La Flor del Ángel Caído

CAP 0. Encuentro Destinado

La noche en Arcaniel no tenía estrellas.
Era como si el cielo hubiese detenido el aliento, conteniendo un presagio que nadie alcanzaba a descifrar.

Entre susurros antiguos, las profecías despertaban… una tras otra, como si llamaran a alguien que aún no sabía su nombre.

Y en algún rincón de la ciudad, una niña recién nacida abrió los ojos por primera vez.

En ese mismo instante, muy lejos de allí, un ángel caído sintió que algo dentro de él se quebraba.
Un lazo nunca antes existente… acababa de formarse.

Años después…

La Floristería Luz del Alba despertaba con el aroma fresco de las gardenias.
Arlina amaba ese lugar. Cada pétalo, cada hoja, cada rincón lleno de luz le recordaba a su padre y a la serenidad que él le había enseñado a cultivar.

Atendía el establecimiento algunos días a la semana, regalándole a su padre unas horas de descanso. Para ella no era trabajo; era hogar.

Ese día, sin embargo, algo en el ambiente era distinto.
El aire parecía contener electricidad, como si la ciudad estuviera expectante.

—Gracias por venir —
Dijo Arlina con una sonrisa cálida, mientras entregaba un pequeño ramo a una clienta habitual.

Detrás de ella, una voz alegre resonó:

—¿Arlina, estos van aquí? —
Preguntó Alice, su mejor amiga y ahora hermanastra, sosteniendo cuatro girasoles más grandes que su cabeza.

Arlina volteó y le dedicó una mirada tranquila. Asintió con suavidad, y la tienda pareció llenarse aún más de esa serenidad que solo ella sabía transmitir.

Fue entonces cuando las campanas de la puerta sonaron.

La puerta se abrió, dejando entrar una ráfaga de aire frío que hizo temblar las hojas colgantes.

Arlina giró hacia la entrada, lista para su saludo habitual.

—Bienveni- —

Las palabras murieron en su boca.

Un joven alto, de cabello negro como una noche sin luna, había cruzado el umbral.
Sus ojos… eran profundos, intensos, y por un segundo ella sintió que el tiempo dejaba de moverse.

Alice, que siempre notaba todo, murmuró apenas:

—…wow.

El hombre se detuvo en seco en el centro del umbral, confundido, como si hubiera sido arrastrado allí por una fuerza que él mismo no comprendía. Su aura (aunque él intentara ocultarla) era pesada, antigua, atemporal y extraña. Pero mezclada con algo roto.

Él venía por algo simple: un ramo para disculparse con alguien que había encontrado en el camino.
Nada más.

Pero al ver a Arlina… se olvidó incluso de lo que iba a pedir.

—¿Puedo… ayudarte? —preguntó ella con voz suave.

El tardó un segundo en reaccionar.
Un segundo demasiado largo para que Alice, que los observaba desde detrás del mostrador, no soltara una sonrisa de picardía.

— Sí —logró decir él finalmente—. Necesito… flores.

Sus ojos no se movieron de los de Arlina.

Arlina sintió sus mejillas calentarse sin razón aparente.
Intentó concentrarse en su rutina.

—¿Algún tipo en particular?

—Cualquiera que tú elijas —respondió él, demasiado rápido.
Alice ahogó una risa detrás de los girasoles.

Arlina se giró hacia las flores, tratando de ocultar su sorpresa.
Pero al extender la mano para tomar un ramo, su piel rozó sutilmente la de él.

Fue un contacto breve. Minúsculo.

Pero suficiente para que ambos sintieran esa descarga eléctrica que no debería existir entre dos desconocidos.

El retrocedió medio paso, desconcertado.

¿Qué fue eso?
¿Por qué… ella?

Arlina retiró la mano con cuidado, como si temiera romper algo invisible entre ellos.

Alice de inmediato se acercó a ella, como escudo y cómplice a la vez.

—¿Estás bien? —le susurró bajito.

Arlina asintió, aunque no estaba segura de qué responder.

El hombre observó el ramo.
Era sencillo, delicado. Bellísimo.
Y en ese instante entendió algo que no tenía palabras para describir:

Él no había llegado a la floristería por casualidad.

Algo lo había traído.
Algo antiguo.
Algo inevitable.

El sostuvo el ramo entre sus manos, pero su mirada seguía anclada en Arlina.
Era como si cada fibra de su ser ­—incluso aquellas que él creía muertas— reaccionara a su presencia.
Demasiado.
Demasiado fuerte.

Y eso lo inquietó.

Demasiado.

—¿Cuánto… es? —preguntó con la voz más firme que pudo, aunque su tono apenas ocultaba el desconcierto.

Arlina parpadeó, regresando un poco a la realidad.
Le dijo el precio con una voz un poco más baja de lo habitual.

Él intentó pagar, pero cuando tomó el dinero, su mano volvió a rozar la de ella.
Otro destello.
Otra descarga.
Como si las sombras dentro de él retrocedieran un segundo, permitiéndole respirar.

El frunció el ceño, sin comprender.

Alice, que todo lo veía, apoyó el codo en el mostrador con una sonrisa traviesa.

—¿Primera vez por aquí? —preguntó ella, rompiendo la tensión.

El tardó un momento en contestar.

—Sí.

—Pues vuelve cuando quieras —añadió Alice con tono sugerente, dándole un empujoncito al destino sin siquiera disimular.

Arlina deseó que la tierra la tragara en ese instante.

Pero El hombre no sonrió, aunque algo en su mirada suavizó la oscuridad que lo rodeaba.

—Tal vez lo haga —dijo, aunque él mismo no sabía por qué lo hizo sonar como una promesa.

Hubo un silencio extraño.
Mágico.
Incómodo.
Todo a la vez.

Entonces, algo cambió.

Una vibración leve en el aire.

Su postura se tensó de inmediato.
Como un animal acorralado por algo invisible.

Arlina lo notó.

—¿Estás… bien?

Él negó apenas, sin poder apartar la mirada de la puerta, como si algo —o alguien— lo estuviera llamando desde afuera.

—Tengo que irme —dijo con un susurro urgente, casi un aviso.




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