La flor del clan Mcgregor

Capitulo 46

El hallazgo del cuerpo helado de Isla en las fronteras de las tierras McGregor desató una furia volcánica en Colin. La reconoció al instante, su rostro demacrado y pálido, la vida extinta en sus ojos. Pero fue la nota junto a su mano, con la caligrafía inconfundiblemente femenina y el mensaje helado, lo que lo golpeó con la fuerza de un martillo.

La comprensión fue inmediata. Aileen había asesinado a su hijo. La mujer que había despreciado y maltratado, la mujer que había sobrevivido a su castigo, ahora se alzaba como una sombra de venganza. Colin rugió, su voz cargando la promesa de una represalia implacable.

—¡Aileen pagará por esto!.

Su rostro se enrojeció por la ira, sus músculos tensos por el dolor.

—¡Juro por todos los dioses que Aileen Mackenzie sufrirá diez veces más de lo que sufrió Isla!

El invierno había impuesto una tregua temporal entre los clanes. Pero la nieve no duraría para siempre. Y cuando las tierras se descongelaran, la guerra sería inevitable.

Desde su ventana, Aileen miraba la nieve caer sobre las montañas. Cada copo de nieve le recordaba el frío que se había instalado en su corazón. La traición de Isla. El sufrimiento que Colin le impuso. La pérdida que nunca podría recuperar. No sentía remordimiento. Solo determinación.

Sabía que Colin tramaba su venganza, pero ella no le temía. El invierno era su aliado. Le daba tiempo para planear. Para prepararse. Para asegurarse de que, cuando el deshielo llegara, no sería ella quien sangrara.

Mientras la venganza se incubaba en el corazón de Aileen, el invierno tejía una trama más cálida en otro rincón del castillo. Malcolm y Alana encontraban consuelo en la quietud forzada por la nieve. Las conversaciones nocturnas se volvían más largas. Sus miradas más profundas.

Cada día, Malcolm buscaba su compañía, encontrando en ella una paz inesperada. Una tarde, junto a la ventana desde la que Aileen solía mirar la nieve, Malcolm tomó la mano de Alana entre las suyas.

—Tu fuerza y tu lealtad hacia Aileen son admirables.

Alana lo miró, con un rubor tiñendo sus mejillas.

—Ella es mi amiga, Malcolm. Haría cualquier cosa por ella.

Un silencio cargado de promesas se instaló entre ellos. Porque en medio del invierno más cruel, algo cálido comenzaba a florecer.

Neilan observaba a Aileen desde la distancia; su frialdad lo golpeaba más fuerte que cualquier arma. Ya no lo miraba. Ya no confiaba en él. Pero Neilan había tomado una decisión.

Ya no intentaría protegerla por obligación. Ya no lucharía por ella por culpa. Esta vez… su propósito era amor.

Cada gesto era medido. Cada acción pensada.

Colocaba flores en su escritorio, sin decir de dónde venían. Dejaba sus mantas junto al fuego, asegurándose de que estuvieran calientes. Se aseguraba de que su comida estuviera bien preparada, aunque nunca compartieran la mesa.

Aileen lo notaba, aunque fingiera que no. Lo veía mirarla con deseo, pero no con desesperación. Sentía que Neilan quería conquistarla, no poseerla.

Y esa sensación le resultaba extraña. Porque, por primera vez, él la trataba como una mujer, no como una víctima.

Los días helados continuaban, extendiendo la tregua forzada entre los clanes. Pero en cada rincón de las Tierras Altas, los sentimientos se gestaban como una tormenta.

La venganza de Aileen crecía en silencio. La ira de Colin ardía bajo la nieve. El amor entre Malcolm y Alana florecía. Y la determinación de Neilan lo impulsaba a un desafío más grande que la guerra que se avecinaba.

Conquistar a Aileen… y romper el muro de hielo que ella había levantado entre ellos.

El castillo estaba en silencio, sumido en la quietud del invierno, pero dentro de sus muros, la tensión era tan densa como la niebla que cubría las montañas. La guerra se avecinaba, y aunque el hielo mantenía los ejércitos retenidos en sus tierras, el deshielo traería consigo la furia de Colin y el peso de sus juramentos de venganza.

En la sala de reuniones, Malcolm y Cailean estaban de pie junto al fuego, observando la danza de las llamas como si en ellas pudieran encontrar respuestas. Cailean fue el primero en romper el silencio.

—Necesitamos que el Rey esté al tanto de lo que ocurre —dijo con voz firme, cruzando los brazos. No podemos permitir que McGregor nos ataque sin que la Corona intervenga.

Malcolm frunció el ceño, evaluando las palabras de su primo.

—¿Crees que el Rey hará algo? —preguntó con un tono prudente. No suele inmiscuirse en los conflictos de los clanes a menos que amenacen directamente su dominio.

Cailean asintió.

—Si esperamos hasta que la sangre corra, será tarde. Pero si le enviamos una carta ahora, exponiendo la amenaza que Colin representa, podríamos inclinar la balanza a nuestro favor.

Malcolm sabía que la guerra con McGregor era inevitable. Colin no descansaría hasta hacer pagar a Aileen por la muerte de su hijo, y los Mackenzie tendrían que estar preparados. Una intervención de la Corona podría significar la diferencia entre una lucha de clanes y una batalla que pudiera definirse antes de que comenzara.

—¿Y qué propondríamos exactamente? —preguntó Malcolm.

—Que el Rey envíe emisarios para mediar o, en el mejor de los casos, que establezca sanciones contra McGregor antes de que su ataque sea inevitable.

Malcolm miró a Cailean durante un largo momento, evaluando la estrategia.

—Escribiré la carta. Pero necesitamos que Aileen esté de acuerdo.

Cailean asintió, sabiendo que la aprobación de Aileen sería fundamental.

Cuando Malcolm se dirigió a sus aposentos, Aileen estaba junto a la ventana, su mirada fija en el horizonte blanco.

—Cailean quiere que escribamos al Rey —dijo sin rodeos.

Aileen no apartó la vista de la nieve.

—¿Para qué?

—Para que esté al tanto de la guerra que se avecina. Tal vez podamos evitar que McGregor nos ataque con toda su fuerza si la Corona interviene.




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