La noche cayó pesada sobre la floristería-santuario. Afuera, el viento golpeaba los cristales como si algo buscara entrar, pero adentro todo permanecía quieto… hasta que el sueño de Arlina comenzó a torcerse.
Primero sintió el frío.
Luego, la presencia.
Arlina estaba de pie frente a la ventana de su habitación. La sombra oscura la observaba desde el otro lado del vidrio, sin forma definida, pero con un par de ojos vacíos que la atravesaban como agujas.
Su propio reflejo parpadeó, distorsionándose.
La sombra avanzó, alargando un brazo hecho de humo y malicia.
Justo cuando estaba a centímetros de tocarla…
unas alas negras estallaron frente a ella, desplegándose como una muralla viva. Su envergadura inmensa la envolvió por completo, cálida, segura, poderosa.
El olor a tormenta y a fuego de madera quemada
Y ella lo supo.
No necesitó verlo. No necesitó oírlo.
—Kael… —susurró dentro del sueño.
El ser de alas negras se interpuso entre ella y la sombra con furia protectora. La oscuridad retrocedió, retorciéndose.
Arlina intentó aferrarse a la figura, pero el sueño se abrió en mil pedazos.
…
—¡Arlina! — Una voz renoconocible sonó lejana, asustada—. ¡Arlina, despierta!
Arlina abrió los ojos de golpe, respirando como si acabara de salir de una profundidad helada. El corazón le martillaba el pecho.
Alice estaba inclinada sobre ella, el cabello revuelto rojizo la hacía destacar, la mirada era amplia, preocupada
—Te escuché murmurar algo… estabas temblando. ¿Qué pasó?
Arlina abrió la boca para hablar, pero antes de emitir palabra sus palmas brillaron.
Un destello dorado y rosa brotó entre sus dedos, creciendo como una chispa viva. Alice retrocedió con un grito ahogado.
—¿Arlina...? ¿Qué es eso?
Los latidos de Arlina se aceleraron aún más. Cerró los puños tratando de ocultar la luz, pero era inútil; temblaba demasiado.
—Yo… no sé —susurró, con la voz rota.
Alice no se burló. No cuestionó. No dudó.
Solo extendió la mano y la tomó.
—Cuéntame todo —pidió con genuina preocupación.
Y Arlina lo hizo.
Le contó sobre el misterioso cliente que estaba en el momento del suceso, sobre la oscuridad que la atacó en la ventana de su habitación, sobre el hombre que apareció con una mirada intensa y protectora, Y una sombra que la había llamado por su nombre sin que ella se lo dijera.
—Se llama Kael… —terminó, bajando la mirada.
Alice la observó como si hubiera escuchado un cuento imposible… pero no dudó de ella.
—Entonces no estaba loca, sentí que algo estaba pasando. —dijo, exhalando—. Anoche… realmente te pasó algo.
Y justo cuando iban a hablar más, la voz de Elías, el padre de Arlina resonó desde abajo.
—¡Chicas! ¡Hora del desayuno!
…
La floristería olía a café, pan tostado y al dulce aroma de las flores nocturnas de Seraphina. A pesar del ambiente cálido, Arlina estaba tensa.
Elías la observó apenas bajó los escalones.
—Arlina… —frunció el ceño—. Tienes la mirada extraña.
Ella intentó sonreír, pero un nuevo temblor recorrió sus dedos.
Y entonces ocurrió.
El poder se escapó de sus manos.
Una ráfaga de luz rosada y dorada se expandió hacia la mesa, haciendo vibrar los cubiertos. Las flores cercanas se abrieron como si hubieran recibido luz solar.
Lia, la Madrastra, cubrió su boca.
Elias se quedó petrificado… pero no asustado.
No como Arlina imaginó que estaría.
Su padre la miró como si acabara de ver un recuerdo vivo.
—Seraphina… —susurró él, casi con una sonrisa nostálgica.
—¿Q-qué? —Arlina retrocedió—. ¿Papá…? ¿Sabías algo?
Elias respiró hondo, como alguien que sabía que este día llegaría.
—Arlina —dijo con calma suave—. Nunca fuiste una niña común. Eres hija de alguien extraordinaria. Tu madre era… luz. Y tú heredaste eso.
Lia asintió.
—Él me lo dijo hace años Arlina… tenia que saberlo para prepararme, y te acepto como eres.
Arlina sintió un nudo en la garganta, entre miedo y alivio.
—Pero… —la voz le tembló—. No sé controlarlo.
Elias se acercó y tomó sus manos con delicadeza.
—Y por eso debes tener cuidado, cariño. Mantente dentro del santuario. Aquí, Seraphina te protege. Afuera no sé qué pueda buscarte.
Arlina tragó saliva.
Porque ya sabía lo que la buscaba.
…
Ella y Alice ya tenían planeado salir ese día; era algo que habían organizado desde la semana pasada. Y, aunque Arlina quería cancelar, necesitaba despejarse.
Arlina apretó los labios, sintiéndose más vulnerable que nunca, observando a su padre antes de irse.
—Papá… tengo miedo.
Elías le acarició el rostro con ternura.
—Solo prométeme una cosa.
Ten cuidado allá afuera.
La plaza del parque estaba llena de risas, música suave y vendedores ambulantes. El cielo estaba despejado, pero Arlina sentía una pesadez en el pecho como si el sueño aún la persiguiera.
Alice caminaba a su lado, observándola cada dos pasos.
—Sigues rara —murmuró, preocupada.
—Estoy bien… solo cansada —mintió Arlina.
Pero su expresión no engañó a nadie.
Los primeros en notarlo fueron justo los que la conocían desde hacía años.
Un chico de cabello lacio castaño avellana, con ojos de color oliva y piel trigueña clara con pecas en su rosto y su mejor amigo desde los 10, llamado Adrián, levantó la mano para saludar, pero su sonrisa se desvaneció apenas vio el rostro pálido de Arlina.
—Lina… —su voz bajó—. ¿Qué te pasó?
Un chico deportista bastante atractivo y robusto, su altura hace llamar la atención a varias chicas, su cabello castaño semi ondulado y desordenado le da su encanto varonil, y sus ojos caramelos que brillan con los reflejos del sol, y amigo protector, llamado Iván, frunció el ceño.