La flor del clan Mcgregor

Capitulo 34

En Eilean Donan, el aire había cambiado. La creciente conexión emocional entre Aileen y Neilan se había convertido en un hilo dorado que tejía sus días juntos. Ya no era solo un matrimonio por conveniencia. Ya no eran solo dos personas atrapadas por las circunstancias. Era algo más. Sin embargo, ninguno se atrevía a llamarlo por su nombre. Buscaban la compañía del otro de manera casi instintiva. Compartían no solo las responsabilidades del clan, sino también fragmentos de sus pensamientos y los matices de sus sentimientos. Había una nueva comodidad en su presencia mutua, un silencio compartido que ya no era incómodo, sino un refugio de entendimiento tácito. Aileen comenzó a notar pequeñas cosas en Neilan. La forma en que su mirada se suavizaba cuando la observaba. Cómo su presencia se sentía más segura, más estable. Y lo más sorprendente de todo: la manera en que él escuchaba. No solo con los oídos, sino con todo su ser.

Como si cada palabra que ella dijera tuviera peso en su mundo. Una tarde, mientras Aileen ayudaba a Johanna a organizar los libros de la biblioteca, un recuerdo doloroso de su tiempo con Colin la asaltó. Su rostro se ensombreció y Johanna, notando su angustia, la animó a compartir lo que la afligía. Con voz temblorosa, Aileen relató brevemente una de las humillaciones que había sufrido. Johanna la escuchó en silencio, sin interrumpirla. Solo cuando Aileen terminó, le tomó la mano con ternura.

—Aileen Colin ya no está aquí. —Neilan no es él. No tienes que seguir protegiéndote de alguien que no busca hacerte daño.

Aileen cerró los ojos un momento, dejando que las palabras de Johanna se asentaran en su pecho. Más tarde, encontró a Neilan en el estudio, revisando cuentas. Dudó antes de acercarse. Pero la necesidad de su presencia era fuerte.

—Neilan ¿Tienes un momento? Él levantó la vista de inmediato, percibiendo la tristeza en sus ojos. Aileen le habló con sinceridad, compartiendo lo que la atormentaba, lo que aún le pesaba en la memoria. Neilan la escuchó con atención, sin interrumpirla. Y cuando terminó, él se levantó y, por primera vez, tomó sus manos entre las suyas. Su toque era cálido, firme, reconfortante.

—Lo siento, Aileen. Siento mucho el dolor que te causaron. —Pero debes saber que aquí estás segura. —Yo te protegeré.

Fue un gesto simple. Pero significó todo para ella. Días después, bajo un cielo estrellado, Neilan y Aileen paseaban por el jardín. Aileen se detuvo junto a un rosal, observando las flores tardías que aún resistían el frío.

—Son hermosas… pero melancólicas —murmuró. Saben que pronto morirán. Neilan se acercó, señalando una pequeña flor que aún luchaba por florecer.

—Pero incluso en la víspera del invierno, la vida encuentra una manera de persistir. Sus miradas se encontraron en la penumbra. Aileen sintió un impulso incontrolable de expresar lo que su corazón comenzaba a sentir.

—Neilan… desde que llegué aquí… ha sido diferente de lo que esperaba. —Su respeto… su amabilidad… Su voz vaciló.

Neilan dio un paso más cerca. —Aileen… tú también has cambiado mi mundo. —Tu fuerza… tu espíritu… La calidez que ahora traes a este castillo… Las siguientes palabras salieron de sus labios como un susurro. apenas audibles sobre el suave murmullo del viento.

—Creo que… estoy empezando a sentir algo más por ti que solo deber. El corazón de Aileen latió con fuerza. Sus ojos buscaron los de él en la oscuridad. —Yo también, Neilan. Yo también. Neilan levantó una mano y acarició suavemente su mejilla. Por primera vez, el beso que compartieron no fue una exploración cautelosa, sino una expresión profunda y apasionada de los sentimientos que habían estado floreciendo en silencio.

Se abrazaron, el calor de sus cuerpos fundiéndose bajo la fría luz de las estrellas. Un gesto que hablaba de la profunda conexión que ahora compartían. De vuelta en sus aposentos, esa noche en la intimidad de sus aposentos fue diferente, fue tácita.

Un anhelo silencioso que los unió de una manera más íntima que antes. Neilan fue paciente, sin prisas. Aileen se sintió segura por primera vez en mucho tiempo. No era un acto impulsivo. Era una entrega real, genuina. Esta vez, cuando se entregaron, no solo fue pasión; esta vez fue amor, lo hicieron con sentimientos mutuos. Cuando la luz del amanecer pintó la habitación con tonos dorados, algo en ellos había cambiado.

Una nueva vulnerabilidad. Una profunda ternura. Pero la paz no duraría mucho. Mientras compartían un desayuno tranquilo, un mensajero irrumpió en el salón con urgencia.

—Mi Laird —jadeó—. Los McGregor han reunido más guerreros cerca de la frontera. Neilan tensó la mandíbula, su mirada endureciéndose. El peligro estaba más cerca que nunca. Aileen apretó los labios, sintiendo el temor crecer en su pecho. Neilan desvió la mirada hacia ella, pero esta vez no era solo preocupación por su clan. Era preocupación por ella.

—Debemos estar más vigilantes que nunca —dijo, su voz cargada de una doble responsabilidad. Proteger a su clan. Proteger a la mujer que ahora amaba




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