Mabel
Alexander guía a los niños hacia la habitación donde dormirán durante el tiempo que estaremos en Suecia. Ancel y yo, lo seguimos. Al entrar, puedo ver que han preparado un ambiente acogedor: tres camas separadas, cada una con su peinadora y decoradas con colores suaves que transmiten calidez. La habitación tiene un aire de familiaridad, a pesar de lo desconocido que es para ellos.
Ancel se acerca a mí mientras los niños examinan su nuevo espacio.
—Mabel, mandé a preparar esta habitación para ellos —me dice con una expresión tranquila—. Pero si prefieren habitaciones separadas, puedo hacer que las preparen de inmediato.
Mientras miro a los niños jugar y correr de un lado a otro, siento que mi corazón se ablanda. Pensé que tendrían miedo, pero en realidad se ven tan felices.
—Están acostumbrados a dormir en habitaciones separadas —le explico—. Pero, considerando que es un lugar nuevo para ellos, creo que sería mejor que durmieran juntos esta vez. Así, al menos no se sentirán tan solos.
Ancel asiente, comprensivo.
—Tienes razón. Es normal que se sientan inseguros en un lugar desconocido. Vamos a darles ese espacio para que se acomoden.
Los niños siguen explorando la habitación, revisando cada rincón y cada cama. Donald salta en una de las camas, mientras que Fiona se aferra a su perra Gaseosa, a quien también le han preparado una cómoda cama en un rincón acogedor en una de las peinadoras.
—Vamos a ver la sala de juegos que he preparado para ustedes —dice Ancel, guiándonos hacia otra parte del palacio. Al hacerlo, la curiosidad me invade. ¿Qué habrá incluido en esa sala?
Al abrir la puerta, mis ojos se abren con asombro. La sala de juegos es un verdadero paraíso infantil. Hay sofás amplios y coloridos, adecuados para que los niños se sienten y jueguen cómodamente. Alrededor, hay estanterías repletas de juguetes de todo tipo: bloques, muñecas, vehículos y juegos de mesa. Inclusive hay una televisión grande y moderna, junto con una consola de videojuegos.
Ancel se detiene un momento, observando mi reacción, y añade:
—Quería asegurarme de que tuvieran un lugar donde pudieran divertirse y sentirse cómodos. Compré los juguetes y decoré la sala para que no se aburrieran durante el tiempo que estén aquí. Sé que es un trabajo, pero no quiero que se sientan mal.
Mi corazón se llena de gratitud. El gesto de Ancel es verdaderamente generoso y habla de su deseo de hacer que los niños se sientan bienvenidos. Realmente se está esforzando por cuidar y hacer que los niños se sientan cómodos.
No había visto ese lado paternal de él.
—Gracias, Ancel —le digo sinceramente—. Esto es maravilloso. Los niños van a estar tan felices aquí —con una sonrisa veo a mis sobrinos y mi hija—. De hecho ya se están divirtiendo solo con verla.
—Me da gusto que les haya agradado.
Mientras me acerco a ellos, veo cómo sus ojos brillan al descubrir los juguetes y las actividades que les esperan. Fiona se lanza a un montón de bloques, y Donald corre hacia la consola de videojuegos, intentando descifrar cómo funciona. Miranda, en cambio, parece fascinada con el televisor gigante de la habitación.
—¡Miren esto! —grita Donald, emocionado—. ¡Hay una consola de juegos! ¡Vamos a jugar!
—Una vez que se acomoden, podemos jugar juntos —les digo, sonriendo—. Pero primero, ¿quieren explorar un poco más?
Los niños asienten con entusiasmo, y Ancel se coloca a mi lado mientras observamos el entusiasmo de los niños. Es inevitable que no lo estén, cuando tienen todo tipo de juegos y juguetes.
—Estaba pensando en que podemos organizar una noche de películas más tarde —sugiero—. Pueden elegir lo que quieran ver.
Fiona gira su rostro hacia nosotros, su voz un susurro lleno de emoción.
—¡Quiero ver una película de princesas! —pide con una amplia sonrisa.
—A mí me gustaría una de aventuras —opina Donald, ya inmerso en el mundo de los videojuegos.
Miranda, quien se encuentra acomodando a Gaseosa en su pequeña cama, habla.
—Podríamos encontrar una película que tenga princesas y aventuras —dice Miranda.
Los observo y me cruzo de brazos.
—Si, tienen razón —dirijo la mirada hacia Miranda—. ¿Qué les parece si vemos encantada? —sonrío—. Hay una princesa, un caballero, un príncipe, ¿les gustaría esa?
—¡Siii! —grita Fiona divertida y con una barbie vestida de princesa en su mano.
—Muy bien. Pero deben comportarse —les advierto—. Y hacer caso.
—Entendido, tía —dice Miranda, quien luego mira a Ancel—. Me gusta, no diré nada al respecto.
—Me da gusto, Miranda. Por fin nos entendemos —agrega Ancel.
Miranda le lanza una última mirada, se da la vuelta y se encamina en dirección a su hermano.
Ancel me mira.
—Es... Difícil —comenta, y en su rostro se puede notar que trata de tener paciencia.
Ladeo los labios.
—No te preocupes, es una buena niña. Es solo que todavía te está conociendo. Llegaste hace un día a su vida, Ancel.