo de inmediato. Me mira a mi—. ¿Puedo cobrar por cada vez que diga "papá"
—No te parece mejor que te de el reino y la corona, Miranda —dice Ancel.
Miranda le saca la lengua.
—No faltas de respeto, Miranda —la reprendo.
—Lo siento, tía —dice con voz suave.
Ancel niega con la cabeza y me mira, como si anticipara la respuesta.
—Todavía no es momento de actuar así —dice con seriedad—. Hablaré con ustedes sobre ese asunto en el palacio.
Me siento un poco aliviada al escuchar esto. Hay tantas cosas que aún necesitamos aclarar. Ancel se vuelve hacia Alexander y le dice que acompañe a los niños para que bajen del jet y suban a la camioneta. Alexander asiente y, con un gesto, lleva a los niños hacia la salida.
—Vamos, chicos —les dice con entusiasmo—. ¡A la aventura!
Ancel se acerca a mí y, en un tono más formal, dice:
—Nos dirigimos a mi residencia real, ya que pronto recibiré a mi padre.
Asiento, sintiéndome un poco ansiosa. Sabía que esta era una parte del viaje, pero no estoy segura de cómo será el encuentro. Su padre no me quería.
—Esta bien —afirmo.
—Por cierto, si desea visitar a tu padre eres libre de hacerlo —sugiere Ancel—. Así le explicas sobre lo que está pasando... El es muy cercano a mi padre y no sería adecuado que le diga que Miranda, Donald y Fiona en realidad son sus nietos.
Ancel pidió a persona equivocada.
—¿Tienes planeado que lo vea? —le pregunto, intentando disimular un poco de nerviosismo.
—No, no. Solo digo que puedes salir a visitarlo si lo deseas —responde Ancel, pero me detengo en seco. La idea de ver a mi padre me provoca un escalofrío.
—Eso no será posible —le digo rápidamente—. No hablo con él desde hace mucho tiempo.