La favorita del jefe

Capítulo 4: ¿Le parezco guapo?

Adrien

Observo la casa en la que estoy, bueno, ¿cómo es que a este lugar tan pequeño y estrecho alguien le puede llamar casa? A duras penas quepo yo, miro todo con atención, el lugar está muy limpio y cuando digo muy es porque se nota que la chica desastrosa es de seguro una maniática de esas con la limpieza, pero es un sitio tan pequeño que hasta mi perro se sentiría mal en él, en la sala, el espacio en el que estoy, solo hay un sofá viejo y una pequeña tele, nada más, tampoco hay cuadros en las paredes y juraría que aparte de esto debe solo de tener una cocina y una habitación, ambos deben de ser también en versión pequeña, al escuchar un carraspeo mis ojos caen sobre la chica que está cruzada de brazos.

—¿Ya dejó de mirar todo con su aire de superioridad? —sonrío —puede irse

—¿No le enseñaron nunca que debía dar las gracias? —¿Por qué me quedo hablando con ella? Debería irme de aquí a ver a mis hijos, a los cuales debía ver ayer, pero hubo problemas y tuve que quedarme más tiempo fuera de la ciudad

—Ah, si claro —suelta una risita que me cae muy mal —¿por qué sería? ¿Le agradezco que me atropellara o que intentara sobornarme para no demandarlo? No crea que porque es famoso, millonario y guapo, le estaré dando besos de agradecimiento.

—Puede agradecerme traerla a casa y preocuparme por su bienestar, también por pagar el hospital, ¿le parezco guapo? —el color rojo cubre sus mejillas haciéndola parecer muy inocente —y olvide los besos, jamás le pediría un beso a usted —río viendo ahora que se enoja

—¿No que quería llegar a ver a sus hijos? Lárguese —señala la puerta que está abierta

—Deme antes las gracias

—Ya, ¿también lo invito a un café?

—Me parece perfecto —asiento sonriendo, es divertido hacerla enojar

—¡Qué fastidio! —mira el techo suspirando, luego me mira —le daré las gracias si pide perdón antes —muerdo mi labio achicando los ojos, se nota que es orgullosa al igual que yo, pero ya debo dar mi brazo a torcer o no saldré de esta pequeña cueva.

—¿Cómo te llamas?

—No te importa —asiento acercándome a ella con paso lento

—No te importa, quiero disculparme —me detengo a solo un paso —no la vi, iba entretenido con mi teléfono y estaba cansado, estuve fuera de la ciudad por negocios que no salieron como quería y solo quería llegar a mi casa y ver a mis hijos, a los cuales extraño —su mirada se cambia a una más tierna —por eso iba tan rápido, así que perdón no te importa y por cierto, es un bello nombre que —levanta su mano y me callo sin dejar mi sonrisa, ella ríe

—Ya déjelo ahí o seguiremos discutiendo —acepto asintiendo —gracias —murmura

—No la escuché

—Su problema ser sordo —ambos reímos

—Me debe un café señorita no te importa —me doy la vuelta y camino hacia la salida sintiendo su mirada sobre mí, no volteo porque sé que dirá algo chistoso y seguiremos discutiendo, ya solo quiero llegar a mi casa.

—Oh Señor Adrien —Siena me abraza en cuanto me ve, también la abrazo, esta mujer es como mi madre, así la quiero —lo esperábamos ayer —expresa mirándome

—Sí, hubo problemas —suspiro cansado —y los niños? 

—Están arriba —señala hacia las habitaciones, por su cara veo que algo anda mal

—¿Qué pasó? 

—Discutieron entre ellos anoche —responde afligida —dejaron de hablarse, Alan ha estado muy triste y Valeria igual, ni siquiera quiso esta dar las clases cuando su profesor vino y no sé la razón de la discusión.

—Bien, iré a verlos, ¿y mi madre?

—Dormida ya, es tarde —asiento, normal, yo subo las escaleras desasiendo el nudo de mi corbata, me detengo frente a la habitación de Valeria, levanto la mano para golpear la puerta, pero me detengo y suspiro, quizás ya esté dormida.

—Valeria —la llamo algo bajo abriendo con cuidado, me interno en la habitación, la luz está prendida y ella está acostada, me acerco —Vale —no me mira, me siento sobre la cama, sé que no está dormida —te he echado de menos —es tan difícil todo desde ese accidente, miro hacia la silla de ruedas que le ha arrebatado demasiados sueños —lamento llegar hoy y no ayer, hubo problemas en el trabajo y

—No me importa —dice sin mirarme —¿te vas? Quiero dormir —me quedo dudando hasta que me levanto, no quiere verme, no quiere hablarme desde hace años y no la culpo, ella me culpa de todo y yo también me siento culpable, camino hacia la puerta, me detengo al llegar a esta y volteo a verla, sigue en la misma posición en la que estaba con sus ojos cerrados.

—Te amo —digo y como siempre no recibo ninguna respuesta, salgo de ahí, sintiéndome horrible como cada día desde hace tres años, el único momento en el que he olvidado todo lo ocurrido fue cuando estaba con esa mujer, la cual es un desastre y es intolerable, pero de verdad que me hizo reír más de una vez.

Entro en la habitación de Alan, al cual encuentro despierto leyendo un libro, es tan diferente a su hermana y al verme se lanza rápido a mis brazos, yo sonrío

—¡Papá! Al fin has llegado —me abraza fuerte

—Te extrañé campeón —beso su frente

—Igual yo, tengo tantas cosas que contarte, en la escuela yo

—Antes dime algo —lo interrumpo por primera vez y nos sentamos en su cama —dime por qué tu hermana y tú discutieron y no se hablan —baja la mirada hacia sus manos

—Te culpa —murmura y sé a lo que se refiere, suspiro

—Alan no quiere que peleen por mi causa, ustedes son hermanos, deben amarse

—Pero no es tu culpa, papá —espeta hablando alto —perdón —vuelve a mirar sus manos, tomo estas y él mira mis ojos, sonrío.

—Quiero que te arregles con ella, ustedes se aman y no quiero que estén mal por mi culpa, tampoco quiero que discutan más por lo mismo Alan, tu deber es cuidar de tu hermana, no de mí, ¿lo olvidas? Eres el segundo al mando en esta casa, mi mano derecha, mi campeón y ambos tenemos un deber

—Cuidar de Valeria y hacerla feliz —comenta con voz apagada —la quiero papá




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