Transcurrieron cinco aburridos días en las que estuve encerrada en el hotel junto a los niños, Nero y Jeremy. La situación entre Jeremy y yo se había vuelto un tanto incomoda después del beso robado del laberinto del terror. Incluso más tras lo sucedido con Penélope en la sala de baile, aunque fuera algo actuado. Creo.
Intenté en la medida de lo posible pasar las horas con Winona y Michael para no afrontar el problema. Y mientras yo me hartaba de no hacer nada, Quinn, Elliot y los primos llevaban días saliendo y entrando a altas horas de la noche y muy pronto por la mañana, para llevar a cabo el gran plan. Esa misma noche los demás entraríamos en escena también.
Tras días de investigación habíamos confirmado nuestras sospechas. Jake y Emery eran “los gemelos”, y ese hombre de la cabeza rapada, nuestro siguiente objetivo, era sin duda “el samurái”, propietario del restaurante de sushi Katana, que casualmente se pasaba a supervisar el negocio los viernes.
Llovió todo el día, y a la hora de cenar Jeremy, los niños y yo salimos con nuestros paraguas, incluido el paraguas de Quinn, que escondía una preciosa katana, y nos dirigimos al restaurante como una familia feliz.
El Katana se encontraba cerca del puerto, en una zona industrial con grandes naves con puertos privados, contenedores de gran tamaño… Me apostaría algo que alguna de esas empresas era el puerto de entrada de toda la mercancía que venía de las islas, y el restaurante probablemente una tapadera o una forma de blanquear el dinero.
Alcanzamos la puerta del restaurante tras pasar por un hermoso jardín decorado al estilo japonés con carpas koi en preciosos estanques y fuentes de agua decorativas. El caminito te llevaba por debajo de un tori rojo y encima de un puente de madera antes de alcanzar una puerta custodiada por dos fortachones que llevaban puesta la misma mascara emblema del restaurante. En el interior los camareros iban igual, uniforme negro con el logotipo del restaurante en rojo y la mascara que dejaba solo la mitad superior de la cabeza al descubierto.
Sacudimos los paraguas, e incluso sacudí la larga trenza lateral que me había hecho esa tarde y que se había empapado del agua de lluvia.
─ Tenemos una reserva para cuatro ─ le dijo Jeremy al chico de la entrada ─. A nombre de Charles.
Nos habíamos tenido que cambiar los nombres para esto, pues algunos empezaban a ser reconocibles, por Emery, sobre todo.
─ Mi compañera les mostrará su mesa ─ dijo señalando hacia el interior, donde una chica de cabello negro y preciosos ojos esperaba con la mascara puesta a pocos metros, con una actitud de servidumbre.
<<Penélope>>.
Cuando empezamos a seguir a Penélope hacia nuestra mesa pude identificar a Logan disfrazado en la otra punta del restaurante, era inconfundible. El más alto entre los camareros, quizá tan alto como los dos fortachones de la entrada, pero su cabello largo y puntiagudo y caótico era bastante fácil de identificar, así como sus brazos tatuados. Elliot y Quinn estarían en algún lugar de la sala, infiltrados de la misma forma, esperando que nuestra presa se dignara a aparecer.
Penélope nos mostró el camino hacia una mesa redonda, pegada a una pared, tal y como habíamos planeado, para que, en caso de emergencia, Winona nos sacara del lugar a través de esta hacia el callejón trasero.
─ Aquí, por favor ─ dijo con una reverencia. Luego colocó el menú en las mesas como si no nos conociera de nada y se marchó.
El restaurante era bastante grande y estaba lleno. Incluso en el interior había pequeñas fuentes, estatuas doradas, puertas rojas de menor tamaño, y decoración japonesa en las paredes. En la parte del fondo, antes de entrar en las cocinas, un logotipo gigante del restaurante estaba enmarcado en la pared, rodeado de un par de katanas reales. Había más de veinte camareros enmascarados trabajando en la sala.
─ ¿Vas a estar bien? ─ le pregunté a Jeremy ─. Hay muchas voces que acallar aquí.
─ Me digo a mi mismo que cuando todo estalle podré apagarlas una a una, y me tranquilizo ─ me contestó.
─ Bueno, recuerda que a los demás clientes no hay que matarlos ─ le recordé, y luego miré a Michael, nuestra arma secreta, muy útil en un lugar tan grande como este, pero estaba distraído contemplando las fotografías de los platos del menú con los ojos abiertos y la boca salivando.
─ ¿Podemos pedir lo que queramos? ─ preguntó el niño, que estos últimos días había empezado a hablar más de lo normal.
─ Sí, Michael ─ le respondí ─. Aunque recuerda a lo que hemos venido, no puedo asegurarte de que los platos lleguen a la mesa.
Pero los platos llegaron a la mesa. Edamame, gyozas de verdura y pollo, tempura de vegetales, tartar de salmón, nigiris de varios tipos, dragón roll, yakisoba, incluso para mí un buen plato de ramen. Jeremy se había pedido para él solito un gran okonomiyaki e incluso un poco de sake. Y la cena fue espléndida, hasta el punto de olvidarme de lo que habíamos ido a hacer allí. Todo fue genial hasta que “el samurái” entró en la sala y todos los camareros se detuvieron para saludarle con una reverencia. Pero él no iba solo. A su lado caminaba con altanería alguien conocido, Emery.
Escondí la cara tras el menú, ella podría reconocerme perfectamente.
─ Mierda ─ dije en un susurró para que Jeremy me oyera ─. Esa es Emery.
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Editado: 15.09.2024