Aileen despertó con un gemido, su cuerpo entumecido por el frío y el dolor punzante en cada parte de su ser.
Su cabeza palpitaba, como si mil agujas se clavaran en su cráneo.
El salón en el que se encontraba era desconocido, lúgubre y opresivo.
El hedor de humo, sangre y madera húmeda llenaba el aire, envolviéndola en una sensación de asfixia.
Colin estaba allí, sentado en una silla frente a ella, observándola con una sonrisa gélida.
—Por fin te despiertas, Aileen —escupió, con burla en cada sílaba. Ahora estás en tu hogar.
Un escalofrío de repulsión recorrió a Aileen.
Intentó levantarse, escapar de esa presencia opresiva, pero dos hombres corpulentos se interpusieron en su camino, sujetándola con brutal firmeza.
—Este nunca será mi hogar, Colin —dijo Aileen con desafío, aunque el miedo latía en su pecho como un tambor.
La furia tiñó el rostro de Colin.
Sin previo aviso, la abofeteó con fuerza, el golpe resonando en el silencio del salón.
El ardor explosionó en su mejilla, la piel palpitante por el impacto.
—¡Claro que lo será!
—Te casarás conmigo, quieras o no.
—Serás mi esposa. Milady.
Aileen jadeó, sintiendo la opresión de esas palabras envolverla como una pesadilla.
—Prefiero morir antes que ser tu esposa —replicó con una valentía desesperada.
—Amo a Neilan. Siempre lo amaré.
Colin rugió: "¿Y dónde está ahora tu esposo, Aileen?". La mención de Neilan desató su ira ciega.
Se levantó de un salto, agarró un látigo que colgaba de la pared y lo descargó sobre la espalda de Aileen.
El dolor la atravesó como un rayo, su cuerpo se tensó, un grito ahogado escapó de sus labios.
—Te vas a casar conmigo, me perteneces —gruñía.
Aileen, a pesar del dolor, se seguía negando; tenía la esperanza de que Neilan fuera a por ella.
—Déjame decirte algo, Aileen, tu esposo no vendrá a por ti. Mientras tú estás aquí, Isla ha cometido su objetivo. ¿Sabes cuál es? Meterlo en sus aposentos. Tu querido esposo pasa las noches en la habitación con Isla —decía mientras seguía azotándola.
Los hombres de Colin apartaron la mirada, incómodos ante tal brutalidad.
Breixo fue el único que se movió.
Se acercó con rapidez, su rostro una máscara de furia.
Con firmeza, quitó el látigo de las manos de Colin.
—¡Te has vuelto loco! ¿Cómo puedes tratarla así?
Colin se giró, su rostro rojo de furia.
—Esa mujer se ha atrevido a negarse otra vez.
—No me digas cómo manejar esto, Breixo, o serás tú el siguiente que pruebe el látigo.
El miedo se revolvió en el estómago de Aileen, pero se negó a dejar que Colin viera su debilidad.
Las criadas la llevaron a uno de los dormitorios; su cuerpo temblaba de dolor.
Morag fue llamada para tratar sus heridas; al verla en ese estado, sus ojos se llenaron de preocupación.
Los días que siguieron fueron una tortura.
Colin intentaba doblegar su voluntad, forzándola a aceptar su destino.
Pero Aileen no cedió; aún tenía la esperanza de que Neilan la rescatara, pero las palabras de Colin resonaban en su mente. No podía creer que Neilan pasara las noches con Isla y no viniera a rescatarla.
Colin seguía insistiendo, la azotaba, intentaba abusar de ella; ante su resistencia, la furia de Colin se convertía en violencia.
Golpes, azotes, días sin comida.
Silencio roto por su respiración agitada y el sonido de su cuerpo golpeando el suelo. Su único consuelo era Morag y ahora Breixo, que, viendo la situación, le prometió que le iba a ayudar a salir de ese castillo.
En ese tiempo de calvario en el castillo McGregor, se le venía la imagen de Neilan, a su amor, a su vida antes de este infierno.
Al quinto día, sin que Aileen lo supiera, la desesperación de Neilan lo había llevado hasta el castillo de McGregor.
Guiados por la tenue esperanza y el conocimiento de Alana, encontraron la entrada al pasadizo secreto.
Con la ayuda de Breixo y sus guerreros, se abrieron paso a través de los estrechos túneles, enfrentándose a los pocos soldados de Colin que custodiaban la entrada.
Alana, con el corazón latiéndole con fuerza, guió a Neilan a través de los oscuros pasadizos.
Mientras Alastair, Angus, Cailean y los demás guerreros luchaban con los guerreros McGregor, Neilan, guiado por Alana, emergió en el salón principal.
Y lo que Neilan vio… heló su sangre.
Colin estaba de pie sobre Aileen.
Ella yacía en el suelo, débil, ensangrentada.
Se preparaba para asestarle otro golpe.
La furia ciega se apoderó de Neilan.
Se lanzó sobre Colin, derribándolo con un golpe brutal.
—¡Maldito seas!
Golpeó una y otra vez, cada impacto cargado de rabia, de miedo, de desesperación.
—¡Neilan, detente! —
—Aileen… está muy mal herida.
Neilan tembló, su corazón desbocado.
Se giró y lo que vio lo destrozó por completo.
Aileen no respondía.
Su piel pálida, su cuerpo demasiado frágil.
El miedo apretó su pecho como una garra.
La levantó en brazos, su voz rota.
—Aileen… mi amor, despierta. Por favor.
No hubo respuesta.
La llevaron a un lugar seguro, donde Morag la esperaba.
La curandera la examinó con rostro sombrío.
Después de unos momentos, miró a Neilan con tristeza.
—Laird Mi niña Aileen ha perdido a su hijo.
—Las heridas… fueron demasiado graves.
Neilan se quedó helado.
Su hijo. Su futuro. Perdido
La culpa lo golpeó con la fuerza de una tempestad.
Había dudado de Aileen.
Había creído en Isla. Y ahora...
Su hijo estaba muerto.
Alana se acercó a él, sus ojos llenos de reproche.
—¿Qué vas a hacer, Neilan?
—¿Qué vas a hacer cuando Aileen despierte y se entere de que mientras ella sufría aquí, tú pasaste la noche con esa…?
La pregunta quedó flotando en el aire, cargada de un futuro incierto y doloroso.