Mabel
La alarma comienza a sonar, rompiendo el silencio de la mañana con su insistente pitido. En la penumbra de mi habitación, el sonido resuena hasta que, en ese preciso momento, las puertas se abren de golpe. La luz entra de inmediato, iluminando mi cama y dejando como una sombra, el rostro familiar de Ágata, mi institutriz. Su expresión siempre serena me da la bienvenida.
—Buenos días, Mabel—dice con un tono suave mientras se apresura a abrir las cortinas, dejando que la luz del sol inunde la habitación. —Es hora de despertar. Hay mucho que hacer el día de hoy —anuncia.
Sin pensar demasiado, desactivo la alarma, y un suspiro de resignación escapa de mis labios. Me levanto rápidamente; tengo que preparar a los niños para el desayuno. Miro a Ágata y me envuelvo en mi bata de satén, sintiendo la suavidad del tejido contra mi piel, y me dirijo hacia la puerta.
—¿A dónde vas?—me pregunta Ágata, su tono implacable me hace detenerme en seco. Me vuelvo hacia ella, un poco sorprendida.
Levanto la mano y con mi dedo señalo la puerta abierta, mirándola a ella.
—Voy a levantar y preparar a los niños—respondo, tratando de sonar segura—. Para el desayuno, y bueno las cosas que hay que hacer.
Ágata se acerca con pasos firmes, deteniéndose frente a mí como un escudo protector. Sus ojos castaños brillan con un leve rayo de preocupación.
—Los niños ya están siendo preparados por las niñeras y la institutriz—me informa con una seriedad que no puedo ignorar—. Debes empezar a alistarte para el desayuno.
Con ese recordatorio, mi impulso de correr hacia ellos se disipa. No recordaba que hay niñeras. Ágata cierra la puerta detrás de mí y me señala que la acompañe al vestuario.
—Vamos, tienes que cambiarte y arreglarte—me dice, su voz firme y decidida—. Todos deben estar en el comedor a la misma hora —informa.
La sigo, sintiendo que mis pasos son un eco de los suyos. Cuando entramos al vestuario, el espacio nos recibe con el aroma de fragancias y la vista de vestidos colgados, esperando ser elegidos. Ágata comienza a buscar entre las prendas, su mirada crítica evaluando cada opción a medida que pasa los dedos por los tejidos.
—Una princesa siempre debe usar vestidos elegantes y nada vulgares —informa mientras busca el indicado—. Jeans que no sean rotos y camisas o blusas qué sean decentes —informa.
También miro los vestidos.
—Si, lo entendiendo.
—El desayuno se comparte con la familia, a menos que hayan salido de viaje —comunica—. Siempre a la misma hora.
—Si, yo entiendo —le respondo—. Me gusta el blanco —anuncio mirando uno de los vestidos que ha dejado atrás.
—Muy bien —dice ella agarrando el vestido—. Escogerá unas zapatillas negras, ¿te parece bien?
Afirmo. En ese momento entran dos mujeres y enseguida se detienen delante de mí.
—Debemos lavar sus dientes y ayudarla a vestir.
Frunzo el ceño.
—Tengo dos manos —les aviso.
—Debe dejar que hagan su trabajo —dice Ágata.
—Yo puedo lavar mis dientes —respondo, me doy la vuelta y me dirijo al cuarto de baño.
—¡Haga su rutina de Skincare! —grita Ágata para mi, antes de que cierre la puerta.
Al entrar hago mi rutina de todos los días, pero también veo que hay varios productos de Skincare en una de las repisas del lavabo. Luego de hacerle limpieza a mi dientes, trato de hacer una rutina de lo poco que sé sobre el Skincare. La verdad es algo imposible al tener a los niños, por qué todo mi tiempo me se los doy a ellos. Hasta estoy empezando a creer que estoy envejeciendo.
Qué terrible.
Al salir del cuarto de baño, veo que en un rack se encuentra el outfit qué voy a usar para el desayuno.
Cuando las dos mujeres me ven, enseguida se acercan y mientras una empieza a acomodar mi cabello, otra me ayuda a desabotonar la bata de satén y, mientras me cambio escucho hablar a Ágata dando instrucciones tan por la mañana.
—Hoy ya he elegido la ropa que usará para las fotos, el vestido de bodas también está listo. Así que él día de hoy será largo, mi lady —dice la mujer con voz refinada—. Su cabello está quemado y maltratado, así que tendremos que cortar la punta y luego secarlo.
Parpadeo con rapidez.
—¿Ahora? —levanto las cejas.
—Si lo haces ahora, no estará lista para el desayuno. Se hará cuando toque el cambio de vestuario para las fotos.
Afirmo.
—Ya está listo —dice una de las mujeres con una suave sonrisa.
—Se ve muy bien, mi lady —refiere la otra.
Les regalo una sonrisa dulce.
—Gracias.
—Si... —Ágata se asegura de que el vestido esté perfecto—. Se ve excelente, mi lady —me mira a los ojos—. Hay que maquillarla, está algo pálida y sin color.
—Soy sueca, y no me ha dado tiempo de broncearme —la miel obvia.
—¡Para nada! —se queja la mujer—. ¿Quieres parecer Donald Trump? —niega—. Deja esas costumbres allá. Te estás convirtiendo en una princesa, debes verte natural, sutil. Debes dar inspiración. Además, esos bronceados pueden hacer daño en la piel —comenta—. Yo te recomiendo un día de playa —se da la vuelta, para irse en dirección dónde está la ropa.