El frío tenaz se aferraba a las piedras del castillo de Eilean Donan, un abrazo gélido que calaba hasta los huesos. Pero la verdadera helada no provenía del viento invernal que azotaba las costas escocesas, sino de la atmósfera palpable que envolvía al grupo que regresaba. La visión de Aileen, pálida y herida, acostada en la carreta, era un testimonio silencioso del horror que había soportado, una herida abierta que sangraba dolor en el corazón de todos los presentes.
A medida que Neilan desmontaba con una lentitud dolorosa, fue hacia la carreta y, sosteniendo a Aileen con una delicadeza extrema, la bajó de la carreta, pero la frialdad en los ojos de ella al encontrarse con los de él era un puñal helado en su corazón. Ya lo sabía. De alguna manera, en su estado de semiconsciencia, Aileen se apartó bruscamente de Neilan. —Suéltame —le dijo Aileen, dolida por la traición, esa traición que no perdonará, la que causó la muerte de su hijo.
Evan, al ver a Alana, tuvo el rostro iluminado con sorpresa y alivio. —¿Alana? ¡Por los cielos! ¿Estás bien? Malcolm y yo... nos preocupamos mucho después de que te fuiste con Neilan.
Alana le ofreció una débil sonrisa. —Estoy viva, Evan. Gracias a que ustedes me encontraron.
Breixo, que había llegado con los guerreros de Neilan, se mantenía cerca, observando la tensa escena. Johanna, al verlo, frunció el ceño. —¿Y tú quién eres? No te recuerdo.
Neilan intervino, su voz áspera por la culpa y el cansancio. —Él es Breixo. Nos ayudó... nos dio información crucial sobre los movimientos de Colin y los pasadizos secretos. Sin su ayuda, quizás no habríamos llegado a tiempo.
Johanna asintió lentamente, su mirada aún desconfiada hacia el recién llegado. Malcolm llegó al patio, su rostro sombrío y sus ojos llenos de una furia contenida. Evan y Leah estaban a su lado, sus rostros reflejando una profunda preocupación al ver a Aileen en los brazos de Neilan. Al acercarse, la palidez de su rostro y las sutiles marcas en su piel, apenas visibles pero elocuentes, les helaron la sangre al ver a Aileen toda golpeada. Una furia creció en Malcom, haciendo mirar mal a su hermano Neilan.
—Aileen —dijo Evan con voz suave, su preocupación genuina. ¿Cómo te encuentras?
Aileen miró, y en sus ojos, Malcolm vio un dolor profundo, pero también una determinación inquebrantable y una frialdad glacial hacia su esposo.
—He perdido a mi hijo —susurró, la voz quebrándose con la pena.
El aire se volvió denso, cargado de un dolor compartido. Malcolm se acercó y le tomó la mano a Aileen con suavidad, transmitiéndole su apoyo silencioso. Leah se cubrió la boca con la mano, sus ojos llenándose de lágrimas al comprender la magnitud de su pérdida. Evan apretó los puños, su rostro contorsionado por la rabia hacia Colin. Luego, los ojos oscuros de Malcolm se clavaron en Neilan, la furia contenida finalmente explotando.
—Si yo hubiera sido su esposo, Neilan —espetó Malcolm con una voz cargada de reproche y dolor—, jamás la habría dejado sola. Jamás habría permitido que esa víbora se acercara a ella. Quizás... quizás si yo me hubiera casado con Aileen, mi sobrino aún estaría con nosotros.
Las palabras de Malcolm golpearon a Neilan como un puñetazo. La culpa lo invadió con una fuerza aún mayor, la verdad amarga de sus palabras resonando en el silencio del patio. No había defensa posible.
Alana y Johanna se acercaron a Aileen, ofreciéndole su apoyo físico. —Vamos, Aileen —dijo Alana con suavidad. Te llevaremos a tus aposentos. Johanna asintió con firmeza, su mirada llena de una determinación protectora hacia su amiga.
Morag, que estaba mirando toda la situación en el patio, Leah se acercó a ella, indicando que le acompañe a los aposentos de Aileen. Alana, Johanna, Morag y Lea ayudaron a Aileen a entrar al castillo. Neilan las siguió con la mirada, sintiéndose cada vez más aislado. Evan y Malcom los siguieron de cerca, sus rostros aún marcados por la visión del sufrimiento de Aileen.
Al llegar a los aposentos de Aileen, Collie ya estaba allí, con el rostro lleno de preocupación. Se acercó a Aileen con ternura, ofreciéndole mantas y palabras de consuelo. Se asustaron cuando al desnudarla vieron la espalda destrozada por los latigazos y algunos hematomas por las palizas. Leah y Johanna no pudieron evitar soltar algunas lágrimas, maldiciendo a Isla y culpando a Neilan de todo el sufrimiento de Aileen.
De vuelta en el patio, Neilan, aún abatido por las palabras de Malcolm, aun así le contó su preocupación. —Colin ha escapado. Nuestros hombres informan que huyó hacia las tierras del clan Cameron. El peligro aún no ha terminado.
Johanna, que había regresado al patio, se acercó a Neilan con frialdad. —Ya le he informado a Aileen que Isla está encerrada en los calabozos. Espero que eso le traiga algo de paz, aunque lo dudo.
—Quiero que sepas que todo lo que está pasando, Aileen, su cuerpo lleno de cicatrices por latigazos y los hematomas por culpa de la crueldad de Colin, es por tu culpa. Solo espero que sufras el dolor que le ocasionaste a Aileen por creer en esa víbora —le escupió Johanna.
Neilan agachó la cabeza; no podía réplicar ni enfadarse con nadie, todos tenían razón. Por su culpa, por creer en Isla, había perdido a su hijo y no solo eso, también la había perdido a ella y todo por creer en las mentiras de Isla. Ahora no sabía cómo recuperar a Aileen; había roto su promesa, no solo de protegerla, sino de respetarla y no meter en su cama a Isla, y ahora no sabía cómo arreglar esto y que Aileen le perdonara.
Aileen, en sus aposentos, escuchó la noticia sobre Isla con un rostro inexpresivo. Su dolor por la pérdida de su hijo y la traición de Neilan parecían eclipsar cualquier otra emoción. El camino hacia la sanación se antojaba largo y arduo