La Flor del Ángel Caído

CAP 3. El Despertar de un Lirio

CAP 3. El Despertar de un Lirio

La floristería quedó en silencio después de que Kael decidiera quedarse en el primer piso, sentado entre sombras y pétalos, como un guardián tallado en penumbra.

Arlina subió las escaleras con el corazón latiendo todavía con el eco de ese momento imposible:
las flores alrededor,
la respiración contenida,
y esa frase que la había dejado temblando sin saber por qué.

Pequeño lirio.

Entró a la habitación que compartía con Alice. La luz tenue de una lamparita daba un resplandor cálido a las paredes, y allí —sentada en su cama, con el cabello despeinado y gesto atento— Alice la esperaba.

—Por fin —susurró—. Pensé que te ibas a quedar abajo toda la noche.

Arlina cerró la puerta con suavidad. Tenía las mejillas sonrojadas y el pecho todavía agitado.

—Es que… no sé cómo explicarlo.

Alice levanta una ceja, con una sonrisa pícara y divertida.

—¿Tiene que ver con cierto chico de mirada intensa?

—Lis…

—¿Sí o no?

Arlina se sentó en su cama, hundiendo los dedos en la colcha mientras intentaba ordenar lo que sentía.

—Dijo… algo. Me comparó con un lirio blanco.

Alice entreabrió la boca, incrédula.

—¿Kael te hizo un cumplido poético? ¿Él? ¿El chico odioso?

—Creo que sí —Arlina murmuró, y cuando lo decía en voz alta, el rubor subía más.

Alice dejó caer su cuerpo hacia atrás, riéndose sin sonido.

—¡Arlina! ¿Sabes lo que eso significa en chicos-misteriosos-atractivamente-intenso?

—L-Lis, por favor… — Dice con un tono apenado y avergonzado

Pero Alice se acercó más, bajando la voz, ahora más gentil que burlona.

—Te gusta, ¿verdad?

Arlina bajó la mirada. Las palabras se formaron solas, frágiles, como si fueran pétalos que no quería soplar demasiado fuerte.

—No lo sé… pero cuando estoy cerca de él… es como si… respirara diferente.

Alice suavizó la expresión, apoyando su mano encima de la de Arlina.

—Te apoyare en cada decisión que escojas.

Arlina asintió lentamente.

  • Hay cosas… que aún no sé, como la sombra, y porque Kael conoce a mi madre.

Alice la observó con un respeto nuevo.

—Arlina… ¿crees que todo lo que está sucediendo este conectada contigo?

—No lo sé. Solo sé que algo me persigue y que mamá… —traga saliva— no era quien papá dijo que era. Y yo… yo no sé qué soy.

Alice pasó un brazo por sus hombros y la atrajo contra sí.

—Vamos a descubrirlo juntas. No importa lo que seas, sigues siendo tú. Mi mejor amiga.

Arlina apoyó su frente en su hombro, respirando hondo.

—Gracias, Lis… sé que puedo contar contigo. Siempre.

Alice da una sonrisa gentil mientras la abraza con dulzura

  • Y para toda la vida será así.

La habitación se llenó de un silencio tierno, donde las dudas parecían menos pesadas.

Finalmente, se acostaron. Pero Arlina permaneció despierta, incapaz de apagar la tormenta de pensamientos.

Y fue allí donde la noche la atrapó.

La casa estaba en silencio.
La tenue luz del pasillo se filtraba por la rendija de la puerta entreabierta, proyectando una línea dorada sobre la pared. Alice dormía profundamente a su lado, respirando con esa tranquilidad que Arlina envidiaba.

Pero ella no podía dormir.

Se acomodó despacio, intentando que el colchón no crujiera.
Su corazón llevaba más de una hora inquieto, golpeando con un ritmo suave pero insistente.
Como si algo dentro de ella no quisiera descansar.

La escena de la floristería volvía una y otra vez, atrapándola sin permiso.

El olor cálido de las flores.
Las luces suaves.
La cercanía silenciosa de Kael.
Y esas palabras.

Pequeño Lirio.

Solo recordarlo le calentó las mejillas.
Tuvo que esconder la cara en la almohada para no sonreír como una idiota.

Era absurdo.
O eso intentaba decirse.

Kael no era un humano común.
Su presencia era demasiado intensa, demasiado firme, como si la oscuridad misma se mantuviera a raya solo porque él estaba ahí.

Y aun así…
cuando la miró entre las rosas negras y los lirios blancos,
cuando su voz bajó apenas un tono,
cuando extendió la mano hacia el pétalo blanco…

Arlina se sintió vista.
Realmente vista.

Como si él hubiera encontrado algo en ella que ni siquiera ella misma entendía.

«Pequeña Lirio…»

La expresión se le clavó en el pecho.
¿Por qué sonaba tan… dulce?
¿Tan íntimo?
¿Tan peligroso?

Se mordió el labio, inquieta.
Miró a Alice para asegurarse de que seguía dormida.
No quería que la escuchara suspirar como una tonta enamorada.

Pero no estaba enamorada.
No.
No podía estarlo.

Kael era…
Kael era…

No tenía una palabra exacta.
Solo tenía esa sensación cálida en el estómago, esa vibración extraña en la piel cuando lo recordaba, como si un hilo invisible los uniera.

Arlina respiró hondo, intentando calmarse.

—No pienses en eso… —susurró para sí, apenas un hilo de voz inaudible.

Cerró los ojos, buscó la calma y dejó que la oscuridad la envolviera.

Pero justo cuando el sueño empezaba a tomarla…

algo dentro de ella despertó.

Y el mundo cambió.

La noche había caído hacía horas.
La casa estaba en silencio.
Kael permanecía despierto en la floristería, como guardián silencioso, mientras Arlina dormía en su habitación, agotada por todo lo vivido.

El sueño la tomó rápido.

Primero, sintió agua. Tibia.
Como si estuviera flotando en un lugar sin peso.

Después, oscuridad.

Pero no era una oscuridad amenazante.
Era una oscuridad antigua, expectante… como si estuviera aguardando que algo despertara.




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