La Falsa Familia Real

12 - Un majestuoso palacio

Mabel

El viaje en la camioneta es una mezcla de emoción y nerviosismo. Los niños van sentados en la parte trasera, mirando por la ventanilla con una energía desbordante. Estocolmo se presenta ante nosotros, adornada con edificios históricos y modernos. Cada vez que pasamos junto a una plaza, un puente o una serie de árboles que contrastan con el cielo gris, sus voces se elevan en gritos de asombro.

—¡Mira! —exclama Donald, apuntando hacia una estructura antigua—. ¡Esa casa parece de cuento de hadas!

—¡Guau! —exclama Fiona, quien impresionada mira la ciudad. Mucho más cuando es su primera vez en Estocolmo—. Es muy lindo...

—Teníamos mucho tiempo sin venir, tía —dice Donald.

—Así es —le respondo, con una sonrisa.

Miranda asiente, y su voz se mezcla con la de Donald.

—Es como recordar a mamá —dice con voz nostálgica.

La miro y le regalo una sonrisa dulce.

—Si, mi niña.

—¿Mami, iremos a ver la ciudad para navidad? —pregunta Fiona, quien apenas puede contenerse y salta emocionada en su asiento.

—Quizás... —con ternura la miro y le acaricio el cabello.

Con una sonrisa en el rostro, miro por la ventanilla. La belleza de Estocolmo me atrapa por completo, pero no puedo evitar sentir un ligero nudo en la garganta. Este lugar es el hogar de mi padre, fue el de mi madre y el de mi hermana, y ahora estoy aquí con sus hijos y mi hija, después de mucho tiempo. Un lugar lleno de historias y también, mi hogar.

Después de largos minutos de viaje qué nos conduce a las afueras de Estocolmo, la camioneta se detiene frente al palacio, una residencia privada del duque de Suecia, que se alza orgullosamente ante nosotros. Es un edificio de tres pisos, con paredes blancas que resplandecen y se funden con el cielo nublado. Los árboles que lo rodean parecen protegerlo, creando un ambiente de tranquilidad y majestuosidad.

Mientras estuve viviendo aquí jamás llegué a pisar las residencias reales. Digamos que Ancel y yo en aquellos tiempos andábamos a escondidas y él tenía una linda casa privada a las afueras de la ciudad, allí nos veíamos de vez en cuando. Por esa razón me sorprende mucho lo majestuoso qué es el palacio.

Los niños miran boquiabiertos al ver la magnitud del edificio.

—¡Es enorme! —murmura Miranda, con los ojos muy abiertos—. ¡Es un verdadero palacio! ¡Estoy impresionada!

La miro con una amplia sonrisa.

—Y eso es raro... —respondo completamente extrañada.

Miranda me mira.

—Quizás por qué es la primera vez que veo un palacio de verdad —entre cierra los ojos—. ¿Cuánto durará el contrato?

—Un año.

Vuelve a mirar por la ventanilla.

—Interesante... Ya me esta empezando a gustar mi primer y nuevo trabajo.

Donald me mira.

—Le gusta el dinero.

—Y el palacio —opina Miranda, quien sigue mirando el elegante palacio.

Los miro a los dos y simplemente niego.

En ese momento Miranda saca a Gaseosa de su cartera y la coloca en la ventanilla para que mire. La perra moviéndose inquieta, empieza a ladrar.

—Tú también debes decirle papá a Ancel. Hay que hacer un buen trabajo, además tendrás tu cama real. Vivirás... Como uno de los perros de la reina de Inglaterra —le dice, mirando con seriedad la edificación.

Yo simplemente me rio con sus ocurrencias.

Ancel es el primero en bajar de la otra camioneta. Se mueve con confianza, y su porte elegante resalta aún más en este entorno grandioso. Al instante, uno de los hombres de seguridad se acerca para abrir la puerta de la camioneta en la que estoy sentada. Con un gesto amable, me hace una señal para que baje.

—Vamos, chicos —digo, animando a los pequeños mientras bajo con ellos.

Fiona se aferra a mi mano, y los otros dos niños permanecen cerca, con una actitud tímida. Puedo sentir su nerviosismo en el aire, así que les doy una sonrisa reconfortante mientras nos dirigimos hacia Ancel.

Ancel se acerca a nosotros y nos mira con amabilidad.

—Bienvenidos a mi hogar —dice, su voz calmada y firme.

Donald lo mira.

—En las noticias dicen que no vives aquí, que te la pasas de aquí para allá viajando.

Ancel lo observa con el ceño fruncido.

—Soy libre, niño —mira el palacio—. Además, es solitario para mí.

—Bueno, ahora no estarás tan solo —le regalo una sonrisa.

Ancel ladea los labios mientras me mira.

—Tienes razón —dice con voz suave.

—¿Mi cama tendrá sábanas con hilos de oro? —pregunta Miranda observando a Ancel.

Ancel baja la mirada hasta ella y frunce el ceño.

—No... Eso es muy poco. Tendrán diamantes, Miranda —su tono sarcástico me hace reír.



#126 en Novela romántica
#57 en Chick lit
#46 en Otros
#24 en Humor

En el texto hay: reino, niños y niñas, familia falsa

Editado: 22.12.2024

Añadir a la biblioteca


Reportar suscripción




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.