El regreso a Eilean Donan fue un viaje tenso y silencioso
La presencia de Isla, aunque herida, era un recordatorio constante de la ausencia de Aileen y de la incertidumbre de su destino.
Malcolm cabalgaba con el rostro sombrío, su desconfianza hacia Isla creciendo con cada milla.
Neilan, por su parte, estaba atrapado en sus propios pensamientos.
La culpa por Aileen luchaba contra la semilla de duda que Isla había plantado.
Al llegar al castillo, la noticia del ataque corrió como la pólvora entre los miembros del clan.
Los guerreros miraban a Isla con sospecha, recordando su pasado y su animosidad hacia Aileen.
Malcolm se aseguró de que Isla fuera atendida, pero sus órdenes fueron frías y concisas, sin la cortesía habitual.
Neilan se encerró en su estudio, buscando cualquier respuesta que aliviara su creciente angustia.
Con manos temblorosas, descorchó una botella de whisky.
Las imágenes de Aileen aparecían en su mente, su sonrisa, su fuerza…
Pero también se mezclaban con las insinuaciones venenosas de Isla.
¿Podría haber algo de verdad en sus palabras?
La idea lo atormentaba, erosionando la confianza que había comenzado a construir con su esposa.
Isla, astuta y observadora, percibió la vulnerabilidad de Neilan.
Después de asegurarse de que sus heridas fueran tratadas, se dirigió a su estudio, encontrándolo sumido en la penumbra y el olor a licor.
—Laird Neilan —susurró, apoyándose en el marco de la puerta. Está sufriendo.
Neilan levantó la vista, sus ojos inyectados en sangre.
—Aileen… no sabemos dónde está.
—Lo sé, Laird. Es terrible.
Isla avanzó con paso medido.
—Pero quizás deberíamos considerar todas las posibilidades.
Neilan frunció el ceño, exhalando con dificultad.
—¿A qué te refieres?
Isla se acercó lentamente, su mirada llena de fingida comprensión.
—Lady Aileen siempre fue… reservada sobre su pasado. Tal vez había cosas que no le contó.
La semilla de la duda encontró terreno fértil en la desesperación de Neilan.
Bebió otro trago largo de whisky, su mente nublada por la angustia.
Isla aprovechó el momento, posando una mano suave en su brazo.
—Usted necesita consuelo, Laird. Ha pasado por mucho.
Neilan se dejó guiar por Isla.
Ella lo condujo a sus aposentos, donde la oscuridad y el silencio envolvieron su encuentro.
A la mañana siguiente, Johanna se levantó temprano, con el corazón oprimido por la ausencia de Aileen.
Pasando por el pasillo, vio a Neilan salir del dormitorio de Isla.
Su rostro era sombrío; evitó el contacto visual.
La comprensión la golpeó con la fuerza de una bofetada.
Johanna sintió el enojo y la decepción recorrer su cuerpo.
Lo encontró en el salón principal, con su mirada perdida.
—Neilan —dijo Johanna, su voz cargada de reproche. ¿Qué has hecho?
—¿Qué le vas a decir a Aileen cuando aparezca, que en vez de buscarla y estar preocupado por ella, te metiste en la cama de Isla? —Johanna estaba enfadada y decepcionada.
Neilan la miró, su rostro reflejando una mezcla de vergüenza y confusión.
No respondió.
Mientras tanto, Malcolm no podía quedarse de brazos cruzados.
Convencido de la inocencia de Aileen y de la manipulación de Isla, le pidió a Evan que lo acompañara de vuelta al lugar donde encontraron a Isla.
Debía encontrar algo.
Cualquier cosa.
Que les diera una pista sobre Aileen.
Al llegar al claro, buscaron minuciosamente entre la maleza.
El sol comenzaba a descender, proyectando sombras largas que jugaban con su visión.
La frustración comenzaba a hacer mella en ambos.
De repente, Evan se detuvo en seco, con la mano en la empuñadura de su espada.
—¿Has oído eso, Malcolm?
Malcolm aguzó el oído.
Un leve crujido entre los arbustos, demasiado sutil para ser el viento.
Ambos intercambiaron una mirada tensa, la posibilidad de encontrar a Aileen llenándolos de adrenalina fría.
Se movieron con cautela, acercándose al origen del sonido, sus espadas listas.
Fue entonces, justo donde la maleza se espesaba, que Evan vio algo brillar débilmente entre las hojas caídas.
Se inclinó y lo recogió.
Era el collar de Aileen, el que Malcolm le había regalado.
El horror los embargó al instante al ver las manchas oscuras que lo cubrían.
Un testimonio silencioso de violencia.
Mientras examinaban el collar con creciente angustia, el mismo ruido que los había alertado antes volvió a escucharse, esta vez más cerca.
Instintivamente, ambos desenvainaron sus espadas, preparándose para lo que pudiera acechar en la maleza.
De entre las hojas emergió una figura débil y demacrada.
Era Alana.
Sus ojos se abrieron con dificultad al ver a Malcolm y Evan.
—Aileen —¿Dónde está? —alcanzó a preguntar con voz apenas audible antes de desplomarse inconsciente.