Tras la partida de Isla, una calma tensa se asentó en Eilean Donan. La atmósfera, aunque aún cargada por la amenaza de Colin, se sintió ligeramente más ligera, como si un veneno sutil hubiera sido expulsado del aire.
Neilan comenzó a cambiar.
Los días siguientes, pequeños gestos se sumaron a su comportamiento habitual. Le preguntaba por su bienestar con más frecuencia, se aseguraba de que las habitaciones estuvieran a su gusto y compartía con ella los avances en la fortificación del castillo.
No solo la trataba como a su esposa.
La trataba como a una compañera en la protección de su hogar.
Aileen, aunque inicialmente cautelosa, notó el cambio en él.
La ausencia de la mirada maliciosa de Isla y la sinceridad en los ojos de Neilan comenzaron a erosionar lentamente el muro de desconfianza que había levantado.
Respondía a sus preguntas con menos rigidez, incluso ofreciendo pequeñas opiniones sobre los asuntos del clan, que Neilan escuchaba con atención.
Compartían momentos en silencio mientras supervisaban los preparativos para el invierno, la cercanía física ya no tan tensa como antes.
Una tarde, mientras paseaban por los jardines azotados por el viento, Neilan le ofreció su brazo para ayudarla a subir una cuesta resbaladiza.
El contacto, breve e inesperado, envió una ligera corriente eléctrica a través de Aileen, una sensación desconocida y ligeramente perturbadora.
No era miedo.
No era incertidumbre.
Era… otra cosa.
Algo que no podía definir.
La tensión emocional entre ellos comenzó a transformarse en una conciencia física latente.
Durante las conversaciones nocturnas en sus aposentos, sus miradas se sostenían por fracciones de segundo más de lo necesario, un silencio cargado de palabras no dichas.
Aileen se encontraba observando los rasgos firmes de Neilan, la manera en que la luz de la chimenea resaltaba sus ojos oscuros, con una curiosidad creciente.
Más de una vez notó que él también la observaba.
Pero nunca lo mencionaron.
Nunca rompieron el frágil equilibrio que mantenían.
Hasta aquella noche.
Después de discutir las últimas noticias de los exploradores, un silencio incómodo se instaló entre ellos.
Neilan se levantó para avivar el fuego y, al volverse, sus miradas se encontraron de nuevo.
Aileen lo observaba.
Neilan sintió un extraño peso en el pecho.
La luz danzante de las llamas iluminaba su rostro, resaltando una vulnerabilidad que rara vez mostraba.
Aileen, sin darse cuenta, desvió la mirada a sus labios.
Neilan lo notó.
Y por un impulso que no pudo controlar, se acercó.
Lentamente
Sin apartar los ojos de ella.
Y la besó.
Un beso largo, dulce.
Un beso que ella correspondió.
Era diferente.
Era intenso, pero no apresurado.
Era una revelación.
Neilan se apartó ligeramente, sus ojos oscuros buscando los de ella con una intensidad silenciosa.
Aileen sintió su rostro arder, luchando por encontrar las palabras.
—Neilan ¿Ese beso fue sincero? ¿O es por lo que pasó con Isla? —susurró.
Neilan tardó un instante en responder.
—Después de lo que te dijo Isla… quería demostrarte que mi promesa es sincera.
—Que deseo construir algo real contigo.
—Si me lo permites.
Aileen respiró hondo, tratando de ordenar sus pensamientos.
—Real. Este matrimonio… comenzó por necesidad, Laird. Por mi seguridad.
Neilan inclinó ligeramente la cabeza, su mirada más suave de lo que ella esperaba.
—Lo sé.
—Pero la necesidad no tiene por qué ser el único cimiento.
Se quedó en silencio por un momento.
Luego la miró con una honestidad desnuda.
—He llegado a respetarte, Aileen.
—Admiro tu fortaleza.
Una pausa.
Aileen contuvo el aliento.
—Y… —Neilan vaciló solo un instante— encuentro atractivo tu espíritu.
Un leve rubor tiñó sus mejillas ante sus palabras.
Nunca había esperado escuchar algo así de él.
—Usted apenas me conoce, Laird.
Neilan esbozó una sonrisa fugaz.
—Quizás Pero deseo conocerte mejor.
—¿Me permitirás intentarlo?
Aileen dudó, su mente debatiéndose entre la cautela de su pasado y la inesperada calidez de este momento.
Por primera vez, Neilan le estaba ofreciendo algo genuino.
No es una estrategia.
No una obligación.
Algo real.
—Necesito tiempo, Laird.
—Todavía… hay mucho que debo superar.
Neilan asintió con comprensión.
—El tiempo que necesites.
Pero permíteme mostrarte mis intenciones con mis acciones, Aileen.
Un silencio se instaló entre ellos.
Ya no cargado de tensión incómoda, sino de una expectación cautelosa.
Aileen lo miró a los ojos, más profundamente que antes.
Algo dentro de ella se soltó.
—Gracias, Laird —dijo con voz suave.
Neilan sonrió, apenas perceptible.
Una sonrisa que era solo para ella.
—No hay nada que agradecer, Lady Mackenzie.
Neilan salió a buscar a Malcolm, dejando a Aileen pensando en lo que había dicho… y en ese beso.
Un beso dulce.
Un beso que ella correspondió.
Un beso que le gustó.
Uno que no era igual al de Colin.
Y por primera vez desde que llegó a Eilean Donan…
Aileen se preguntó si podía dejarse sentir.