El eco de las solemnes palabras del sacerdote se desvaneció en el gran salón de Eilean Donan, sellando la unión de Laird Neilan Mackenzie y Aileen con un beso breve y contenido.
Neilan inclinó el rostro hacia Aileen con la precisión de un líder acostumbrado a la disciplina. Sus labios rozaron los de ella, apenas un contacto real, un gesto dictado por el deber más que por el deseo.
Pero entonces, en el momento en que sus labios se tocaron, algo inesperado ocurrió.
Por un instante, sus ojos la buscaron.
No sabía qué esperaba encontrar. Aileen mantenía su postura firme, su expresión neutra, pero en sus ojos había algo… Algo que lo inquietó. No miedo, ni sumisión, sino una chispa de desafío.
Neilan sintió un calor extraño recorriéndole la espalda, una incomodidad que no supo nombrar.
Aileen, por su parte, sintió el contacto como un eco de lo inevitable. No era un beso de amor, ni siquiera uno de cariño, sino un pacto silencioso. Una firma sellada con la piel.
Los murmullos entre los presentes crecieron.
Desde una esquina oscura del salón, Isla sintió el golpe de la realidad como una daga en el pecho. Sus dedos se crisparon sobre su vestido, y su mandíbula se apretó con tal fuerza que sintió dolor. Neilan le pertenecía. Era su lugar al lado del Laird, no el de esa forastera.
Sin embargo, la formalidad debía cumplirse, y aunque la atmósfera no era la de una boda común, Cailean ordenó que se sirviera un banquete pequeño en honor al nuevo matrimonio.
Las mesas se llenaron de platos abundantes y copas de vino. Lady Leah se acercó a Aileen con una sonrisa amable.
—Es tradición que el clan celebre la unión de su Laird —le explicó con suavidad. No será una gran fiesta, pero es un gesto para mostrar apoyo… y quizás disipar algunas dudas.
Aileen asintió. Sentía cada mirada sobre ella, el peso de la expectativa. Se sentó junto a Neilan en la mesa principal, donde él mantenía su postura firme, su expresión indescifrable.
Algunos guerreros brindaron por el Laird y su esposa, aunque con cautela. La repentina boda había sido un tema de discusión entre ellos, y aunque reconocían la necesidad estratégica, no podían ignorar la evidente frialdad entre la pareja.
—Por el futuro de nuestro clan —dijo Cailean, levantando su copa. Que esta unión traiga estabilidad y fortaleza a todos nosotros.
Aileen sostuvo su copa sin beber de inmediato. Sus pensamientos se arremolinaban, y aunque deseaba encontrar estabilidad en sus decisiones, todo seguía sintiéndose incierto.
—Lady Mackenzie —dijo Neilan finalmente, con voz neutra pero firme. Espero que Eilean Donan sea un hogar seguro para ti.
Aileen lo miró por un instante. Podía sentir el peso de sus palabras, aunque dichas con distancia.
—Eso espero, Laird Neilan —respondió.
Las palabras fueron correctas, pero vacías.
Desde la otra punta del salón, Isla observaba la escena con una furia silenciosa. Verlos compartir mesa, aunque la tensión fuera evidente, la hacía sentir como si estuviera perdiendo todo lo que había construido.
Se retiró antes de que la celebración terminara. No podía soportar verlo.
Más tarde, en los aposentos compartidos, Aileen entró con Leah y Johanna. La luz de las lámparas vacilaba, proyectando sombras inciertas sobre los muros de piedra.
—Aileen—susurró Leah, acercándose—. Sé que esto no fue lo que imaginaste, pero Neilan es un hombre de palabra. No te faltará al respeto.
Aileen exhaló lentamente, su mente aún en el beso, en la presión de la mirada de Neilan sobre ella.
Mientras tanto, Neilan se quedó en el salón, conversando con su hermano.
—No se siente como una boda —murmuró Cailean, observando la copa en su mano. Pero es un paso necesario.
Neilan asintió, pero no respondió de inmediato. Sabía que tenía razón.
—La amenaza de Colin sigue latente —dijo finalmente. Este matrimonio no es solo un símbolo, sino una estrategia.
—¿Solo eso? —preguntó Cailean, con la mirada fija en su hermano.
Neilan no respondió.
Sabía que Cailean esperaba una reacción más personal, una señal de que esto significaba algo más que una estrategia. Pero en este momento, no tenía respuesta.
Al caer la noche, Aileen se acostó en el lecho, el frío de las sábanas reflejando el vacío en su interior. Desde las sombras del pasillo exterior, los ojos de Isla brillaban con una ira silenciosa, observando la puerta cerrada.
—Esto no ha terminado —susurró para sí misma.
La boda había sellado un pacto entre Laird y la protegida, pero también había encendido una llama de venganza que amenazaba con consumirlos a todos.