La flor del clan Mcgregor

Capitulo 48

Los días pasaban, y el invierno mantenía a los ejércitos atrapados en sus propias tierras. Sin embargo, el silencio no significaba paz. A medida que los rumores llegaban a los diferentes clanes, los líderes comenzaban a posicionarse.

Neilan no era solo el líder de los Mackenzie, también era un hombre respetado por otros clanes. Y ahora, con el conflicto entre McGregor y Eilean Donan a punto de estallar, los jefes de las tierras vecinas empezaban a enviar mensajes de apoyo.

Uno a uno, los pergaminos llegaban, asegurando que cuando la nieve desapareciera, tendría aliados en la guerra. Algunos prometían soldados, otros recursos, otros simplemente su lealtad, pero lo importante era que Colin no solo pelearía contra los Mackenzie, sino contra un ejército más grande de lo que imaginaba.

Cuando Malcolm leyó los últimos mensajes, exhaló con alivio.

—Esto significa que no estaremos solos cuando Colin ataque —dijo, extendiendo el pergamino sobre la mesa.

Neilan asintió. Cada paso aseguraba que la guerra no sería un juego fácil para McGregor.

Mientras los clanes se alineaban con Neilan, otra noticia finalmente llegó.

El rey había respondido.

El mensajero llegó exhausto, con un pergamino sellado en cera real. Todos se reunieron en la sala principal cuando Neilan rompió el sello y leyó en voz alta:

"Lamento profundamente la situación en las Tierras Altas. La guerra entre clanes es peligrosa no solo para sus habitantes, sino para el equilibrio de nuestro reino. En primavera, cuando la nieve se derrita, enviaré soldados a Eilean Donan para reforzar sus fuerzas y prevenir que el conflicto se extienda más allá de sus límites. Espero que esta intervención traiga un final razonable a la disputa. "Que la sangre de Escocia no se derrame en vano".

Hubo un instante de silencio después de la lectura.

Finalmente, Malcolm habló.

—Esto cambia todo.

Eileen permanecía quieta, procesando las palabras.

El Rey vendría a Eilean Donan con soldados.

Cuando Colin supiera esto, no podría atacar a ciegas.

La ventaja crecía a su favor.

En medio de las estrategias, los conflictos personales seguían floreciendo dentro del castillo.

Evan y Johanna disfrutaban de una relación estable, compartiendo las pequeñas alegrías de la vida. Mientras la guerra se gestaba, ellos encontraban consuelo el uno en el otro, fortaleciendo su matrimonio con gestos simples: noches al fuego, conversaciones sin prisas y pequeños momentos de cariño que hablaban más que cualquier promesa.

Por su parte, Malcolm y Alana seguían acercándose, su vínculo creciendo con naturalidad. Malcolm encontraba en ella una fortaleza serena, y Alana, en él, una protección sin exigencias.

Una tarde, cuando la nieve caía suavemente sobre los tejados del castillo, Alana le tomó la mano sin pensarlo.

Malcolm la miró, sorprendido.

Pero no dijo nada.

Solo apretó su mano con suavidad, permitiendo que el gesto hablara por ellos.

Aileen había notado el cambio en Neilan. Ya no la presionaba, no la obligaba a mirarlo, no intentaba ganar su favor con desesperación.

Simplemente estaba allí, de forma constante, paciente.

Los besos robados que antes la hacían tensarse, ahora eran aceptados en silencio.

Si Neilan rozaba su mejilla con sus labios, ella no apartaba el rostro.

Si sus dedos la tocaban al pasar, ya no se retiraba con rapidez.

Neilan había aprendido a tratarla como una mujer, no como un alma rota, y eso había cambiado todo.

Una noche, cuando el castillo estaba sumido en la calma del invierno, Neilan se acercó a su habitación, decidido a decir la verdad que Aileen aún no había escuchado por completo.

Cuando ella abrió la puerta, no hubo duda en sus ojos.

Neilan cerró la distancia entre ellos, mirándola con intensidad.

El fuego crepitaba suavemente en la chimenea de sus aposentos, proyectando sombras danzantes sobre las paredes de piedra. Aileen estaba sentada en su silla habitual, con la espalda recta y la mirada fija en el brillo de las llamas. Neilan estaba junto a ella, pero esta vez no intentaba llenarla de palabras vacías ni disculpas tardías.

Solo esperaba.

Hasta que, finalmente, Aileen habló.

—Nunca te conté lo que realmente pasó con McGregor —susurró, su voz firme, aunque con un filo de vulnerabilidad que no había mostrado antes.

Neilan contuvo la respiración, su pecho tensándose ante el peso de sus palabras.

—Dímelo.

Aileen cerró los ojos por un instante, como si necesitara reunir fuerzas para romper su propio silencio.

—Los latigazos fueron lo primero, luego las palizas, su burla constante, recordándome cómo te metías en la cama con Isla.

La voz no le tembló, pero su mirada se oscureció.

—Colin quería ver cuánto podía resistir sin quebrarme. Quería que supiera que allí, bajo su techo, yo no era nada.

Neilan apretó los puños, sintiendo el calor de la ira crecer en su interior.

—Cada golpe me arrancaba parte de mí —continuó Aileen. Y no había nadie que pudiera ayudarme; Breixo lo intentaba, pero Colin lo amenazaba.

Su voz bajó.

Neilan sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

Aileen no estaba simplemente recordando.

Lo estaba reviviendo.

—Las noches eran peores —admitió, exhalando con lentitud. Colin nunca lograba lo que quería, pero eso no significaba que no lo intentara.

Neilan sintió el peso de esas palabras hundiéndose en su pecho.

No había escuchado jamás tanta desesperación contenida en una sola frase.

—Yo pensaba que moriría allí —dijo Aileen, su tono apenas un murmullo. Y lo peor…

Se detuvo, como si la confesión que venía fuera más difícil que todo lo demás.

Neilan la observó sin moverse, esperando.

—Lo peor —repitió ella, con un leve temblor en sus labios— no eran los latigazos, los intentos de abusos, las palizas, dejarme sin comer; lo peor era que, en algún momento, dejé de esperar que vinieras por mí.




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