Mabel
Me miro al espejo, observando cómo me queda el último vestido que me queda por probar. La tela suave se ajusta a mi figura, y aunque sé que la boda es solo un contrato, quiero verme bien en las fotos. También es mi oportunidad para que Ancel vea de lo que se perdió y se arrepienta de lo que me hizo conmigo. Que vea algo que no va a tener por imbécil.
Me giro para mirar a las chicas.
—¿Qué opinas, Mabel? —pregunta la estilista, mientras la diseñadora de modas toma notas.
—Es perfecto —respondo, sonriendo satisfecha y observandome al espejo vuelvo a dar una vuelta—. Pero, me voy a quedar con el segundo que me probé —le aviso, me doy la vuelta y la miro—. Ese será el indicado. Es sencillo y va con mi personalidad. Además no está en contra de las normas de vestimenta de la realeza.
Dani, la diseñadora, afirma.
—Muy bien. Entonces será ese.
—La boda será mañana en la tarde, señorita Cooper —anuncia Ágata.
Miro en dirección a Ágata, la nueva institutriz qué tengo.
—¿En la tarde? —Frunzo el ceño.
—Si, ya se está organizando el lugar para que todo esté listo —anuncia.
—¿Solo estaremos yo y los niños? —pregunto, sintiendo una mezcla de curiosidad y nerviosismo. No quiero que estén presentes otras personas—. Yo hablé con su alteza Real sobre ese asunto y los preparativos, digo solo será una foto.
—El duque ha prestado atención a lo que le has dicho. Será en el salón donde se realizarán las sesiones de fotos con los niños —me asegura—. Solo se está decorando distintos lugares para las sesiones y bueno, el juez estará por supuesto.
Asiento, complacida con la respuesta. Miro a las otras dos mujeres con una suave sonrisa.
—Les agradezco por lo que han hecho. Todos los vestidos están preciosos, realmente aprecio su tiempo chicas y fue un placer haberlas conocido —agradezco con una suave sonrisa.
Ambas afirman y esbozan sonrisas en sus labios.
—Nos vemos, debo irme. Iré a quitarme esto.
Con pasos apresurados me dirijo al probador, me quito el vestido y me pongo mi ropa habitual. Salgo de la habitación con pasos apresurados, y la institutriz no tarda en seguirme.
A mitad del camino, me detengo y me giro para mirarla.
—Ya no te necesitaré más; así que tienes el tiempo libre hasta mañana —le obsequio una sonrisa amable.
Ella asiente.
—Está bien, su alteza. Nos veremos en la mañana —se da la vuelta y se marcha.
Me quedo en mi lugar, mirándola irse.
¿Su alteza? ¿Le habrá dicho Ancel qué solo es necesario decirlo cuando esté su familia?
Decido girarme y continuar mi camino hacia la oficina de Ancel. Después de unos minutos que parecen eternos, me detengo frente a las puertas dobles. Toco dos veces. Tras un breve momento, Alexander abre la puerta, mirándome extrañado por mi llegada.
—¿Mabel? —dice mientras se hace a un lado para dejarme pasar—. Adelante.
Lo miro.
—Lo siento, no te escribí, pero juro que será rápido —le explico.
—Bien —Alexander afirma.
Entro y me dirijo al escritorio donde Ancel está sentado, concentrado en su laptop. Al levantar la vista, sus ojos se encuentran con los míos.
—¿Qué deseas? —me pregunta con curiosidad.
Detengo mi paso delante de su escritorio.
—Quería pedirte que estés al pendiente de los niños, por favor —le digo—. Tengo que salir.
Ancel frunce el ceño, confundido por mi solicitud.
—No puedo quedarme con ellos. Estoy haciendo algunas cosas —explica, mirando su escritorio.
Con el ceño fruncido, lo miro fijamente.
—La única persona en quien confío es en ti. Necesito que inspecciones a los niños; no confío del todo en la institutriz que se les asignó. Si tu estás al pendiente, yo me quedaré tranquila —le explico con tranquilidad.
Ancel me observa en silencio por un momento antes de responder:
—Está bien, pero ¿a dónde vas? —frunce el ceño.
—Voy a intentar hablar con mi padre —le confieso con sinceridad.
Su expresión se torna más seria.
—Me dijiste que no le hablas a tu padre —me recuerda—. ¿Él.. ¿Te contacto? —inquiere, lleno de curiosidad.
—No le hablo, pero quiero intentar hablar con él porque tengo algunas cosas pendientes —explico—. Y ya que estoy en Suecia, la verdad quiero hacerlo. Lo he pensado y creo que lo voy a intentar.
Ancel asiente lentamente.
—Está bien; si necesitas algo, no dudes en llamarme —me dice con tono firme—. Por favor. Yo iré por ti.
—No es necesario, algunos de los chóferes me van a traer, Ancel.
—Iré por ti —dice y vuelve a posar sus ojos en la laptop—. Y no te preocupes por los niños —levanta su mirada hacia mi—. Yo estaré al pendiente.