Mabel
Salgo con una mezcla de nervios y determinación. La camioneta que me lleva cruje bajo el peso de mis pensamientos mientras cruzo la ciudad. Las calles se deslizan a mi alrededor, repletas de autos y gente que apura su paso, ajenos a la razón que me impulsa a este lugar. El viento helado que se cuela por la ventana me recuerda que debo mantenerme firme. No sé cómo va a reaccionar mi padre, pero muy en el fondo deseo que me reciba bien, para poder hablar con él, sin discutir.
Finalmente, llego al edificio donde trabaja mi padre. Es imponente, con su fachada de vidrio y acero reflejando el cielo gris. Bajo de la camioneta, miro hacia arriba, sintiendo un nudo en el estómago. Este es el lugar donde mi padre ha dedicado su vida, un espacio donde las decisiones se toman y el destino de muchas personas se define. Camino hacia la entrada, mi corazón late con fuerza.
Al entrar, una mujer de cabello oscuro y vestido elegante me observa con curiosidad. Se acerca y, con una sonrisa amable, se presenta.
—Buenas —extiende la mano—. Soy Ulek, ¿qué deseas? —pregunta con una voz comprensiva, pero firme.
—Quiero hablar con el primer ministro—respondo, intentando que mi voz no tiemble.
La mujer me mira, una chispa de reconocimiento brilla en sus ojos, y alza las cejas, como si mi solicitud no fuera solo inesperada, sino también sorprendente.
—¡Oh, lo lamento! —dice con vergüenza—. No la reconocí, su alteza real.
Confusa, la miro.
—¿Qué?
—Es usted bienvenida, princesa—dice, como si lo hubiera sabido de antemano. Esa palabra, “princesa”, me hace entender todo, hasta se me había olvidado ese detalle. Entonces recuerdo las fotos que se hicieron virales, aquellas en las que Ancel, los niños y yo estábamos saliendo de ese restaurante en Texas.
La mujer, como si adivinara mis pensamientos, me invita a seguirla.
—Por favor, dígame. La llevaré a la oficina. El primer ministro estará dispuesto a recibirla, su alteza real.
¿Cómo pueden asimilar que soy la esposa de Ancel y no la niñera o su nueva secretaria? Según tengo entendido la gente debe llamarme así, cuando la boda sea en la iglesia o el rey y el príncipe lo hagan oficial. Ni siquiera Ancel ha dicho nada.
Internet y sus cosas. Me sorprende cómo la gente saca conclusiones tan rápido.
La sigo a través de un pasillo adornado con arte moderno y retratos de líderes pasados. Mi mente divaga, preguntándome cómo he llegado a este punto. Justo antes de llegar a una gran puerta, ella se detiene y la abre. Ni siquiera toca a la puerta.
Se me había olvidado el gran beneficio que conlleva ser la esposa de un príncipe.
—Adelante—me dice con una sonrisa y se acomoda hacia un lado.
Al entrar, la escena es abrumadora. Mi padre está sentado tras un gran escritorio, rodeado de papeles y documentos. Su mirada se encuentra con la mía, y en un instante, el tiempo parece detenerse. La sorpresa en su rostro es evidente, una mezcla de incredulidad y asombro. Su expresión se suaviza mientras me observa y se levanta lentamente, como si cada movimiento le costara.
La mujer Ulek interviene, explicando: —La princesa desea hablar con usted, señor —anuncia con voz amable.
El aire se vuelve denso de expectativas y recuerdos. Mi padre aclara su garganta y acomoda la chaqueta de su traje, luego veo como su rostro se endurece.
Al ver esa expresión, sé que no ha sido la mejor idea en venir hasta aquí.
—Puedes irte. Déjanos solos —le pide a la señorita Ulek con voz rígida.
La señorita Ulek asiente y sale de la oficina, cerrando la puerta detrás de ella. Ahora, solo estamos él y yo, mirándonos fijamente. La distancia de los años se agolpa entre nosotros, cargada de palabras no dichas y momentos perdidos. A pesar de la discusión que tuvimos hace tanto tiempo, no puedo evitar sentir una oleada de calidez al verlo de nuevo.
Ambos permanecemos en silencio, atrapados en el instante, un océano de emociones burbujeando bajo la superficie. Es un encuentro inesperado, un camino que nunca imaginé recorrer, pero aquí estoy, lista para enfrentar lo que sea que venga.
—¿Cómo estás? —es lo primero que digo, a pesar de que estoy casi sin aire y mi respiración está acelerada.
Mi padre vuelve a tomar asiento en la silla y deja de mirarme, para posar sus ojos en lo que está sobre el escritorio.
—¿Qué haces aquí? —su voz es áspera.
Sin moverme de mi lugar, decido hablar.
—Solo vengo a visitar… Y saber, ¿cómo estás? —le explico.
Deja de hacer lo hace y me observa.
—Estoy muy bien, Mabel —realiza una pausa—. Sin embargo, tu vista me sorprende.
—Sí, la decisión de venir no fue fácil, padre.
—Princesa… ¿Así debería llamarte ahora? —inquiere—. ¿De verdad regresaste con Ancel? ¿Después que se divirtió contigo, termino todo y te dejó embarazada? —su voz suena a reclamo.
—No tienes que reclamarme nada. Fue mi decisión salir con él en ese momento y no decirle que estaba embarazada. Sin embargo, es tu decisión juzgarme tan fácilmente.
—Sí, por supuesto. Y ahora también volverás con él, ¿ya sabe que Fiona es su hija?, ¿al fin se lo dijiste?
—Vengo a hablar contigo, ¿puedo?
Frunce el ceño, como si estuviera recordando algo.
—Por cierto, vi esas fotos. Es un escándalo aquí en Suecia. Todos dicen que el duque por fin ha dejado ver a su esposa y sus hijos, ¿qué estás haciendo? —pregunta—. La única hija de Ancel es Fiona.
Aprieto mis manos y estrecho las cejas. Ahora me doy cuenta de qué hablar con mi padre e intentar arreglar las cosas entre nosotros, es imposible.
—No, Ancel no sabe que Fiona es su hija —le digo—. La verdad he venido hasta aquí para tratar de arreglar las cosas, pero al parecer sigues siendo igual de frívolo. Bueno, después de todo en eso se convierten todos los primeros ministros de la realeza —trago con suavidad—. Al ver, que no te interesa en lo absoluto, intentar tener una buena relación con la única hija que te queda viva, entonces seré breve, Denis —realizo una pausa recordando—. Única hija que te queda y que tuviste con mi madre, ya sé que tuviste otra. Me supongo que estás feliz con ella —acomodo mi postura.