La partida fue rápida y silenciosa. Neilan, montando a la cabeza junto a Alastair, apenas hablaba, su rostro sombrío reflejando la tormenta de emociones que lo azotaba. La culpa por haber dudado de Aileen y la rabia hacia Isla se mezclaban con una angustia creciente por el destino de su esposa. Cada galope de su caballo era una punzada de desesperación. Cailean, con su conocimiento del terreno y sus contactos, se mantenía alerta, buscando cualquier señal o información útil en el camino. Alana, aunque débil, se esforzaba por guiarlos, su memoria del pasadizo secreto de las tierras McGregor siendo su única brújula. En su mirada había una urgencia desesperada. La planificación había sido breve pero concisa. Alana había descrito las ruinas como un laberinto de piedras derruidas y pasadizos ocultos, un lugar perfecto para una emboscada o para mantener a alguien prisionero. Cailean mencionó un viejo camino de contrabandistas que podía acortar el viaje. —Es peligroso —advirtió Neilan, consumido por la urgencia; apenas dudó. —Tomaremos el camino más corto. No hay tiempo para precauciones. Así, los días se arrastraron lentamente, cada hora sin noticias de Aileen sintiéndose como una eternidad. La tensión entre los hombres era palpable. Dormían poco, comían apenas lo necesario y continuaban su marcha implacable bajo el sol abrasador y las frías noches. Neilan no dormía. Se quedaba mirando las llamas danzantes de la fogata, su mente atrapada en recuerdos que ahora le pesaban como cadenas. Recordó la frialdad de su última conversación con Aileen, la distancia entre ellos, la decepción en su mirada. Había fallado. Había permitido que Isla lo manipulara, que la duda lo cegara. Y ahora, ella pagaba el precio de su error.
Absorto en sus pensamientos, no se dio cuenta de que Cailean se sentó a su lado; lo miraba con una mezcla de preocupación y enojo.
—Cailean¿Que hice? Por mi culpa Aileen está en esta situación; ella me contó lo que Colin le hizo y opté por creer a Isla.
—Hermano, te lo advertimos muchas veces, que tuviera cuidado. Isla, al entrar a tus aposentos, ya se creía con derecho.
—Lo sé y ahora estoy pagando las consecuencias. ¿Cómo voy a mirar a Aileen a la cara?
—Neilan, lo peor es cómo le vas a decir a tu mujer que, mientras ella era secuestrada por Colin, tú pasaste la noche en los aposentos de Isla —dijo, levantándose y dejando a Neilan con sus pensamientos.
A la mañana siguiente siguieron su camino; cada nuevo informe de sus exploradores aumentaba el temor a lo peor. No podían encontrar rastros claros, pero la presencia de guerreros McGregor en el castillo indicaba que algo estaba ocurriendo. Neilan sentía el peso de cada fracaso. Cada negativa, cada obstáculo. Entonces, Angus regresó una noche con noticias. —Laird, mi contacto ha confirmado actividad en una sección del castillo —murmuró, su expresión cargada de precaución. Cerca de un antiguo pozo. Mencionan una posible entrada oculta. Neilan se incorporó de golpe, su mirada clavada en Alana. —¿Un pozo seco? Alana frunció el ceño, escarbando en los recuerdos de su infancia. —Sí… los campesinos hablaban de él. Decían que estaba embrujado, que conducía a las entrañas de la tierra. Colin siempre se burló de esas leyendas. La desesperación comenzó a transformarse en una chispa de esperanza. —Si Colin ha usado ese lugar… podría haber entrado sin ser visto con Aileen allí. Neilan no dudó. —Nos dirigimos allí. Ahora. La noche se llenó del sonido de los cascos de los caballos. Cada segundo perdido era un riesgo mayor. El castillo McGregor se levantaba ante ellos como una sombra amenazante. Cuando entraron en los pasadizos ocultos, Alana se detuvo en seco. Una figura emergió de la oscuridad. Neilan y los demás desenvainaron sus espadas de inmediato. —Espera—susurró Alana—. Es Breixo… el amigo de Colin. Neilan no bajó la guardia. —¿Alana eres tú? —murmuró Breixo, levantando las manos en señal de paz. No vengo a pelear. —¿Dónde está mi mujer? —bramó Neilan, su furia desbordándose. Breixo miró alrededor, nervioso.
—Tenéis que daros prisa. Si Colin decide matarla… no podré detenerlo.
Neilan sintió el mundo congelarse por un instante. Colin… matando a Aileen. No. No lo permitiría. Breixo continuó, su voz urgente. —He estado revisando las rutas de escape. Buscaba una forma de sacarla de aquí.
Alana lo observó con cautela. —¿Por qué ayudarías a Aileen? Breixo miró a Neilan con dureza. —Porque lo que Colin está haciendo… no es honor, no es liderazgo. Es una obsesión. Aileen merece vivir.
Neilan respiró hondo, sintiendo cómo la rabia quemaba dentro de él. —Llévanos hasta Colin y distrae a los guardias.
Breixo asintió, pero había una condición. —Me tienes que prometer que me iré con ustedes. Si Colin descubre que los ayudé… estoy muerto.
Neilan lo observó, su mente calculando cada opción. —Tienes mi palabra —dijo finalmente. Pero llévame hasta Aileen.
El grupo se movió con rapidez, cada paso cargado de urgencia. Neilan estaba impaciente, sus manos apretando las riendas de su caballo con fuerza. Las palabras de Breixo resonaban en su mente como un maldito eco. "Si Colin decide matarla…"
Su furia aumentaba con cada segundo que pasaba sin verla. Su culpa crecía con cada respiro. Había dudado de Aileen. Había creído en las mentiras de Isla. Y ahora, su esposa estaba en peligro de muerte. Cuando llegaron a las cercanías del pozo seco, Neilan se adelantó, su espada lista. No habría piedad. Colin McGregor iba a pagar por cada lágrima de Aileen.