El silencio posterior a la muerte de Colin era un sudario pesado que envolvía la pequeña cabaña. La respiración agitada de Neilan y el jadeo entrecortado de Malcolm eran los únicos sonidos que rompían la macabra quietud. Aileen permanecía inmóvil, observando el cuerpo inerte de su enemigo con una expresión que Malcolm no lograba descifrar: ¿satisfacción, vacío o algo más oscuro?.
Neilan, con la mandíbula tensa, fue el primero en moverse. —Tenemos que enterrarlo. Aquí no estará seguro.
Malcolm asintió, su rostro aún pálido por la impresión. Juntos, con esfuerzo, levantaron el cuerpo sin vida de Colin. Era un peso muerto, desprovisto de la arrogancia y la amenaza que había irradiado en vida. Lo sacaron de la cabaña y lo llevaron a un claro cercano, donde la tierra aún estaba lo suficientemente blanda como para cavar una tumba improvisada con sus espadas.
Mientras trabajaban en silencio bajo la pálida luz de la luna, Malcolm no pudo contener más su confusión. —¿Por qué, Aileen? ¿Por qué hiciste esto? Pusiste tu vida en un peligro terrible.
Aileen los observaba desde la entrada de la cabaña, su figura esbelta recortada contra la tenue luz interior. Su voz, cuando respondió, era un susurro cargado de una fatiga profunda. —Ya se lo dije a Neilan. Era necesario.
—¿Necesario? —replicó Neilan, deteniéndose en su labor, la frustración tiñendo su voz—. ¿Era necesario arriesgarte así? ¿No confías en nosotros?
—¿Confiar? —Aileen soltó una risa amarga que heló la sangre de Malcolm. ¿Cómo puedo confiar después de todo lo que ha pasado? Cada uno libra sus propias batallas. Esta era mía.
La tensión entre Neilan y Aileen se palpaba en el aire, cargada de reproches silenciosos y heridas no cicatrizadas. Malcolm se sentía un espectador incómodo en un drama íntimo y doloroso.
De repente, la compostura de Aileen se quebró. Fue como si una presa invisible se hubiera derrumbado. Un sollozo silencioso la sacudió, y luego otro, hasta convertirse en un llanto desgarrador que resonó en el silencio del bosque. Lloraba con la desesperación de quien ha soportado demasiado, lágrimas amargas por la pérdida de su hijo, por la traición de Neilan, por el horror de su secuestro, por la frialdad de la venganza que acababa de consumar.
Neilan y Malcolm se quedaron paralizados, observando su dolor sin saber cómo acercarse. Ver a la fuerte y reservada Aileen derrumbarse de esa manera les partió el corazón.
Lentamente, con una vacilación palpable, Neilan dejó a un lado su improvisada pala y se acercó a ella. Dudó por un instante, inseguro de cómo sería recibido. Pero el dolor crudo que emanaba de su esposa lo impulsó a actuar. La rodeó con sus brazos, ofreciéndole un abrazo silencioso y protector.
Para sorpresa de Malcolm, y quizás de la propia Aileen, ella no lo rechazó. Se dejó abrazar, aferrándose a él con una necesidad desesperada, sus lágrimas empapando su camisa. En ese momento, en medio del bosque oscuro y la tumba recién cavada, no eran Laird y Lady, sino un hombre y una mujer rotos, buscando consuelo en la única presencia familiar en su tormenta personal. El silencio del bosque se llenó con el llanto contenido de Aileen y el silencioso abrazo de Neilan, un primer paso titubeante hacia una posible curación en medio de las cicatrices de su pasado.
Finalmente, Neilan se separó suavemente de Aileen, sus manos aún sosteniendo sus hombros. La miró a los ojos, buscando algún indicio de la mujer que conocía. Encontró dolor, sí, pero también una determinación sombría que aún persistía bajo las lágrimas.
—Tenemos que volver, Aileen —dijo con voz suave pero firme. No estamos seguros aquí.
Ella asintió en silencio, secándose las lágrimas con el dorso de la mano. Su vulnerabilidad pareció replegarse, dejando tras de sí una máscara estoica.
El regreso a Eilean Donan se produjo bajo un manto de silencio tenso. Al entrar en el gran salón, encontraron a Leah, Johanna y Alana esperando con evidente preocupación. Sus rostros se iluminaron al verlos, pero la palidez de Aileen y la gravedad en los semblantes de Neilan y Malcolm no pasaron desapercibidas.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Leah con voz temblorosa.
Neilan tomó aire antes de responder, sabiendo que sus palabras tendrían un peso significativo. —Hemos encontrado a Colin. Ya no es una amenaza.
Un silencio cargado de preguntas flotó en el aire. Johanna miró de Aileen a Neilan, buscando una explicación.
—¿Qué quieres decir con que ya no es una amenaza? —insistió Johanna, su tono teñido de inquietud.
Aileen habló entonces, su voz firme aunque aún ligeramente áspera por el llanto. —Yo me encargué de él.
La declaración concisa cayó como una piedra en el estanque, generando ondas de sorpresa e incredulidad. Las miradas se centraron en Aileen, buscando una confirmación o una negación de lo que implicaban sus palabras.
Malcolm intervino, intentando suavizar la impactante revelación. —Fue... un enfrentamiento. Desafortunadamente, Colin no sobrevivió.
La tensión en el salón era palpable. Leah se cubrió la boca con la mano, sus ojos llenos de horror. Johanna miró a Aileen con una mezcla de temor y respeto.
Alana la miró en silencio, pues ella era la única que sabía lo del veneno en el vino.
Neilan observó a su clan, consciente de las preguntas tácitas y las posibles repercusiones de las acciones de Aileen. Sabía que tendría que presentar una versión de los hechos que mantuviera la paz y protegiera a su esposa.
—Ahora debemos centrarnos en lo que Cameron pueda hacer a continuación —dijo Neilan con autoridad, intentando desviar la atención. La muerte de Colin seguramente provocará una reacción. Debemos estar preparados.
Mientras Neilan intentaba retomar el control de la narrativa, la mirada de Aileen se cruzó con la suya. En sus ojos, él vio una determinación inquebrantable, una resolución fría que le decía que, a pesar de su breve momento de vulnerabilidad en el bosque, la mujer que había regresado a Eilean Donan era fundamentalmente diferente. La venganza la había marcado, y las consecuencias de sus actos apenas comenzaban a desplegarse.