La tensión en Eilean Donan persistía, un eco silencioso del enfrentamiento con Laird Cameron y la palpable animosidad de Isla hacia Aileen. Neilan, sin embargo, tenía su mente en un asunto más apremiante. Comprendía que, para convencer a Aileen de su propuesta de matrimonio, necesitaba derribar las barreras de desconfianza y entender la raíz de su temor hacia Laird Colin McGregor
La encontró al anochecer en la biblioteca, absorta en la lectura de un antiguo pergamino a la tenue luz de una lámpara de aceite. Se acercó con cautela, su habitual autoridad suavizada por una rara gentileza.
—Aileen —dijo, su voz grave apenas un susurro—. ¿Puedo hablar contigo un momento?
Ella levantó la vista, sus ojos aún mostrando un rastro de la inquietud del día. Asintió en silencio.
—Anoche mencionaste que Laird Colin se sentía con derecho a tener tu cuerpo —continuó Neilan, tomando asiento en una silla cercana—. Para poder protegerte eficazmente, necesito entender la naturaleza de ese miedo, qué pasó realmente para que huyeras y por qué Colin, ahora Laird, te está buscando.
—No te juzgaré. Solo quiero comprender.
Aileen dudó. Revivir los recuerdos de su pasado era como hurgar en una herida aún abierta. La vergüenza y el dolor amenazaban con ahogarla. Suspiró, apartando la mirada.
—No es fácil hablar de ello, Laird. El clan McGregor... no era un lugar amable para las mujeres. Había expectativas... y consecuencias si no se cumplían.
Neilan esperó pacientemente, sin presionarla. Finalmente, Aileen continuó, su voz apenas audible.
—Colin... siempre se creyó con derecho a todo. A tomar lo que quisiera. Hubo... intentos de humillación. De control. Laird Duncan a veces intervenía, pero... su poder disminuía con los años.
Hizo una pausa, luchando contra las lágrimas que amenazaban con brotar. Neilan la observó con una intensidad silenciosa, su rostro inexpresivo, pero sus ojos mostrando una creciente comprensión de la oscuridad que había marcado la vida de Aileen.
—La última vez... fue diferente —prosiguió Aileen con un temblor en la voz. Fue después de la muerte de mi madre. Ya no tenía a nadie que me protegiera. Colin… ante mis varias negativas a casarme con él… una noche forzó la puerta de mi cabaña.
Aileen cerró los ojos un momento, como si aún pudiera ver aquella escena.
—Al llegar, él estaba allí esperando. Me propuso matrimonio. Al negarme de nuevo, intentó tomarme por la fuerza.
Neilan sintió un latigazo de rabia, su cuerpo reaccionando antes de que su mente pudiera procesarlo.
Pasó una mano por su rostro, tratando de contener el fuego que nacía en su pecho.
—Fue entonces cuando Laird Duncan me escuchó y me dio la oportunidad de huir —susurró Aileen, sin notar el cambio en Neilan.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire, cargadas de un dolor tácito.
Neilan permaneció en silencio por un momento, la magnitud del trauma de Aileen grabándose en su mente. La imagen de esta mujer fuerte y resiliente, marcada por tal sufrimiento, lo afectó de una manera inesperada.
Un calor abrasador comenzó a recorrerle el cuerpo, primero en su pecho, luego en sus brazos, hasta que sus manos se cerraron en puños. Su mandíbula se tensó, y sintió un impulso irrefrenable de ponerse en pie.
La sola idea de Colin McGregor imponiendo su voluntad sobre Aileen, creyéndose con derecho sobre su cuerpo, despertó algo en Neilan que rara vez emergía: furia genuina. No una ira fría y calculada como la que sentía en batalla, sino una rabia profunda, instintiva, casi visceral.
Pasó una mano por su rostro, intentando calmarse. Fracasó
Se giró hacia la ventana, como si la oscuridad del loch pudiera absorber lo que estaba sintiendo. Pero no podía evitarlo.
Era inaceptable.
Era inhumano.
Y peor aún, una parte de él se preguntó si Aileen había visto en él, aunque fuera por un instante, la misma amenaza que vio en Colin.
Ese pensamiento lo enfureció aún más.
Neilan cerró los ojos por un momento, respirando hondo antes de volverse hacia Aileen con una expresión más controlada, aunque su mirada seguía encendida con algo feroz.
—Te prometo esto, Aileen Mackenzie —dijo, su voz grave. Si aceptas mi propuesta, serás mi esposa ante los ojos del clan y ante Dios. Te ofreceré mi protección, sí, pero también mi respeto. No permitiré que nadie te haga daño mientras estés bajo mi techo.
Pero esta vez, sus palabras llevaban algo más. Algo que Aileen percibió en su tono.
Una promesa que no era solo de protección.
Era de venganza.
Aileen lo observó en silencio. Nunca antes había visto a Neilan reaccionar así. Su furia, tan contenida y al mismo tiempo tan intensa, la sorprendió. ¿Acaso alguien más había sentido ira por ella?
Por primera vez en años, la idea de confiar en alguien no le pareció una locura.
El miedo a Colin seguía presente, pero la oferta de Neilan, ahora comprendida en su totalidad, comenzaba a parecer una posible luz en la oscuridad.