La flor del clan Mcgregor

Capitulo 49

La primavera comenzaba a liberar los caminos del hielo que los había mantenido cautivos durante meses. La guerra que había estado gestándose estaba a punto de estallar, y cada clan movía sus piezas con cautela, buscando asegurarse la ventaja.

El clan McDonald despertó con una noticia alarmante. Un mensajero llegó con una carta urgente, escrita con trazos apresurados, asegurando que sus tierras habían sido atacadas. Las llamas consumían sus aldeas. Los McGregor habían cruzado sus fronteras. Era un mensaje desesperado, teñido de hollín y urgencia.

Cameron recibió la noticia con satisfacción. Si Neilan era el hombre de honor que todos decían, no podría ignorar un llamado de auxilio de un aliado. Convencido de que Eilean Donan quedaría vulnerable, Cameron, sin consultar con Colin, preparó su ataque, ansioso por asestar un golpe decisivo. Colin, mientras tanto, se había mantenido distante de la planificación, su mente aún nublada por la rabia y la pena tras la muerte de su hijo, urdiendo sus propios planes solitarios.

Lo que no sabían era que todo era una mentira perfectamente calculada, tejida con la paciencia de un depredador en la nieve. Neilan leyó la carta, y por un instante, fingió una estudiada expresión de preocupación ante los presentes. Pero cuando Cailean se acercó, susurrando con calma:

—Nuestras tierras están intactas, Neilan. Los exploradores confirman, todo está en orden.

Neilan supo que el juego había comenzado. Cameron pensaba que Neilan caería en su trampa, arrastrando consigo a sus guerreros lejos de su fortaleza. Pero Neilan ya había diseñado la suya, una red tejida con la astucia de Cailean y la lealtad de sus hombres. El Rey ya estaba en camino hacia Eilean Donan, alertado discretamente por Neilan de la inminente traición de Keith Cameron. Las tropas reales se estaban posicionando en secreto en los bosques circundantes, esperando la señal. Y mientras Neilan salía del castillo, montado en su corcel negro y acompañado por un pequeño grupo de leales, fingiendo desesperación por acudir al llamado de los McDonald, su ejército principal esperaba el momento exacto para dar el golpe, oculto entre los pliegues del terreno.

En Eilean Donan, Aileen observaba la partida de Neilan con una calma inquietante. La noticia del ataque a los McDonald había llegado al castillo, y mientras los demás se mostraban preocupados, una chispa de determinación se encendió en sus ojos gélidos. Sabía que Colin no estaría en una batalla campal; su naturaleza escurridiza lo llevaría a buscar las sombras, a esperar una oportunidad. Esta era su oportunidad. Mientras la atención de todos se centraba en la inminente confrontación, ella podría moverse sin ser detectada.

—Alana —llamó Aileen con voz suave pero firme. Prepara mi caballo. Necesito salir del castillo.

Alana la miró con sorpresa y preocupación. —¿A dónde vas, Aileen? Es peligroso afuera.

—Voy a terminar esto —respondió Aileen con una determinación sombría. Voy a encontrarme con Colin.

Cuando Cameron vio a Neilan abandonar el castillo con un grupo reducido de hombres, una sonrisa de triunfo torció sus labios. No había esperado que el orgulloso Laird Mackenzie cayera tan fácilmente en la trampa. Su ejército se preparó para interceptarlo en el paso del valle, listo para acabar con él antes de que pudiera regresar a Eilean Donan y reforzar sus defensas.

Pero cuando el sol ascendió sobre las colinas, proyectando largas sombras sobre el campo nevado, Cameron vio lo que nunca esperó ver. Banderas reales ondeando en la distancia, los leones dorados sobre el fondo azul avanzando con una determinación imperturbable. Soldados marchando bajo el estandarte del Rey, flanqueando a las tropas de Neilan que ahora se detenían, esperando la llegada de sus aliados.

Era una emboscada, una trampa dentro de su propia trampa. Y antes de que pudiera reaccionar, dando órdenes o siquiera comprender la magnitud de su error, la batalla comenzó. El sonido del acero chocando resonaba en el valle, un coro de muerte y desesperación, pero ya no con la misma fuerza inicial. Los Mackenzie, reforzados por las tropas reales, habían empezado a hacer retroceder a los hombres de Cameron; la sorpresa y la superioridad numérica de la emboscada habían cumplido su propósito, y la victoria se inclinaba cada vez más hacia Neilan y sus aliados. Cameron, aún con la espada en mano, su rostro lívido por la incredulidad y la rabia, miraba a su alrededor con desesperación, viendo cómo su ejército se desmoronaba bajo el acero enemigo.

El fragor de la batalla comenzó a amainar. Los hombres de Cameron, superados en número y sorprendidos por la emboscada, se rendían o huían despavoridos. El propio Cameron, con la ropa desgarrada y la espada mellada, fue llevado ante el Rey, su rostro lívido de rabia y humillación. Al ver a Neilan entre los victoriosos, una sonrisa torcida y amarga cruzó su rostro. Con un escupitajo desafiante que aterrizó cerca de las botas de Neilan, Cameron soltó una carcajada gutural.

—Esto no ha terminado, Mackenzie. Ni mucho menos.

Un mal presentimiento heló la sangre de Neilan al ver la mezcla de burla y certeza en los ojos de Cameron. ¿Qué sabía él que Neilan ignoraba? La victoria se sentía agridulce, empañada por esa última provocación.

Con el corazón oprimido por una creciente ansiedad, Neilan cabalgó de vuelta a Eilean Donan, dejando a Cailean y a los comandantes reales encargados de asegurar la rendición y perseguir a los fugitivos. Necesitaba ver a Aileen, asegurarse de que estuviera a salvo.

Al llegar al castillo, la encontró envuelta en un silencio preocupante. Alana lo esperaba en el gran salón, su rostro pálido y sus ojos llenos de temor.

—Laird —dijo con voz temblorosa Aileen... salió a dar una vuelta a caballo hace unas horas. Dijo que necesitaba despejarse. Pero aún no ha regresado.

La inquietud de Neilan se intensificó. —Seguramente solo se demoró. El camino de vuelta puede ser más largo de lo que pensaba.




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