Era un día como cualquiera con la única diferencia que me acababa de mudar de casa y tal cual dice el dicho: “Casa nueva, vida nueva”. En efecto, era una niña de diez años, en una nueva casa, en un barrio y una escuela nueva. Me costó un poco de tiempo en adaptarme. Sin embargo, en el momento que me había acostumbrado a mi entorno, ocurrió algo nunca me había imaginado antes.
Una noche esta acostada en mi habitación apunto de dormirme cuando escuché un ruido fuera de mi cuarto, por lo que decidí ir a ver. Caminé lentamente sin encender las luces, con mucha precaución por si alguien salía de algún lado. Al cabo de un rato de caminata vi a lo lejos una figura femenina de espalda y me detuve. Al principio pensé que era mi madre pero la apariencia de la figura no concordaba con ella, porque su atuendo consistía de un vestido blanco, bastante desgastado en los bordes y además tenía cabellera larga. Eso último me desconcertó mucho más pues mi madre es de cabello corto.
Me encontraba perdida en mis pensamientos cuando me percaté que esa persona comenzó a girarse hacia mí. El terror empezó a invadirme. Al darse vuelta completamente se quedó mirándome fijamente unos segundos. Ambas permanecimos en el mismo sitio. Era como si el tiempo se congelara. La idea de que en cualquier momento pasara algo me causaba mucha ansiedad y me daba miedo siquiera dar un paso hacia atrás. No habría pasado ni cinco minutos cuando de pronto la noté acercándose lentamente. El horror me paralizó. Luego de unos interminables segundos viéndola aproximarse paró su caminar a pocos centímetros de donde estaba yo parada. Fue tanto el espanto que instintivamente cerré mis ojos. Al no escuchar ningún ruido, muy despacio los volví a abrir y descubrí que ella ya no se encontraba allí. No lo pensé dos veces y me fui corriendo a mi habitación y me cubrí con la frazada hasta la cabeza esperando quedarme dormida lo más pronto posible y poder pasar rápidamente esa noche. Al día siguiente, le conté lo ocurrido a mi madre pero no me creyó, más bien lo interpretó como si hubiese tenido un mal sueño.
Fueron pasaron los días y cada noche podía sentir que a un lado de mi cama estaba parada aquella mujer que me ocasionaba temor, como si me vigilara. En una de esas veces junté valor y al observarla me di cuenta que su mirada, que en un principio me asustaba, era más suave por lo que me anime a preguntar “¿Por qué siempre vienes a visitarme cada noche?”. La mujer me miró y contestó “Porque me recuerdas a alguien muy especial para mí”. Me sorprendió mucho pues no me esperaba que me respondiera y eso hizo que mi miedo se desvaneciera un poco, entonces que le dije “¿Puedo preguntar de quien se trata?”, al ver que tardaba en contestar agregué rápidamente “Pero si no quieres decirme, está bien”. Ella sonrió. Ya habían sido dos las veces que me sorprendía en esa noche al actual de forma imprevista. Justo después de eso la escuche decir “Yo tenía un hijo, casi de tu edad, un día se enfermó de gravedad. Yo busqué desesperadamente un médico que pudiera curarlo pero nadie podía sanarlo y todos me decía que aún con el medicamento él moriría en pocos días. Yo estaba desconsolada. Busqué por todos lados la cura pero nunca la encontré. Y como me lo habían advertido perdí a mi hijo a los pocos días. Luego de eso caí enferma. Los médicos me diagnosticaron una enfermedad cuyo nombre ya no recuerdo. Pero yo sé la verdadera razón para mi estado y era una extrema tristeza. Por dicha razón caí en depresión y deje de alimentarme y morí al poco tiempo. Aunque me fui físicamente no quería irme de esta casa que tan hermosos momento había pasado con mi querido hijo, por esa razón me quedé. Pasaron muchos años, cuando un día te vi entrar por la puerta de entrada y me recordaste a mi hijo. De verdad no quise asustarte.”. Al oír su historia solo puede pensar en lo triste que me pondría si llegara a perder a mi madre o lo afligida que estaría ella si yo no estuviera. Fue en ese instante que la mire sonriendo y ya sin temor le dije “Ya no te tengo miedo. Si quieres puedes visitarme por las noches. Te agradezco que me cuides”. La observe sonreírme y desapareció.
Desde ese día me visita cada noche, siempre la puedo sentir como se sienta al borde de mi cama pero ya no le temo porque sé que está cuidándome. La mujer misteriosa no solo me cuida por las noches sino que también en el día. Siempre puedo notar que cuando estoy fuera de mi casa me siguen desde cierta distancia pero cuando me dio vuelta no veo a nadie, aun así sé quién es. Otras veces la puedo ver a lo lejos viéndome con una sonrisa cálida y maternal por lo que le devuelvo la sonrisa y continúo caminando con la seguridad de que es mi ángel guardián, nombre que hace mucho tiempo le puse por el aprecio y agradecimiento por cuidarme desde el momento que llegue a esa casa.
Shamira Lauliet.