La noche se cernía sobre el bosque, el aire helado se filtraba entre los árboles, trayendo consigo un silencio opresivo.
Neilan estaba de pie fuera de la cabaña, con los brazos cruzados y los ojos perdidos en la oscuridad.
El sonido lejano de los caballos y el crujir de la madera se mezclaban con el golpeteo del viento contra su piel.
No podía respirar con facilidad.
Porque sabía lo que estaba por escuchar.
Cuando Morag emergió de la cabaña, su expresión era sombría, cargada de tristeza y rabia contenida.
Neilan no la miró directamente, pero su voz fue áspera y rota.
—Dime
—¿Cuánto sufrió?
Morag se abrazó a sí misma, como si intentara contener el peso de la verdad antes de liberarla.
Tomó aire, pero no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas.
Y entonces le contó todo.
Neilan escuchó sin moverse, pero cada palabra se le clavaba en el pecho como una daga.
Cada golpe que Colin le propinó.
Cada día que la dejaba sin comer.
Cada intento de quebrar su voluntad.
Como ella y Breixo habían impedido que Colin abusara de ella.
Su respiración se volvió más pesada, su mandíbula tan tensa que dolía.
Morag continuó, su voz temblorosa.
—Mi niña… cada vez que se negaba, él la golpeaba.
—A veces la dejaba sola en la oscuridad durante horas.
Neilan cerró los ojos; sus manos temblaban por la rabia.
Pero entonces, Morag dijo lo peor.
—Laird… su hijo no sobrevivió y usted no está aquí para salvarla.
Neilan quedó inmóvil.
Las palabras rompieron todo dentro de él.
Su hijo había muerto.
Por su duda.
Por su negligencia.
Por su traición.
Morag le miró con una tristeza profunda.
—Su hijo no nacerá por culpa de Colin y por su culpa, por creer en esa serpiente llamada Isla. Mi niña ya lo sabe todo; Colin se lo contó para hacerle daño.
Neilan se llevó una mano al rostro, su respiración entrecortada.
Su error había destrozado su futuro.
Alastair llegó donde Neilan diciéndole que Colin había escapado a las tierras de Cameron; esa noche decidieron partir. Morag se fue con ellos; la necesitaban para curar todavía las heridas de Aileen. Breixo también se fue con ellos; junto con Alana recogieron sus pocas pertenencias y se fueron con ellos a Eilean Donan.
Cada paso parecía una eternidad, cada movimiento una tortura para Aileen, cuyo cuerpo apenas se sostenía después de lo que había vivido.
Neilan cabalgaba cerca de ella con la mirada sombría, incapaz de apartar los ojos de su esposa herida.
Pero no tenía el valor de hablarle aún.
La culpa lo devoraba por dentro.
Al tercer día, la niebla cubría el sendero; el aire frío se filtraba entre los árboles.
Aileen, envuelta en mantas gruesas, respiraba con dificultad, sus manos débilmente aferradas al borde de la carreta.
Fue entonces cuando sus ojos se abrieron con lentitud, su mirada vacía, hasta que vio a Morag a su lado.
Su voz fue un susurro doloroso.
—¿Dónde estamos?
Morag le acomodó el cabello, tratando de ocultar la tristeza en su expresión.
—Camino a casa, mi niña.
Aileen parpadeó, confusa
Pero algo palpitaba dentro de ella, un pensamiento que no la dejaba respirar.
Fue entonces cuando la verdad la golpeó como un puñal en el pecho.
Su hijo.
Su mano tembló, la respiración se le entrecortó.
—Morag —Susurro
Morag la sostuvo, preparándose para lo inevitable.
—Mi niña… —dijo con voz rota.
—El bebé… no sobrevivió.
El mundo de Aileen se derrumbó.
Neilan escuchó el desgarrador sollozo de su esposa.
Su corazón se encogió, pero no se atrevió a acercarse.
Porque sabía que él había fallado.
Porque sabía que él la había abandonado cuando más lo necesitaba.
Aileen se dobló sobre sí misma; sus lágrimas caían sobre sus manos.
El dolor se extendía como un fuego, quemándola desde dentro.
Pero entonces, otra verdad emergió de sus pensamientos.
Una verdad aún más devastadora.
Levantó la vista, con los ojos llenos de dolor y rabia.
—Neilan
Su voz era áspera, rota.
Neilan se tensa, su cuerpo inmóvil.
—Tú… es cierto lo que me contó Colin, ¿tú estuviste con Isla?
Neilan cerró los ojos; su pecho dolía como si le hubieran atravesado con una espada.
Porque no podía negarlo.
El silencio fue su confesión.
Aileen respiró entrecortadamente, sintiendo que el aire se le escapaba.
—Mientras yo estaba en el infierno… tú estabas con Isla. Me fallaste, prometiste protegerme y la creíste a ella; mi hijo está muerto por tu culpa.
Neilan quiso hablar, quiso explicarse, pero ¿cómo podía justificar su traición?
Aileen apartó la mirada; su corazón se rompía en pedazos.
—No quiero verte.
Y en ese momento, Neilan entendió que quizás nunca obtendría el perdón que tanto deseaba