Mabel
Miro a Ancel por un momento, comprendiendo lo que está diciendo.
—¿Es... necesario un vestido, Ancel? —levanto una ceja, con actitud recelosa—. Puedo hacerlo con uno de mis jeans y en tu despacho —me encojo de hombros sin darle importancia.
—Sí... no te había dicho esa parte —relame sus labios—. Tenemos que tener fotos de nuestra boda; si no, ¿cómo piensan que van a creer que somos marido y mujer? También hay sesiones de fotos con los niños, para colocar por todo el palacio, y bueno, sobre los pequeños se usará Photoshop; debe ser creíble.
Libero un suspiro.
—Gracias al cielo será de mentira. Porque jamás me casaría en serio contigo, Ancel —acomodo un mechón de mi cabello detrás de mi oreja, mirando cómo Ancel frunce el ceño—. ¿Cuándo será? Y por favor, haz todo lo posible para que en Photoshop me vea bien.
—¿Jamás? —levanta una ceja—. ¿Hablas de jamás darme una oportunidad, Mabel? —consulta—. Ni siquiera sabes mi versión de la historia.
—Sí, Ancel, jamás te daré una oportunidad. Podré haber aceptado el contrato y venir aquí, pero eso no cambiará las cosas y tampoco me hará olvidar lo que hiciste. Tampoco quiero la versión de la historia; todo quedó claro ese día —frunzo el ceño—. ¿Cuándo será la boda?
—Mañana —avisa—. Y sobre la oportunidad, eso lo veremos. Nos vemos; debo hacer algunas cosas —se da la vuelta para irse hacia la puerta.
Me giro siguiéndolo con la mirada.
—¡JA! ¡Ni pidiendo de rodillas, Ancel! —exclamo para él—. ¡Y querré mi divorcio!
Ancel, al llegar a la puerta, se gira y me mira.
—Mabel, me harás tomar una decisión y no habrá vuelta atrás —al decirlo, se da la vuelta y se marcha de la habitación.
Me río en mi interior a causa de sus palabras. Decido mirar en dirección a Alexander, quien se encuentra conversando con Donald mientras mira al niño jugar algún videojuego de carros en la pantalla plana grande.
—¿Todo bien? —digo deteniéndome al lado de Alexander.
—Sí —responde Alexander, quien voltea a mirarme—. Se nota que se están divirtiendo —lanza una mirada en dirección a Miranda y a Fiona, quienes para mi sorpresa ahora tienen vestidos sobre una de las camas y Miranda sostiene una tijera lista para empezar a cortar el vestido mientras Fiona sostiene a Gaseosa y mira con atención—. ¿Están intentando...? —dice Alexander confundido mirando a las niñas.
—¡No! —exclamo en dirección a las niñas y empiezo a caminar apresurada hacia ellas—. ¡Miranda, no! —vuelvo a gritar.
Me detengo frente a ellas y Alexander llega más atrás. Miranda sube la mirada hasta mi lugar y detiene la tijera, mientras que Fiona se queda inmóvil con Gaseosa entre las manos.
—¡¿Qué hacen?! —abro los ojos—. Ese vestido debe ser carísimo.
—¡Mami, mami! —dice Fiona, abrazando a Gaseosa y mirándome con preocupación—. Tranquila, mami. Respira profundo.
—Sí, tía. Ya tienes treinta —dice Miranda.
Parpadeo con rapidez y levanto las cejas.
—Disculpa, ¿qué?
—Que ya tienes treinta, mami —repite Fiona, quien se acerca y acaricia mi brazo con su mano—. Debes tomar las cosas con calma.
¿Qué me habrán querido decir…?
Escucho una risa a mi lado y enseguida veo a Alexander, quien reprime la risa y me mira.
—Lo siento —dice Alexander, quien se esfuerza por endurecer el rostro.
Vuelvo a mirar en dirección a Fiona y Miranda.
—¿Me pueden explicar? —con molestia, me cruzo de brazos.
Fiona traga y Miranda deja el vestido y las tijeras sobre la cama.
—Fuimos al vestuario; entonces vimos que no hay tutus para Gaseosa, así que agarramos el vestido más feo —Miranda mira el vestido rosado y luego me observa—, para hacerle uno —al final de su explicación sonríe.
Alexander se acerca al vestido y lo observa.
—Es Dior —informa.
De broma me da un desmayo.
—¡Ay, por los cielos! —me coloco la mano en el pecho procesando todo.
—No te asustes; todo entra en nuestro pago por nuestra labor, tía —dice Miranda sonriendo ampliamente mostrando los dientes.
—Eso no tiene nada que ver, Miranda —trato de sonar suave mientras aprieto las manos—. Les prohíbo cortar o quemar…
Alexander enseguida habla.
—¿Quemar? —frunce el ceño con preocupación.
Volteo a mirarlo.
—Sí; una vez quisieron hacer un truco de magia y bueno... ya sabes —trato de explicarle.
Alexander asiente lentamente y su expresión de preocupación se intensifica. Yo vuelvo para mirar a las niñas y me agarro las caderas.
—¡Donald! —grito.
No pasa mucho tiempo cuando Donald llega y se detiene al lado de Fiona. Siempre es él más centrado, pero igual es del grupo.
—Aquí estoy —dice mirándome.